¿Qué son mil victorias? ¿Qué significan? ¿Cuánto cuestan? ¿Qué valor tienen? Desde hace varios meses se venía especulando con este inevitable momento, ese instante en el que un árbitro –en este ocasión le tocó a Mohamed Lahyani– cantara el «Game, set & match, Roger Federer» para que, acto seguido, el suizo alcanzara la cifra mágica. Podría caerse en el error de pensar que solo es un número, un nuevo triunfo en el registro, porque al fin y al cabo, es lo que es. ¿O quizás no? Una alegría tras otra, así hasta sumar 1.000, algo que solo otros dos hombres en la historia pueden contar: Jimmy Connors (1.253) e Ivan Lendl (1071). Un premio al trabajo y a muchos años de dedicación con un objetivo imperturbable: la gloria. Un récord que obliga al mundo de la raqueta a situar al de Basilea un peldaño más arriba del que ya estaba, por imposible que parezca. Aunque claro, antes había que construirlo.
Brisbane brindaba la oportunidad de lograr la hazaña. Para ello se requerían cuatro victorias, cantidad insignificante para alguien que arrastraba 996 en su mochila. Millman fue la piedra de toque, siempre necesaria para saber a lo que te enfrentas, imprescindible para que, antes de superar al oponente, te enfrentes a ti mismo. Así fue como Federer escapó de las llamas cuando el humo ya casi ocultaba la salida. Negándole al 2015 un primer trago tan amargo que pudiera incluso volver a poner en duda todo lo cosechado el curso pasado. A partir de aquí vino el cambio, aunque lo que vimos a continuación fue de todo menos sorprendente. De un día para otro desaparecieron los miedos y el helvético recuperó su identidad, su dominio y su tenis, ese al que no tiene malacostumbrados, tanto que hemos terminado creyendo que su práctica resulta hasta sencilla. Por el camino se cruzó también Dimitrov, su mejor imitador, aunque una vez más, acomplejado por las comparaciones, su capítulo fue el más corto de la serie. Al final del trayecto esperaba Milos Raonic, con la escopeta cargada y pocas ganas de celebraciones. Al menos, ajenas.
Con 24 años, Raonic ya sabe lo que es llevar el peso de una generación, y como prueba tiene el arma más eficaz para hacerlo realidad, el elemento con el que empieza toda esta historia: el saque. Con 34 aces en su espalda abandonó Nishikori el Pat Rafter Arena después de claudicar ante el servicio del canadiense. Un rival peligroso que explota sus cualidades y mejora, año tras año, sus debilidades. Incómodo, como siempre, pero abatible, como todos. Fue justo desde la línea de fondo desde donde Federer conectó 21 bombas, por los 14 de su adversario, dato que extrañaba tanto como ver al oriundo de Podgorica llevar la iniciativa en los intercambios. Un encuentro peculiar, con momentos de alta tensión y con un final de película. Allí donde se revela quién es el bueno y quién es el malo, Federer inclinó al número 8 del mundo para sellar por fin la marca perseguida y una nueva corona en su reino. Primer título en Brisbane, 83º de su carrera, 1.000 victorias en el circuito. El tenis, de nuevo, hacía justicia con su creador.
«Es muy diferente a cualquier otro partido que he ganado, porque nunca pensé en nada llegando a 500 u 800. Todos esos números no significaban nada para mí, pero, por alguna razón, 1.000 significa mucho porque es un número enorme. Solo contar hasta 1.000 ya lleva un buen rato. Estoy muy orgulloso y feliz».
O lo que es lo mismo: ni él mismo es consciente de su grandeza. Son tantos los muros que ha derrumbado que hasta que no se retire no se dará cuenta de lo sembrado. Si Roger Federer logró su victoria número 1000 es, precisamente, porque no pensaba en ella. Para él no es lo más importante. Con tal de tener una raqueta en la mano es feliz, disfruta, se divierte, brilla, gana… una cadena que solo funciona si el primer eslabón está definido. Como todos los grandes genios, ha tenido indicios de decadencia, salvados uno a uno a base de esfuerzo, talento y una pasión inagotable por lo que hace. Es habitual escucharle dar las gracias a este deporte por todo lo que le ha dado. Algún día, cuando ya no esté –se me ponen los pelos de punta si lo pienso–, habrá que demostrarle que si el tenis ha llegado donde ha llegado, ha sido en parte gracias a él.
¿Cómo es posible que todavía siga ganando, que continúe en la élite, que fulmine a jugadores diez años menores? Hay gente que se pregunta estas cosas, personas que aún recuerdan su primer título en Milán, allá por el 2001, cuando su DNI apenas indicaba 20 primaveras. Si en aquel momento nos hubieran congelado 15 años para despertarnos hoy mismo, alucinaríamos viendo que todo sigue igual, dudaríamos hasta de la naturaleza del tiempo, pero es lo que tiene la realidad, que a veces supera a la ficción. El éxito ininterrumpido temporada tras temporada le ha regalado al suizo el privilegio de estar por encima de la victoria o la derrota, del ranking o de los récords. Nos encontramos ante una figura indiscutible para cualquier aficionado, un deportista con un solo rival en el horizonte: su leyenda. El único capaz de superar a Roger Federer es el propio Roger Federer. Mientras tanto, la victoria 1.001 ya está en camino.
* Fernando Murciego es periodista.
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