"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Fútbol / Inglaterra / Premier League
André Villas-Boas ha sorteado la semana más complicada desde que es entrenador del Tottenham. Las apuestas situaban al portugués como el favorito a ser el siguiente técnico destituido en la Premier League, pero la victoria conseguida ante el Tromso IL y el empate cosechado en casa ante el Manchester United le han permitido coger oxígeno, quién sabe por cuanto tiempo, para seguir intentando dar forma al nuevo proyecto tras la marcha de Gareth Bale.
No parece tarea fácil a tenor de lo mostrado en White Hart Lane con motivo de la visita del United. Sin la estrella galesa, el Tottenham sigue desnortado, sacando adelante puntos y partidos sin un rasgo que lo diferencie del resto, sumiéndolo en una mediocridad que amenaza con estancarlo lejos de la lucha por Europa. El espectáculo volvió a estar ausente en un partido que decidieron dos lanzamientos lejanos de Walker y Sandro convenientemente respondidos por un Rooney en estado de gracia. La posición que ocupa el conjunto del norte de Londres en la Premier League difícilmente justifica los 110 millones de euros invertidos en una plantilla que sigue sin dar signos de compenetración y a la que solo salvan fogonazos esporádicos de calidad mientras Soldado sigue empeorando sus estadísticas, convertido en una isla a la que apenas llegan balones.
Las alineaciones de Villas-Boas siguen apostando por el individualismo en las bandas –Lennon y Chadli– antes que en la combinación, mientras en la mediapunta se insiste en situar a Paulinho, buscando un sucedáneo de Yaya Touré que no termina de explotar, aunque al brasileño no se le discute el esfuerzo en el liderazgo de un equipo que parece cómodo viviendo en la apatía mientras los rivales directos siguen aprovechando la primera vuelta de la competición para conseguir una buena posición en la lucha por sus objetivos.
En un equipo diseñado para el toque y la posesión, no deja de sorprender la asiduidad con la que Dawson, Chiriches y Vertonghen se quitan los problemas de encima con balones largos que no hacen más que beneficiar al equipo rival, en este caso el Manchester United. O bien los zagueros no tienen las características que de ellos se espera o bien el doble pivote no ofrece las suficientes garantías para ser la primera opción de pase de estos últimos. Pasadas trece jornadas de competición, Villas-Boas no ha conseguido despejar esta duda, concentrado en ir salvando match-balls que le permitan ir asegurando su puesto a corto plazo. Si finalmente el portugués no corre peligro y termina asentándose, esta debería ser la primera faceta en la que centrarse para mejorar si la apuesta por la posesión no es, como hasta ahora, algo ficticio.
Si el Tottenham no mostró alma en el encuentro, tampoco se puede destacar mucho la participación del Manchester United en el mismo. La principal diferencia entre un equipo y otro es el estado de gracia de Wayne Rooney, el clavo al que se aferra David Moyes mientras busca la tecla que dé sentido al centro del campo de los red devils (en White Hart Lane fue Cleverley el que tomó el relevo de Ryan Giggs tras la goleada en Leverkusen). Los dos cañonazos que aportó el Tottenham fueron contestados velozmente por el delantero de Liverpool, que sigue compensando su autoestima con goles tras haber vivido alejado del área en la última etapa de la era Ferguson.
Junto a Rooney, la punta de ataque la completó Kagawa, que siente mucho más reconocible la posición de mediapunta puro, alejado de la banda izquierda en la que apenas mostró detalles cuando disfrutó de minutos en el pasado. El japonés comienza a sentirse cómodo sobre el césped y eso se nota, dando velocidad al ataque sin apenas tiempo para una transición calmada, como en el Dortmund de Jürgen Klopp cuando saltó a la primera plana internacional.
Defensivamente, el United dejó ver más fisuras que el Tottenham, con un Smalling endeble que apenas fue probado por Chadli. En la otra banda, Evra apenas tuvo protagonismo ofensivo, concentrado en anular primero a Lennon y después a Townsend, lo que terminó costándole su primera amarilla del campeonato. La pareja de centrales, formada por Evans y Vidic, no tuvo problemas con la marca de Soldado, prácticamente anulado por su propio equipo, pero sí se vio obligada a arriesgar más para echar un capote a Phil Jones con los jugadores de la línea de mediapuntas, los que suponían una amenaza real para De Gea.
El intercambio de chispazos terminó suponiendo un reparto de puntos que, si bien no supone una derrota, sigue dejando claro que, entre los grandes equipos de la Premier League, Tottenham y Manchester United son los únicos que se adentran en el maratoniano mes de diciembre sin tener aún clara una idea reconocible de juego que pueda definir a Villas-Boas y David Moyes como dos técnicos capaces de dejar una huella propia en sus equipos. Uno –el portugués– se muestra incapaz de conjuntar los talentos individuales surtidos por el nutrido talonario de Daniel Levy; el otro –Moyes– sigue viendo cómo los resultados, los grandes aliados de Sir Alex Ferguson, no siempre están de su lado cuando el juego no acompaña. La octava y novena posición que ambos ocupan no concuerdan con su nivel teórico, aunque sin duda están justificadas por lo que ofrecen domingo tras domingo sobre el césped.
* Agustín Galán es periodista.
– Foto: Action Images
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