"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
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Sabemos que la historia del tenis la protagonizan millones de individuos, pero solo la escriben unos pocos elegidos. Un estatuto odioso que valora más las vitrinas que las vivencias. Por suerte, en ocasiones acontecen historias que son capaces de superar a la mejor de las trayectorias. En esta ocasión, hablamos de un jugador estadounidense de 33 años, medallista de plata en unos Juegos Olímpicos, finalista en cuatro torneos de categoría Masters 1000, poseedor de seis títulos ATP y antiguo nº 7 de la clasificación ATP. Me lo temía, la mayoría seguís igual que hace quince segundos, tiempo más que suficiente para enumerar los hitos del susodicho. Sin embargo, esta incógnita se evapora de manera inmediata si sumamos que nuestro hombre lleva sin jugar un partido individual desde hace 18 meses debido a problemas cardiovasculares y psicológicos. Fin de la adivinanza. Se abre el telón y Mardy Fish (Edina, 1981) aparece tras él.
Para entender su historia desde la raíz hay que rebobinar un fragmento importante de la cinta, ocho años más tarde de que perdiera en Atenas aquella final olímpica ante Nicolas Massú o solo un curso después de que lograra su mejor ranking profesional. Nos remontamos a octubre de 2012, US Open, octavos de final. Fish alcanza la segunda semana del Grand Slam neoyorquino tras dejar en el camino a gente como Nikolay Davydenko o Gilles Simon, casi nada. En el horizonte aparece Roger Federer, por aquel entonces número uno del mundo y cinco veces campeón del torneo. Ese partido jamás se llegó a jugar y el suizo accedió sin desgaste alguno a la antepenúltima ronda. “No era mi intención, pero he tomado esta decisión siguiendo consejos médicos”, fueron las declaraciones de Fish tras no presentarse a la batalla, la última de aquel año para olvidar. Desde ahí hasta el cierre del calendario no disputaría más encuentros, pasando de estar a un paso de los diez primeros a caer al número 27 ATP. El tiempo se hizo mayor e inevitablemente salieron las respuestas.
Fish había sido intervenido por un doctor ese mismo mayo debido a una arritmia en el corazón, un problema que, cinco meses más tarde, se convirtió de nuevo en realidad. Estas anomalías ya las arrastraba desde 2011, eso sí, bajo secreto de sumario; nadie podía imaginar por lo que había pasado el americano, ni mucho menos lo que le faltaba todavía por sufrir. “Al final no importa cuán grande sea el partido o cuán especial sea la ocasión, la salud siempre está primero”, añadió su entrenador, Mark Knowles, tras su walkover en la Gran Manzana. Una confesión que suscitaba tanta aceptación como incertidumbre, la cual se acrecentó visto lo visto la temporada siguiente.
Nueve partidos (cuatro victorias y cinco derrotas), ese fue el balance de Fish en 2013. Los problemas cardíacos habían pasado de ser el problema a ser uno de los problemas. El de Minnesota ahora lidiaba también con un trastorno de ansiedad que le impedía hacer vida normal, obligándole a hacer ruta por varios psicólogos, modificar sus rutinas de siempre y abandonar por completo sus dedicaciones. Fueron cinco los torneos en los que se dejó ver el oriundo de Edina, todos dentro de la franja estadounidense. Contemplar una salida de mayor distancia se vislumbraba como una absoluta quimera. Los resultados no fueron positivos y el fantasma de la retirada aparecía como la solución más sencilla. Los 31 años ya pesaban y, sumados a unos problemas graves de salud, acercaban ambos puntos hacia un final tan triste como inevitable. El partido ya no se jugaba dentro de la cancha, como advirtió Knowles, había cosas más importantes, con lo que Mardy decidió alejarse de la vida pública, de la prensa y del tenis.
Pero esta historia no podía acabar así, sin un último latido de ese corazón aguerrido, una última carrera por superar la enfermedad, un épico regreso que desvaneciera la repugnante derrota. “Vuelvo a estar bajo control. Estoy normalizando mi vida en primer lugar, luego podremos preocuparnos del tenis”. Palabras de un luchador incapaz de coger una raqueta en todo 2014. Alguien que decidió bregar desde la sombra para volver, costase lo que costase, hasta la luz. Ya sin puntos ATP, sin ranking individual y con más automatismos con el palo de golf que con la raqueta, Mardy Fish disputó el pasado enero el Challenger de Dallas formando pareja junto a su buen amigo Mark Knowles. Ganaron un encuentro y se despidieron al siguiente, pero la prueba estaba superada, había que ir a por más. Esta misma tarde arranca el primer Masters 1000 de la temporada, Indian Wells, ese que un día privó a nuestro protagonista de la gloria en el último duelo (perdió la final de 2008 ante Novak Djokovic), el mismo que en pleno 2015 le verá regresar al más alto nivel 18 meses después. Ryan Harrison, una de las piedras sobre la que gira el futuro del tenis estadounidense, será su rival en primera ronda, un dulce comienzo en lo que será su último sprint entre los grandes, allí donde dejó su huella durante casi una década.
A estas alturas ya no queda nada por ganar ni nadie a quien vencer, solo el objetivo de cumplir una promesa personal en la que el único oponente sobre el tablero es él mismo. Con problemas cardíacos, con trastornos de ansiedad, con ataques de pánico, con casi dos temporadas tiradas por la borda en el mejor momento de su carrera, con una mochila llena de ingratos recuerdos como cuando tuvo que bajarse de un avión aterrorizado o cuando estuvo encerrado en una habitación durante tres meses. Con todo eso a la espalda, el pescadito Fish sale del agua en busca de una superficie colmada de aire y felicidad, mentalizado en disfrutar de las últimas olas de una regata en la que sea él quien decida cuándo es el punto y final. “Donde peor me sentía era en la cancha“, llegó a expresar el jugador en una de sus entrevistas en profundidad, palabras que negará dentro de unas horas cuando vuelva a sentir la adrenalina de la competición, cuando escuche a 15.000 personas corear su nombre, cuando sienta, una vez más, la magia de un escenario que un día se convirtió en su infierno particular. Es hora de volver al paraíso.
* Fernando Murciego es periodista.
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