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“Juega muy bien pero es un loquito”. El gran formador de futbolistas argentino, Jorge Griffa, descartó al Pocho Lavezzi de joven. Le pedía que marcara y que se sacrificara más. Al hacerle un gesto con el dedo hacia abajo, el chico respondió con irse. Genio irreverente, Lavezzi hace fútbol de potrero y le ha agregado el oficio que le recriminaban. Su personalidad es muy fuerte, tiene mucho carácter. Va en camioneta, no sabe el número de tatuajes que se ha hecho, vive la vida. Dicen que debe mejorar su conducta pero es uno de los futbolistas más solidarios. Sabe que fue futbolista porque la gente humilde lo que más regala es una pelota. No olvida que para sobrevivir comía solo mate con pan duro. Tras cinco campañas de alto nivel se marcha de Nápoles, donde era un semidiós por reminiscencia maradoniana, y recala en el PSG, un equipo hecho para soñar a base de talonario. Otro buen escenario para las locuras con el cuero de un futbolista único y particular.
Centro de gravedad muy bajo, súper resistente en el cuerpo a cuerpo. Velocidad y aceleración al por mayor. El Pocho es el típico futbolista capacitado para revolucionar un partido con una de sus acciones o de desfondarse para que triunfen los otros. Como su socio en el Napoli, el uruguayo Cavani. Es muy intenso. Sale por un lado o por el otro e impregna a sus compañeros de ese espíritu. Juega como si el fútbol fuera una revuelta. Un motín en el que sus 173 centímetros parecen más grandes por su energía y vigor.
Se tira bien a las dos bandas. Una de sus cualidades, el manejo de las dos piernas, le ayuda a explotar la habilidad de abrirse a los dos costados, aunque en el flanco izquierdo encara mejor en busca de diagonales. Es muy vertical, busca el área con asiduidad y posee mucho más regate que toque. Por ello le costaría adaptarse a un esquema táctico con dos delanteros centros. Hace un daño terrible detrás de un punta de referencia. Dinámico como pocos, reconoce que hasta llegar a Italia nunca se esforzó en comprender la táctica. Pasar por el laboratorio de fútbol del Calcio le ha convertido en otro futbolista, más práctico pero igual de atractivo para el espectáculo. Donde más cómodo se siente es merodeando el área contraria.
No atesora una conducción delicada y aseada. Arranca de forma virulenta, más rudimentaria y algo tosca. Posee un disparo de gran potencia con ambas piernas. Arma el tiro con frecuencia. Esta temporada ha marcado 12 tantos, su mejor registro goleador en el viejo continente. Además, ha dejado huella por Europa. La mejor actuación que se le recuerda fue en la ida de los octavos de final de la Champions: dos goles ante el Chelsea. Va mal por arriba y usa poco la cabeza tanto para rematar como para pensar.
Le sale natural, tiene un don innato para el fútbol que lo alimenta de un corazón grande y un carácter fortísimo. Lidera desde el empuje y el coraje. El adjetivo argentino de pecho frío no es para él. Nunca se esconde. Lleva grabado el fútbol en la piel y la sangre. En espacios reducidos hace diabluras. No hay explicación. Inventa jugadas como se dibuja tatuajes: “No lo sé, no tienen significado, si me gustan en ese momento me los tatúo”. La técnica del fútbol instintivo.
* Alfonso Loaiza es periodista. En Twitter: @FonsiLoaiza
– Foto: EFE
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