“Atrapado contra la unión de las cuerdas del ring, Benny se desliza hacia el suelo como cera derramada…“.
Es Frederic Porta quien narra el desmoronamiento de Benny Paret, sacudido en un KO mortal por Emile Griffith, en lo que Norman Mailer describió como “un bate de beisbol destrozando una calabaza“. Víctima y verdugo, Griffith es un boxeador más, pero nunca será uno de tantos.
Box, ring de doce cuerdas, submundo peculiar, repleto de leyendas hoy anacrónicas, reducidas a simples prejuicios para quien mantenga fascinación por esa bruma desvanecida por el paso del tiempo y la penitencia eterna de sus múltiples pecados. Muerto el perro y acabada la rabia, apenas nos quedan mitos recreados para despachar en cuatro palabras: el mazo de Jack Dempsey, la desvergüenza libre de Jack Johnson, la introspección de Gene Tunney, la desnuda honestidad de Rocky Marciano, el genio de Muhammad Ali. Si buscan foto para la definición de boxeador, allí debe estar el retrato de ‘Sugar’ Ray Robinson. Si quieren asociarlo a los bajos fondos, a la mafia, al truco, ahí queda Sonny Liston. El pavor a la derrota de Floyd Patterson, relatado entre líneas por Gay Talese. La fiereza primaria de Mike Tyson. Tantos, tantos otros, incalculable el número y la cantidad de legados. ¿Y a qué reducimos a Emile Griffith?
En la Revista nº 6 del Club Perarnau nos acercamos a esta historia imprescindible.
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