El cáncer rara vez avisa. Penaliza sin remisión los excesos y se sirve del azar para atacar a traición las dietas mediterráneas, las habitaciones sin humo y los sudores aérobicos y anaeróbicos, botella en mano y 0 % de alcohol. No entiende de privilegios ni paraísos fiscales, promulgando una igualdad devastadora. Todos tenemos o hemos tenido la desgracia de haber conocido a alguien, ya sea familiar, amigo, más cercano, más lejano, que haya padecido una “acumulación de células malignas en el organismo”. En el fragor de la enfermedad, los caprichos del destino nos invitan a habituarnos al uso de términos desconocidos e impronunciables: prefijos, sufijos y abreviaturas varias; intentos en vano de aportar cotidianidad a lo que a primera vista asociamos con la muerte. De ahí la brillante cita de Woody Allen en la fantástica película Desmontando a Harry: «Lo mejor que te pueden decir en la vida no es ‘Te quiero’, sino ‘Es benigno'».
La familiaridad con la enfermedad nos permite empatizar con el prójimo, de un modo u otro. Más si éste es un deportista de élite, destruyéndose en pedazos esa burbuja inalcanzable donde uno los sitúa para, de súbito, tenerlos delante de ti, con sus zapatillas de hospital, la bata abierta por la espalda y esa mirada tan familiar que les convierte para siempre en uno de los nuestros. El 15 de marzo de 2011, Eric Abidal anunciaba por sorpresa su inminente paso por el quirófano a causa de un tumor hepático. El bravo futbolista francés, bastión azulgrana en plenitud de su carrera, helaba la sangre del mundo del fútbol y se montaba en una montaña rusa de lucha e incerteza para reaparecer mes y medio después de forma testimonial en la triunfal semifinal de Liga de Campeones ante el Real Madrid en el Camp Nou. Semanas más tarde, cortesía de Puyol, el galo levantaba al cielo la cuarta Orejona de la historia del club. Esa copa escenificaba su triunfo, siempre parcial e impredecible, sobre la sombra que nunca se va y que nos hace ver la vida desde otro prisma: «He vendido todos mis coches. Es mejor invertir el dinero ayudando a los niños”.
La temporada pasada Abidal jugó 38 partidos oficiales, alternando el lateral con el centro de la defensa, hasta que no hubo Idus de marzo y la enfermedad lanzó su segundo envite. La necesidad inminente de un trasplante de hígado relegó la temporada a un segundo plano, golpeando a un vestuario doctorado en dramaturgia y obligando al futbolista a una retirada sine die. Gerard, primo de Abidal, donó parte de su hígado al jugador, poniendo la primera piedra en la recuperación del lateral francés, que en ningún momento abandonó la idea de un posible regreso a la alta competición, mientras veía por televisión cómo su selección caía en la Eurocopa ante España y arrancaba el nuevo Barça post Guardiola. Ya con el OK de los médicos, Abidal se hizo asiduo al gimnasio de la ciudad deportiva blaugrana, entrenando al margen del grupo, para a principios de año trasladarse al Vall d’Arán e «incrementar el ritmo de preparación y cimentar unas bases tanto físicas como mentales de cara a afrontar un inminente retorno», en palabras de su inseparable fisioterapeuta, Emili Ricart.
El pasado martes, un año después de la operación, Abidal volvió a jugar un partido de fútbol. El filial barcelonista se enfrentaba al Istres, de la segunda división francesa. Solo hubo un vencedor, un espigado y robusto atleta que ante el nuevo órdago vital se sacó otro as de la manga y plantó cara a los designios de la naturaleza. Su reaparición en los terrenos de juego aún es una incógnita, pero su recuperación, junto con la vuelta de Tito Vilanova, otro luchador, fortalecerá al grupo en el momento más importante de la temporada. El fútbol, y lo que no es fútbol, está de enhorabuena, y siendo resultadistas por una vez en la vida, todos podemos coincidir, sin rubor alguno, en que esta vez es el triunfo de uno de los nuestros.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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