"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
A Cesc se le esperó desde el mismo día en que se fue. El debate sobre su vuelta a Barcelona devino en tradición veraniega, como la cucaña o las sardinadas, después de varios intentos frustrados en los que Arsène Wenger, a última hora y con artes de gitano trilero, lo retenía prometiéndole al oído no sé qué ínsula en el océano. “Un año más”, le decía, “y si no ganamos nada, te vas”. Ahora que por fin forma parte de la plantilla del Barça, hay quien dice que todavía no ha llegado.
Sin caer en tremendismos, pues la temporada pasada de Fàbregas no fue, ni mucho menos, para olvidar, sí es cierto que la fórmula no funcionó como todos esperaban. El propio jugador reconoció no hace mucho que estuvo “bloqueado” durante gran parte del curso, y tanto él como Guardiola apuntaron en alguna ocasión que le estaba costando aclimatarse. De hecho, acabó viendo desde el banquillo los partidos cruciales ante el Real Madrid y el Chelsea.
Esta temporada, sin ir más lejos, tampoco ha sido titular frente a los blancos en el partido de ida de la Supercopa, pese a que fue precisamente Tito, durante su etapa como segundo de Guardiola, quien más insistió en rescatarle, pues veía en él el eslabón perfecto con el que completar la escalera de color Xavi-Iniesta-Cesc-Thiago. Partidos como el que jugó el domingo en el Reyno de Navarra, sin embargo, son los que abonan esa sensación de que el fichaje no va a resultar.
Puede que su intensa y prolongada etapa en el fútbol inglés, donde se desenvolvió como un mariscal de campo, le haya desprogramado el Idioma Barça o puede que nunca lo haya hablado correctamente y sí con mucho acento. Fàbregas no está cortado por el mismo patrón que otros centrocampistas de La Masia, más ortodoxos, como Xavi, Iniesta e incluso Thiago, pese a lo que el ritmo y cintura de este último puedan sugerir. El de Arenys de Mar está tocado por un punto anárquico y despistado, imprevisible. Mientras los volantes azulgranas gustan de mecer de un lado a otro el balón, en melodía suave y constante, a Fàbregas, más pachanguero, le ponen un poco nervioso esos academismos y su fútbol va más a ráfagas y es más trepidante.
Con Cesc, sin embargo, no queda otra que insistir. No es un fichaje cualquiera del que deshacerse a las primeras de cambio si la cosa no cuaja. Ha heredado un dorsal legendario, es mediocentro, posición por excelencia en Barcelona, y tiene un talento descomunal. Además, fue fichado con la misión de perpetuar una estirpe, la del centrocampista de La Masia, pese a no ser un miembro ‘puro’ del clan, como le ocurría a Andy García en ‘El Padrino III’.
* Jorge Martínez es periodista. En Twitter: @JorgeMartnez12
– Foto: Álvaro Barrientos (AP)
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