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Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar y que es mejor no asegurar o prometer algo que luego no se pueda cumplir. Hace unos meses, Roberto Martínez, entrenador del Everton, hizo una promesa al propietario del club de Liverpool, Bill Kenwright: “Voy a clasificar al Everton para la Champions League”. Esta afirmación sorprendió a propios y extraños, aunque el técnico de Balaguer, que firmó por cuatro años, no se marcaba el reto para la primera temporada, sino en su andadura global como técnico del Everton.
La empresa no era nada fácil. Sin el potencial económico de Tottenham, Liverpool, Arsenal, Chelsea o los dos equipos de Manchester, el Everton vio cómo al inicio de temporada uno de sus mejores jugadores, Fellaini, hacía las maletas rumbo a Old Trafford. La plantilla tenía dos carencias principales: el puesto de delantero (Jelavic era demasiado poco y Koné tuvo la desgracia de lesionarse de gravedad) y el mediocentro. Los toffees consiguieron las cesiones de Romelu Lukaku y Gareth Barry. El primero, un delantero llamado a dominar en Europa los próximos años. El segundo, un jugador veterano de gran inteligencia posicional y clarividencia para sacar el esférico desde atrás. Si a esto le sumamos el paso delante de Barkley, la solvencia de su pareja de centrales o el nivel que han alcanzado Coleman y Baines (no sorprende), el Everton estaba en disposición de competir con los más grandes. El inicio de temporada fue bueno (aunque con numerosos empates). Pero los meses de enero y febrero se hicieron cuesta arriba. Mientras, Mata llegaba a Manchester y el Tottenham, de la mano de Adebayor, empezaba a entonarse. Peligraba, incluso, la Europa League. Pero seis victorias consecutivas han hecho que el sueño de la Champions siga vigente. Eso y la dinámica negativa del Arsenal. Precisamente la última victoria del Everton fue contra los gunners, punto de inflexión en el campeonato. Con menos posesión de balón, pero dominando el partido, el Everton fue muy superior al conjunto dirigido por Wenger, que en ningún momento dio la sensación de poder llevarse el partido. Un Arsenal que se deshincha una vez más en el tramo final de temporada. De favorito al título –según muchos– a poder quedarse fuera de la Champions League. Actualmente el Everton está quinto, a solo un punto, pero con un partido menos.
Para cumplir su promesa en la primera temporada, Roberto Martínez tiene seis finales. Y no serán fáciles: va a Sunderland, recibe a Crystal Palace y Manchester United, visita al Southampton, juega contra el Manchester City en Goodison Park y acaba la temporada en el estadio del Hull City. Por el contrario, los partidos del Arsenal parecen (aunque esto nunca se sabe) menos complicados: West Ham en casa, Hull City fuera, Newcastle y West Bromwich Albion en el Emirates y visita al Norwich City.
La temporada del Everton, más allá de lo que ocurra en estos partidos, ya puede ser considerada como positiva. En su primer año, Martínez ha cambiado el estilo del club, ha convencido a la afición de que a través de la posesión del balón se pueden lograr los objetivos y sus jugadores han encontrado a un líder con el que se identifican. Ejemplo de ello es la celebración de Lukaku tras el gol contra el Arsenal: corrió a abrazar al técnico catalán como si no hubiera mañana.
Además, el Everton ha sido capaz de mostrar distintas caras para competir. Como decíamos anteriormente, se acopló a la posesión de balón del Arsenal, se ordenó por detrás de él y definió gracias a su intensidad y a la transición ofensiva. Naismith, Mirallas y Barkley disfrutaron de las candidez y las separadas líneas del Arsenal.
El equipo está trabajado, la afición disfruta y Europa es casi una realidad. Pero la diferencia entre una buena temporada y un curso exitoso está en esa cuarta plaza. Roberto Martínez hizo una promesa el pasado verano. Está a 540 minutos de cumplirla.
* Ismael Ledesma es estudiante de Periodismo.
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