"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Jeremy Enigk nunca estuvo solo. Cuando cantaba o gemía a la impotencia, lo podría haber hecho en nombre de muchos.
Y no, tampoco es que sea el propósito de uno recrearse en lo adverso de la invariabilidad. Menos aún engañar al ojo y fingir historias donde no las hay.
A estas alturas de temporada, cuando el frío aprieta, ya de sobra olvidada Maui, las Bahamas y esos siempre inquietos preludios, se puede decir con certeza que no todo sigue igual.
En Ann Arbor, por fin, el aire noventero parece cada vez más nítido. Igual que en Minnesota, de cuya cuadrilla casi nos habíamos olvidado en el pasado reciente. Los mozos de Calipari incluso pierden de vez en cuando, y los Hoosiers son, definitivamente, un equipo distinto. Al menos en comparación con el de dos cursos atrás.
Es solo que, en una madrugada como esta, con el año recién estrenado, la cabeza quizá tiende a cavilar demasiado. No me lo tenga en cuenta, serán sólo un par de minutos.
El domingo pasado, USC ganó. No es algo que estemos acostumbrados a decir desde que el escándalo Floyd-Mayo se llevase, hace cuatro años, buena parte del vigor de un programa sobradamente instaurado en una conferencia absolutamente establecida en el firmamento colegial. O eso parecía. Más cuando, después de una campaña históricamente desastrosa por Los Ángeles, el recorrido es el que es. Los Trojans acumulan ya seis derrotas, cayendo en prácticamente todos sus encuentros mínimamente comprometedores. El equipo demanda una identidad de la que lleva careciendo unos años; también un líder.
En esta tesitura, hasta una victoria fea, ajustada y en casa ante un conjunto de clase media, pero victoria, parece dar empuje a un equipo que gira más que nadie.
Ni entrenador ni jugadores han colmado, hasta el momento, las expectativas que había depositadas en ellos, y hay quien ya ve al primero fuera del equipo aún a unos meses del cierre del curso.
Veremos qué ocurre cuando se presente el calendario de una Pacific-12 que se adivina próxima a escapar, seguramente no de forma definitiva, de la órbita en la que lleva sumida unas cuantas temporadas.
Que no sólo la Southern sufre su particular crisis en la costa oeste. Sus vecinos de UCLA son (o fueron, habrá que ver) los primeros valedores de la liga de la capa caída. En Westwood se han tomado más en serio que en ningún otro lugar eso de la restauración, y han cargado al equipo de un talento que de momento no funciona. De la misma manera que con sus vecinos, no se sabe si es cosa más bien del banquillo. Y hay quien tampoco le da demasiado tiempo a Howland por el sur del estado soleado.
Algo parecido sucede en Carolina del Norte. Los Demon Deacons de Wake Forest, programa castizo donde los haya, llevan penando estos tres últimos años más que en su siglo de historia. Todos los dedos apuntan a Jeff Bzdelik y su staff, y un athletic director, dicen, incomprensiblemente indulgente. Ya nadie quiere jugar para el conjunto que vivía cómodamente en la élite de la conferencia no hace tanto. Tal es la crispación por esos lares que, ante las sucesivas críticas camufladas de cuestiones a la radio del equipo, por la que los seguidores tienen la posibilidad de preguntar al técnico en directo, los de arriba han decidido que, a partir de ahora, las consultas serán recibidas, grabadas y por último seleccionadas. No vaya a ser que se cuele un fanático incómodo.
Así las cosas, uno no puede dejar de maravillarse cuando cae en la cuenta de que, ignorando preocupantes inmovilidades, la quietud y la monotonía todavía pueden ser buen señal. Si no, que pregunten en Lawrence. El bueno de Bill Self, después de una década al cargo de los Jayhawks, no parece haber cambiado una pizca. Y sus chicos, aunque sean los hermanos pequeños de aquellos de mediados de la década pasada, tampoco.
Lo mejor es que seguramente sea así.
Touché, Enigk. Touché.
* Gabriel Pevida
– Foto: Jae C. Hong (AP)
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