Resulta una temeridad hablar de los estertores de un equipo cuando nos referimos a un plantel con un espíritu competitivo irreductible y un hambre de victoria insaciable. Hablamos de la Argentina por la que han desfilado Ginóbili, Scola, Nocioni, Prigioni, Delfino u Oberto. La Argentina de la Generación Dorada. La de la plata en Indianápolis 2002, el oro en Atenas 2004 o el bronce en Pekín 2008. La de la raza indomable cuando se encuentra con un balón de baloncesto y lleva el escudo de su país cosido al pecho.
Por desgracia, el tiempo no pasa en balde, ni siquiera para las grandes estrellas del deporte. En pleno 2014 nos encontramos con una generación envejecida. Prigioni tiene 37 años. Scola y Nocioni, 34. Los Spurs no han dejado participar a Manu Ginóbili en el mundial por sus problemas físicos, mientras que Delfino se ha quedado fuera de la cita por motivos parecidos. La merma de potencial en el combinado albiceleste es notable, como comprobó la afición española en el amistoso de Madrid. Julio Lamas ha completado la convocatoria con Campazzo, Bortolin, Delia o Safar, cuya experiencia internacional se antoja insuficiente. También ha entrado en la lista Walter Herrmann, recuperado para el baloncesto de élite tras un amago de retirada. El exjugador de Fuenlabrada, Unicaja y Baskonia tampoco es un chaval. Ha contemplado 35 primaveras.
Hay motivos para hablar del final de una época. Durante los últimos grandes campeonatos, Argentina se ha resistido a caer de las posiciones de privilegio porque posee, además de calidad en cantidades industriales, una ambición y coraje únicos. Sin embargo, la veteranía pesa. Cada año un poco más. Su última presea en un mundial o unos Juegos Olímpicos data de 2008. Registró un quinto puesto en Turquía 2010 y una cuarta posición en Londres 2012. Actuaciones meritorias, pero alejadas del brillo de antaño.
Desde la descollante irrupción de la Generación Dorada en el Mundial 2002, donde solo una inexplicable decisión de los colegiados le privó de la gloria en una recordada final contra Yugoslavia, Argentina ha perdido efectivos. Maldito tiempo. Pepe Sánchez, Sconochini u Oberto, por citar algunos ejemplos, se apartaron con la esperanza de dejar paso a un relevo que ni ha llegado ni se le espera. Ningún jugador joven parece preparado a corto o medio plazo para coger el testigo de estos genios de la canasta.
Scola, Ginóbili o Nocioni han sido capaces de mantener alta la bandera argentina hasta el día de hoy porque son buenísimos. Porque para ganar un oro olímpico hay que exhibir un nivel colosal, y ya se sabe que el que tuvo, retuvo. Por eso, camino de los 40, Ginóbili ha conseguido ser protagonista en el éxito de unos Spurs legendarios, Scola forma parte de la rotación de una de las mejores franquicias de la NBA (Indiana Pacers) y Nocioni ha reforzado al subcampeón de Europa. Palabras mayores.
Los tres han sido los principales referentes de esta Argentina eterna. Los tres pilares sobre los que se ha sustentado un equipo histórico que se resiste a enterrar el hacha de guerra. Pensar en el combinado albiceleste es pensar en ellos, con el riesgo de caer en una tremenda injusticia. Con el peligro de obviar la tremenda aportación a la causa, en todos estos años, de Pepe Sánchez, Prigioni, Delfino, Sconochini, Herrmann, Wolkowisky, Oberto o Leo Gutiérrez. Si algo define a la mejor selección argentina de la historia es la palabra equipo. Por encima del talento imperecedero de varias individualidades de talla mundial.
Las bajas de Ginóbili y Delfino no son buenas noticias para encarar el campeonato. Sus ausencias suponen un hachazo a las aspiraciones del bloque de Lamas en el torneo. Tampoco han ayudado los problemas con la Confederación Argentina de Basquetbol (CABB), pero que nadie se confunda. Cuando los jugadores sudamericanos salten a la cancha, calienten y escuchen el himno de su país, estarán preparados para la batalla. Si los adversarios no lo están, peor para ellos.
Argentina está encuadrada en el Grupo B, con Croacia, Grecia, Puerto Rico, Filipinas y Senegal. El pase a octavos parece garantizado. Ahí quizás se vuelvan a encontrar con España, en un cruce que ha protagonizado algunos de los momentos más recordados del baloncesto FIBA en los últimos años, con el triple decisivo fallado por Nocioni en las semifinales del Mundial 2006 como ejemplo más gráfico.
Esta generación de oro merece despedirse de la escena internacional con honor. Con el mismo honor que ha derrochado por tantas canchas durante más de una década. Con el mismo orgullo con el que ha llevado la camiseta albiceleste hasta la cima de este deporte. Hasta colgarse un oro en los Juegos de Atenas. A las puertas del Olimpo.
* Javier Brizuela es periodista y filósofo.
– Foto: Reuters
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