Cualquier persona nacida en Europa, hombre o mujer, ha jugado al menos una vez al fútbol durante su infancia. Da igual si le gustaba o no. Era indiferente si tenía condiciones o no. El bombardeo mediático y la actitud de la mayoría le llevaba hasta allí.
Quizá podríamos pensar que un chico nacido en Zaragoza hace algo más de treinta años lo tendría, pese a todo, peor que los demás. Al fin y al cabo, vino al mundo sin brazos y con una pierna más corta que la otra. Lo que, a primera vista, complicaba sobremanera que en EGB (sí, existió, no es un libro) se uniera a sus amigos en el patio para dar unas patadas.
Ignoro cómo fue su primer día de colegio. Cuándo se acabaron las miradas de extrañeza de los niños (que, dicho sea de paso, se acostumbran a todo mucho antes que los mayores). Y, sobre todo, qué día decidió que él iba a colocarse en la mediapunta del equipo de su clase. Pero todo eso ocurrió. Y lo que es más importante: siguió ocurriendo.
Dice Javier Hernández que lo importante el juego es entenderlo, no practicarlo. Que por eso un señor de cien kilos es capaz de asfixiar a un jovencito de sesenta haciéndole correr por una pista de squash mientras él no se mueve de la cruz central. O que gracias a ello Pau Gasol ha evolucionado en una liga donde otros perfiles más dominantes estaban llamados a comérselo con patatas.
Él decidió que jugaría y jugó. Balones en profundidad no pilló ni uno, eso sí. Pero posicionamiento, pases e incluso goles sí que salieron de sus piernas. Seguramente porque ya lo veía todo desde las perspectiva del entrenador que es.
No es de extrañar, por esa regla de tres, que tenga el carné de técnico por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y el de director deportivo por la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Y aún menos que haya ejercido como periodista deportivo (titulado) o comentarista de radio.
Pero, por encima de todo, queda su mensaje en una sociedad que no ayuda a la persona con discapacidad (aunque él demuestra día a día que no merece ese calificativo) y en ocasiones no sabe dar los ejemplos adecuados a los que vienen detrás.
Después de graduarse, escribía crónicas en el Heraldo de Aragón más rápido que la mayoría de sus compañeros. Y como le molaba el tema, todavía le quedó tiempo para redactar a biografía de Luciano Martín Galetti.
Pero uno, dicen, se cansa de hacer siempre lo mismo. Y mirando la televisión decidió que quería probar la experiencia de disputar unos Juegos Paralímpicos. Nunca había nadado (por razones obvias), pero con 30 años necesitó solo 1200 días para plantarse en la final de Londres 2012, en la piscina en la que Michael Phelps había vuelto a batir todos los récords.
Y, sabedor de que mucha gente encuentra negrura en su día a día, decidió lanzarse a contar su historia para contabilizar ya más de ochenta charlas motivacionales en su cartera. Y las que le quedan.
Así que, llegados a este punto, nos preguntamos: si Gary Neville puede entrenar al Valencia, ¿por qué no podría hacerlo Javier? ¿Se dan cuenta del alcance mediático que supondría para cualquier club de fútbol contratarle como entrenador?
Desgraciadamente, ni el concepto de comunicación ni el de dar primeras oportunidades van de la mano de la lógica en España, sino de los simples contactos. Y mientras espera, sigue cambiándole la vida a las personas a través de sus palabras. Y esperando que, si no lo hace un club de fútbol, al menos una marca de coches tenga la visión adecuada para adaptarle uno de sus vehículos y conseguir un impacto de alto nivel.
Nada da más visibilidad que el deporte. Pero muchos, como dijo David Casinos, a pesar de que yo soy ciego, ven mucho menos que yo.
* David Blay es periodista.
– Foto: EFE
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