Federer maravilla en Dubái

por el 2 marzo, 2015 • 8:50

 

Roger Federer vuelve a ser noticia. El suizo degustó de nuevo el pasado fin de semana las mieles del éxito que tan bien conoce. Lo hizo de la manera que mejor le define, arrasando. Con un tenis mágico, no apto para escépticos. Y consumando la faena en el contexto más dulce posible: cuando nadie le esperaba. Todo apunta a que seis coronas en Dubái le parecían insuficientes al maestro, con lo que decidió aterrizar en los Emiratos Árabes Unidos con la idea de tripular por séptima vez en su carrera el barco que entregan como trofeo. Al de Basilea rara vez se le tuercen los planes cuando su físico, su mente y las condiciones del torneo se vinculan. El cemento árabe se mostró tan rápido como el helvético al deshacerse de sus oponentes, tanto que el número dos del mundo alcanzó la final ante Novak Djokovic con apenas tres horas y veinte minutos en las piernas y quince juegos perdidos en cuatro duelos. Un expreso que remató su viaje destruyendo al mejor navío de la flota y clavando un nuevo ancla en su palmarés. ¿La consecuencia? Lápiz, papel y otra vez a rescarse la cabeza por enésima vez en busca de un adjetivo que haga justicia con este bendito genio de la raqueta. Perdónenme, pero no soy yo, es él quien me obliga. Os presento las siete maravillas de Federer en Dubái.

La primera de las maravillas, la más pragmática de todas, son los siete entorchados que el suizo lleva conquistados en Dubái. Desde el primero en 2003 (ante Jiri Novak) hasta el último en 2015 (frente a Novak Djokovic) ha transcurrido más de una década. Un checo y un serbio que comparten algo más que nombre, ellos son la proa y la popa de un transatlántico que amenaza con aumentar el año próximo su extensión. Siete pequeños barcos con los que Federer puede formar hasta una pequeña tripulación. Solamente la hierba de Halle y de Wimbledon habían visto, hasta ahora, celebrar al helvético en tantas ocasiones. Dubái se incorpora a este tridente de plazas sagradas elevando a Federer como el primer tenista en dominar en siete ocasiones tres certámenes del circuito.

La segunda maravilla también está relacionada con los registros de su palmarés. Tras este nuevo título, el de Basilea se convierte, con 16, en el jugador con más ATP 500 de la era Open (7 en Dubái, 6 en Basilea, 2 en Róterdam y 1 en Tokio), siendo Rafael Nadal el segundo en la clasificación, con 15. Curiosamente, el suizo también lidera el ranking histórico de trofeos al aire libre empatado con su archienemigo de Manacor, ambos con 63 galardones en sus vitrinas. Qué mejor manera de copar estos dos nuevos récords que inclinando al mejor jugador del momento. «Es increíble, una locura. No creo que hubiese podido jugar mejor de lo que hice». Palabra del señor.

Precisamente el serbio es el artífice de la tercera maravilla. Ganarle al número uno del mundo siempre es un síntoma de satisfacción para quien persigue el distinguido objetivo de reinar por encima del resto, pero sí se hace sin fisuras y deleitando al respetable, el regocijo es todavía mayor. «Simplemente nos dedicamos a desarrollar nuestro juego, y el mejor hombre gana. Es realmente un placer enfrentarse a él, cada vez más«, dijo. Un desafío que cualquier otro jugador desearía evitar, a Federer le parece divertido. Así funcionan los genios, creciéndose ante la adversidad. Las cuatro finales perdidas de manera consecutiva ante el balcánico sobrevolaban el ambiente, el esbozo de recordar a Djokovic cediendo un título sobre pista dura, ya casi olvidado desde agosto de 2013, resultaba una quimera. Números y cifras, vienen y se van. El helvético se olvidó durante 80 minutos de quién tenía enfrente y se dedicó a enviar hechizos al otro de la red, como si del mejor mago se tratase. La conclusión del espectáculo deparaba un nuevo truco en la chistera, evidenciando que la mejor raqueta de la historia todavía es capaz de dominar a la mejor raqueta del planeta.

En su camino hacia el título, el 84º de su etapa profesional, se produjo la cuarta maravilla de la semana, la que interpretan las nuevas generaciones ante el orden establecido. Borna Coric, un imberbe con apenas 18 años, se presentó en semifinales tras tumbar al Andy Murray más errático de los últimos meses. Mientras el croata soñaba con hacer historia deshaciéndose de la figura que luce en los pósteres de su habitación, el suizo se dedicaba a diseñar el cuadro de un nuevo triunfo en su historial. De nuevo el anunciado relevo quedó eclipsado por la ambición imperturbable de los dueños de este negocio. Si hablamos de Federer, hay que añadir una nueva maravilla, la quinta del artículo. A la dificultad de seguir brillando en un vestuario en el que cada temporada el reparto de los bienes multiplica destinatarios, el suizo administra cada semana las dos grandes pasiones de su vida: el tenis y la familia. La leyenda urbana que narraba la imposibilidad de convivir con ambas premisas continúa evaporándose en el viento gracias a las hazañas diarias de un hombre que, con cuatro hijos a su cargo, cumplirá 34 años en agosto en su mejor momento de forma.

Debe ser una gozada que en cualquier plaza del mundo coreen tu nombre, juegues bien o mal, ganes o pierdas, haga frío o calor. En estos niveles se mueve el de Basilea tras 17 temporadas dándole sentido a este deporte. Toda una vida dedicada a servir al tenis para ahora, pise el suelo que pise, encontrarse al mundo rendido a sus pies. La penúltima de las maravillas, de las más complicadas de lograr. Pero lo más difícil es conservarla y, para eso, se necesita un espíritu guerrero que solo piense en crecer y mejorar. Segunda corona de la temporada tras tres pruebas disputadas, ingreso en el top-10 de la Race, récord de los 9.000 aces… Sembrar para luego recoger. Saltar el muro de la excelencia para alcanzar la eternidad.

Y llegamos al último de los párrafos donde aguarda la última de las maravillas recolectadas por Federer durante su semana fantástica en Dubái. Acaba el partido, aplausos en las gradas, la gente vuelve a casa… ¿y ahora qué? En el caso de Roger, el gran gobernador de títulos del siglo XXI, la única culminación cautivadora para el suizo sería la de presidir un nuevo Grand Slam, el 18º en su cuenta personal. Y para ello cuenta con la séptima maravilla en su poder: la esperanza. Esa que demuestra en cada golpe, en cada carrera, en cada gesto disconforme o en cada sonrisa de aprobación. Pero sobre todo, en cada una de sus declaraciones. Me gustó esta última, expuesta tras su victoria ante Nole: «Pasa el tiempo y cada vez me siento más joven, es curioso que la gente no haga más que recordarme la edad que tengo«. ¿El elixir de la raqueta? Seguramente. Suficiente para que la mente reproduzca virtualmente al suizo levantando su octavo Wimbledon. ¿Se imaginan? Eso sí que sería una maravilla.

* Fernando Murciego es periodista.




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