Los alemanes son gente tranquila. Debajo de esa piel rosada y de esos cabellos rubios hay una mentalidad sosegada que dedica la mayor parte de su funcionamiento al trabajo y reserva el resto de neuronas para ser aniquiladas progresivamente en el consumo ingente de cerveza. En Múnich y otras regiones teutonas es habitual ver cómo los autóctonos de la zona desayunan una buena jarra de weissbier para regar una contundente würstel. Con un inicio de jornada semejante, resulta imposible estar alterados el resto del día. El estómago y el cerebro, muy ocupados en gestionar lo tomado, moldean la personalidad alemana para potenciar la productividad en las tareas diarias. En las vacaciones, los alemanes acuden a nuestras costas no para destrozar el inmobiliario público, como puede ser el caso del turismo británico, sino para sentarse en una terraza o en un chiringuito para continuar con el consumo de cerveza. Es decir, el sosiego de siempre.
Guardiola acabó cansado en Barcelona. El ritmo de juego, las exigencias que creaba un rival titánico y la presión mediática desgastaron al exentrenador culé hasta que tuvo que decir ‘basta, me voy’. Pep, de todas formas, no se quiso emancipar como entrenador sin antes tomarse una última Copa que terminó con el promedio de títulos más alto de la historia del fútbol. Se refugió en Nueva York para encontrar el reposo que iba buscando. Mala ciudad para ello, la capital del mundo, que nunca para quieta. Pero quizás allí encontró el anonimato que pocas ciudades grandes le ofrecían. Además, se alejaba de la lectura diaria de la prensa europea, que una semana lo colocaba en el City, la siguiente en el sueño de Berlusconi y la siguiente como heredero de Alex Ferguson.
Y probablemente, muchas de las noticias que aparecían en los medios sobre supuestas llamadas de los grandes clubes europeos a Guardiola fueran reales. No cuesta nada imaginarse a Abramovich tratando de convencerlo para aceptar el puesto en Stamford Bridge pocos días antes de cargarse a Roberto di Matteo. También resulta verosímil que Txiki Begiristain le invitase a la aventura citizen que él había emprendido. Pero solo hubo una llamada, una conversación que despertó el interés de Pep, esa que procedía de Múnich con una oferta del Bayern.
En Múnich, Guardiola podrá encontrar la tranquilidad que estaba buscando para seguir desarrollando su extraordinario talento como entrenador. Tendrá ante sí el reto de probar sus cualidades en unas condiciones diferentes (que no peores) de las que tuvo en Can Barça, sin sus niñitas ni sus jugones. Entrará como la estrella que le faltaba a la Bundesliga para considerarla una de las mejores ligas del mundo, si no la mejor. En el Bayern tendrá unas instalaciones y un personal de lujo, aderezado con una plantilla hambrienta de títulos y que quiere más que nada en el mundo quitarse las dos espinas que se clavó en dos finales de Champions League.
Y, sobre todo, podrá trabajar sin la presión constante de los medios de comunicación sobre sus hombros, sin los titulares sensacionalistas que se hubiera encontrado diariamente en Inglaterra, Italia y España; alejado de la exasperante lucha con Mourinho para enzarzarse en un enfrentamiento señorial con Klopp. Ese es el estilo de Guardiola. Que se abrochen los cinturones en Baviera.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Reuters
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