Todo el barcelonismo lo sabía, pero esperaba que una carambola divina cambiara el destino de uno de sus jugadores franquicia. Abidal compareció arropado por el grueso de la plantilla, con el gesto sereno y ojos palpitantes, cuyo brillo denotaba una emoción imposible de disimular. A su espalda, un cartel en blaugrana que rezaba: “Merci Abidal”. Agradecimiento de artificio muy en la línea de la pirotecnia verbal de la junta directiva. La grandeza del cartel irónicamente contrastaba con el empequeñecimiento del Barcelona como institución, ahora que en lo deportivo parecen sembrarse también las primeras dudas. Muy a su pesar, era el día de Eric Abidal, quien ha sido durante estos años el claro exponente del Barça emocional, tanto en el campo como fuera de él, cuyo ejemplo de superación tocó el cielo de Wembley hace dos años, al mismo tiempo que su coraje y entereza representaba a todos esos luchadores anónimos que han tenido que enfrentarse a esa enfermedad maldita e innombrable. El vestuario se cohesionó, alineado por una misma causa y el francés se convirtió en icono del barcelonismo. Una recaída y la necesidad de un trasplante de hígado truncaron su progresión pero no su determinación de volver al fútbol de élite. En esos momentos de tristeza y frustración es cuando surgen las palabras amables y las sonrisas, algunas repletas de crudeza y sentimiento y otras vacías como un vaso de papel. Josep María Bartomeu, vicepresidente deportivo, eligió lo segundo, aunque lo disfrazó de lo primero. Afirmó que el contrato de renovación de Eric Abidal ya estaba redactado y que se ejecutaría en cuanto el jugador disputara su primer partido. Nunca sabremos si la esperanza del club en que el jugador retornara a la élite era tan baja como la categoría moral del que afirma algo que no puede cumplir. El caso es que Abidal volvió a jugar un partido oficial el 6 de abril ante el Mallorca y más de uno tragó saliva.
Tras el éxtasis llegó el silencio de las corbatas apretadas, envuelto en la neblina de una gestión que comenzaba a dar bandazos y que nada decía acerca del futuro del francés, que continuaba jugando. La omertá barcelonista se propagaba en diferentes ámbitos ya muy manidos y aún huérfanos de explicación como la lesión de Messi o los casos Puyol y Valdés, a los que más tarde se les uniría Marc Muniesa. Desde el área técnica poco se comentaba acerca del estado físico y posible futuro real de Abidal y el tiempo corría irremediablemente, acentuando el nerviosismo del francés, que en alguna de sus declaraciones ya dio muestras de claros signos de resignación. Inundados por la falta de información, no se sabe si la directiva hizo una propuesta que el jugador rechazó o si realmente no hubo ofrecimiento alguno, pero el caso es que esta mañana Eric Abidal se despedía públicamente del club en el que militó los últimos seis años. El lateral se va contra su voluntad, con la sensación de fortaleza del que echa la vista atrás y ve las piedras del camino inspirando su lucha futura, en su mente, siempre de blaugrana. El club, representado en rueda de prensa por Sandro Rosell y Andoni Zubizarreta, volvió a adornar su decisión con bellos epítetos de despedida y la promesa de un próximo retorno, recordando a aquellos juramentos que se hacían al final del curso en el instituto, en los que la exaltación de la amistad garantizaba un contacto veraniego que jamás se producía. “Hasta cuando tú quieras”.
Es cierto que el Barcelona está en todo su derecho de prescindir de los servicios de Eric Abidal, como también lo es que el francés, lamentablemente, no puede garantizar una continuidad en su rendimiento y buena salud, por lo que su situación en el equipo, de haber permanecido, le hubiera relegado a una participación quizá testimonial. Es entendible, por tanto, la decisión del Barça de no renovar al lateral, como también es legítimo el deseo de Abidal, dentro de su convencimiento, de continuar jugando al fútbol de élite. Con las dos partes y sus posturas tan bien diferenciadas, esta situación de vergüenza y sonrojo podía haberse evitado. Si desde un primer momento se hubiera sido cauto y claro con la situación del francés, quizá la línea de flotación blaugrana no se hubiera vuelto a resentir en otro ejercicio de oscurantismo y bisoñez. Este era el cambio prometido hace ya tres años. Las palabras se las lleva el viento y en determinados despachos de Les Corts parece la costa este norteamericana. La borrachera de valores, tan pregonados en el pasado, ha convertido la sala de juntas del Barcelona en una fiesta de Nochevieja eterna en la que se brinda por el futuro mientras se borran los trazos del pasado. La credibilidad del club queda muy dañada tras este episodio en el que la figura de Abidal se erigió inmensa tras la naturalidad y sentir de sus palabras mientras la cúpula barcelonista apenas acertaba a esconderse tras el logo de Qatar Foundation. Se va uno de los grandes exponentes de lo que ha sido el Barça de la última época, otro más, que desde su llegada caminó de la mano con esa palabra en desuso que algunos llaman valors. Grabados a fuego en la mente barcelonista quedarán sus zancadas de gacela, sus celebraciones marcha atrás y su brazalete de capitán el día de la cuarta Copa de Europa, unido, como no, a su espíritu de superación, que le convirtió en inspiración no sólo en el mundo del fútbol. Mañana le toca el turno a Víctor Valdés, en el que será el adiós de otro buque insignia del club. Y aún estamos en mayo. Menos mal que el lunes se presenta Neymar.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: EFE
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