"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
Back on my beloved clay, that’s where it all started for me! #grind #dirtysocks pic.twitter.com/aO7HnoAQqr
— Roger Federer (@rogerfederer) April 11, 2014
Encontrar una aguja en un pajar. España ganando Eurovisión. Políticos diciendo la verdad. Messi fallando un gol. Una mujer sin cambios de humor. Son acontecimientos inusuales, sucesos que nadie se espera, hasta tal punto de que no te lo puedes llegar ni a imaginar. Roger Federer acaba de entrar en esta lista tras aceptar la invitación que el torneo de Montecarlo le tendió hace una semana. Sí, hablamos de una de las pistas malditas para el helvético, una plaza donde nunca salió a hombros. Cubierta de tierra batida, una sustancia que le produce sarpullidos al de Basilea. Todo esto a punto de cumplir 33 años y con el calendario ATP exprimiéndole mes a mes (viene de clasificar a su país para las semifinales de Copa Davis). Ninguno apostaba porque el suizo se dejara ver la melena por el principado monegasco, pero allí estará, luchando por objetivos que todavía se le resisten a sus salomónicas vitrinas y peleando sobre la arcilla frente a los protagonistas de sus peores pesadillas. Un tal Rafa y un tal Novak. Ante todas estas adversidades surge una pregunta: ¿por qué, Roger?
“Back on my beloved clay, that’s where it all started for me!“. Lo escribía el propio Federer en su cuenta de Twitter tras su primer entrenamiento en el Country Club de Montecarlo. Algo así como “De vuelta a mi amada tierra batida, aquí fue donde empezó todo“. ¿Amada tierra batida? ¿Estamos locos? El polvo de ladrillo ha significado el gran quebradero de cabeza del maestro suizo. Bueno, eso y Rafael Nadal Parera. Una combinación que ha servido para que la supremacía de Federer no huya sido más dictatorial todavía. Año tras año la historia se repetía sobre arcilla. El exnúmero uno del mundo alcanzaba finales de todos los colores pero solo se le escapaban las de color rojizo. El extraterrestre de Manacor le apartaba cada temporada del éxito en Montecarlo, Roma o París. Este último se clavaba directo en el corazón al impedirle completar el Grand Slam soñado, algo que se vería solucionado en 2009 tras la prematura eliminación de Nadal en Roland Garros ante Soderling. Entonces, ¿por qué vuelve Federer a la boca del lobo?
Vuelve porque se siente con más confianza que nunca. Vuelve porque, pese a caminar en la treintena, tiene unos números que nada tienen que envidiar a los más jóvenes. Vuelve porque las lesiones ya no son un obstáculo y la espalda está preparada para cualquier tipo de batalla. Vuelve porque el top-10 ya no le asusta, y así lo ha demostrado en lo que va de temporada, ganándole a Tsonga, Murray, Berdych o Djokovic. Y sobre todo, vuelve porque le han tocado en lo más hondo el orgullo. Se dijo que ya no tenía físico, que ya no le quedaba nivel para competir, que el ciclo de la vida había tomado la decisión final. El corazón del guerrero reaccionó. El honor del helvético estaba en juego y no se aceptaba un no presentado. Año nuevo, vida nueva. Así fue está siendo 2014 para Federer, un bálsamo para dejar atrás las decepciones y dar la bienvenida a las alegrías, las de siempre, las que han colocado al suizo como el mejor tenista de la historia. La tierra ha significado el mayor reto en su carrera y resulta un desafío mayúsculo volver a mancharse los calcetines como cuando era un principiante.
Desde 2011 no disfrutaba el Principado de Mónaco del tenis de Roger Federer. En aquella ocasión fue eliminado por Jurgen Melzer en cuartos de final. Pero su historial en el tercer Masters 1000 de la temporada es más gratificante de lo que parece. Hasta tres finales ha disputado el de Basilea en la arcilla francesa, y en las tres se chocó con Rafael Nadal (2006, 2007 y 2008). De no ser por el balear estaríamos ante un todoterreno capaz de torear ante cualquier circunstancia: cemento, pasto, arena o carpeta. Una rivalidad que ha retroalimentado el palmarés de ambos genios, haciéndolos más grandes si cabe. Así pues, el suizo ha aceptado esta invitación y estará por undécima vez en Montecarlo, una torneo que, pese a tantos intentos, se le sigue resistiendo.
Con un récord de 23-10 sobre el suelo monegasco, Federer tiene vía libre para llevarse un buen saco de puntos de esta oportunidad. Aunque aquí de nada le servirá el saque y volea impartido por su entrenador Stefan Edberg. Pese a ello, en la mente del suizo está llegar a Wimbledon, su templo sagrado, entre los cuatro primeros, algo que ahora mismo tiene en sus manos. Pero antes hay que hacer un buen papel en la gira europea de tierra batida. El maestro helvético no defiende muchos puntos: octavos de final en Madrid, final en Roma y cuartos de final en Roland Garros. La final italiana es la que más problemas puede darle al de Basilea, con lo que una participación decente en Montecarlo puede solventar una posible pérdida de puntos. La primera opción era volver a la actividad en el Masters de Madrid, pero el buen estado de forma y la confianza en sí mismo le han hecho adelantar su calendario.
Indian Wells y Miami ya son historia. Llega la tierra batida y el primer Masters 1000 ya está en marcha. Las bajas de Andy Murray y Juan Martín del Potro, únicos top-10 ausentes, incrementan el favoritismo de Rafa Nadal y Novak Djokovic, dos piezas que el suizo tendrá que tumbar si quiere ganar por primera vez allí. El sorteo del cuadro le ha colocado en una hipotética semifinal ante el serbio y una final contra el español. Antes le tocará driblar a hombres como Tsonga, Fognini o Berdych, peligrosos cualquier día del año. La aventura será tan complicada como apasionante. Federer no gana un título en tierra desde hace casi dos años (Madrid 2012), pero las estadísticas a estas alturas ya no son decisivas. El nuevo Roger está de caza y busca poner tierra de por medio entre los dos príncipes del tenis. El trono vuelve a ser cosa de tres.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: Roger Federer
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