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Noel Caballero, corresponsal de agencia en Tailandia, decidió comprar en Bangkok una guía sobre Bilbao para su visita a la capital vizcaína. El libro, en inglés y probablemente editado desde la distancia, era en su gran mayoría bastante preciso, pero contenía pequeños errores entre los que destacaba uno especialmente curioso sobre el acceso a la villa a través de la A-8 desde Santander: “Si usted decide entrar por Sabino Arana, a su izquierda podrá observar el mítico estadio de San Mamés resplandeciente”, venía a puntualizar.
Suerte que el periodista extremeño ya conocía Bilbao de una visita anterior y que la guía pirata no fue distribuida a gran escala, porque si no los accidentes en coche se hubieran convertido en algo habitual en las rampas de Sabino Arana, con los conductores buscando entre el caótico tráfico un estadio que no se ve. Y es que San Mamés no se alza magnifico en medio de una gran avenida o a las afueras de ciudad. Lo hace entre edificios, y la única manera de atisbarlo desde una distancia lejana es situarse en Pozas y ver el escudo dibujado en uno de los laterales.
Los fondos están flanqueados por la Casa de la Misericordia y la Universidad de Ingenieros, mientras que la cara más cercana a la carretera la rodean viviendas tan altas como el campo. Un estadio escondido, como lo llegó a definir en 1997 un periodista de la Sampdoria, que comparó la ubicación del templo bilbaíno con cualquier gran obra que uno puede encontrarse en las angostas calles del casco viejo de Roma.
La cuarta cara, la que debía poder divisarse desde el otro lado de la ría, estaba oculta hasta hace poco por la Feria de Muestras, derruida meses atrás. En su lugar se levanta ahora San Mamés Barria, que suplirá al actual estadio a partir de verano en lo que probablemente sea el cambio estratégico más importante de la historia del club.
En otras palabras, a partir de verano La Catedral, estadio mítico conocido en el mundo entero y donde el Athletic ha cosechado todos sus logros y forjado su historia, ya no estará. Desaparecerá entre grúas y mazas hasta quedar reducido a escombros. Con la obra morirá uno de los lugares más emblemáticos del fútbol español y también de la historia de Bilbao. Allí jugaron Pichichi, Bata, Zarra, Iriondo, Panizo, Venancio, Gaínza, Iribar, Uriarte, Dani, Rojo, Sarabia y muchos más.
Un campo que se levantó en 1913, con aforo para 3.500 personas, y que poco a poco fue creciendo hasta lo que conocemos hoy en día: la grada de Capuchinos, la Tribuna principal, el Arco, Tribuna Sur, Tribuna Este, Tribuna Norte… En 1982 contaba con un aforo de 46.000 personas, hasta que en el año de la Champions (1998) hubo que aplicar la normativa UEFA a la hora de quitar las vallas y se quedó en los 40 mil actuales.
En ese tiempo, los miles de aficionados vizcaínos han disfrutado de tardes antológicas. “Nadie es un verdadero bilbaíno hasta que no sube el Pagasarri y va a la Catedral”, reza el lema de un cómico diccionario sobre los habitantes del Botxo, y no le falta razón. Ir a San Mamés es una tradición que ha pasado de padres a hijos generación tras generación, convirtiéndose en rutina.
Llega un campo más nuevo, más grande, más accesible y más moderno, con 122 palcos VIP y aparcamiento subterráneo. Un campo cinco estrellas, capaz de albergar finales europeas y más acorde a lo que necesita el equipo, pero que genera cierta desconfianza entre el aficionado.
A partir de ahora habrá generaciones que no habrán conocido La Catedral y los padres tendrán más dificultades para transmitir a sus hijos lo que es el Athletic, lo que significa. Porque San Mamés es algo más que cemento y césped; es parte del club y, con su desaparición, comienza el reto de lograr que un fastuoso nuevo campo llegue a ser algo legendario. ¿Podrá el novato estar a la altura del anciano?
“El miedo es comprensible, esto es un campo grande, muy grande, y a todos se nos va a hacer muy extraña la nueva situación, pero estoy convencido de que no se va a perder esa magia, que la gente que lleva toda la vida viniendo aquí va a seguir apretando cerca”.
Habla Carlos Gurpegi, que tendrá el honor de ser el capitán en el último partido de La Catedral. Recibe a Perarnau Magazine en un San Mamés prácticamente vacío, en el que sólo quedan los servicios de limpieza y los aficionados de la visita guiada. Justo antes de iniciar la conversación en el palco, todo el grupo aparece y no desaprovecha la opción de fotografiarse con el centrocampista, que acepta encantado. “Nosotros trabajamos para hacer feliz a nuestra gente”.
Ya sentados, se emociona sinceramente cuando le toca hablar de lo que le supone el cambio: “A mí me da muchísima pena no poder seguir aquí. Entiendo que es un avance muy importante para el club, pero empezar una liga el año que viene sin pisar este césped se nos va a hacer a todos muy extraño. Hay aficionados que han conocido a su pareja de siempre en las gradas, momentos inolvidables. Es toda una vida y es difícil”.
“Todos somos conscientes de lo que significa la mudanza, pero ninguno pensamos que el año que viene no vamos a jugar en este campo. Cuando llegue el día del Levante y el árbitro pite el final, no sé cómo vamos a reaccionar. Será muy emotivo. Con todos los jugadores que han pasado por San Mamés, tener la oportunidad de ser uno de los catorce que pueda despedirse es un orgullo”, confiesa el navarro.
Situados en una zona comúnmente reservada para personalidades de traje y corbata, Gurpegi busca con la mirada el campo y enseguida fija su atención en la portería del fondo norte. “Tengo ‘feeling’ con ella”, bromea. Allí marcó su primer gol en Bilbao, al rematar un córner en un partido contra el Espanyol (4-1). También de la misma forma y en el mismo lugar logró el tanto más especial de su carrera: “Fue contra Osasuna, un gol en el último minuto en un partido que no habíamos jugado bien y parecía destinado al empate a cero”.
“Marcar en este estadio es una gozada, porque al tener la gente tan cerca, ves la alegría en sus caras y es algo que nunca se olvida”, asegura, mientras rememora el día de su debut en La Catedral, nada más y nada menos que contra el Barcelona, y de titular. Recuerda aquello con “tensión y alegría” y admite los nervios.
“Nunca has jugado con tanta gente y el cambio se nota mucho. Con los años, a todos nos hubiera gustado estar más tranquilos, porque al principio estás un poco atenazado y es difícil calmar el ímpetu. Ahora ya me toca ayudar a los chavales que suben”.
También en el área del norte vivió malas experiencias. Dos veces chocó contra un portero en plena disputa por el balón y acabó en el hospital. La primera, contra Lafuente, guardameta de su equipo, se saldó con una fractura maxilar que puso fin a su temporada. En la segunda se encontró con los puños de Cuellar, arquero de Sporting, y tocó intervención de la nariz.
Pero sin duda alguna el peor momento lo vivió en la 2006/2007, contra el Levante, en el partido más sobrecogedor de la historia del Athletic: “Fue terrible, porque si no ganas te vas a Segunda, algo que este equipo nunca ha vivido. La situación era dramática, llegamos con empate a cero al descanso y fue muy difícil para todos, porque el equipo tenía ocasiones pero el balón no entraba. Es el momento más angustioso que he podido vivir como jugador”.
“Cuando la gente está animada, porque las cosas funcionan, es todo mucho más fácil, pero en los momentos de tensión y de sufrimiento cuesta más y notas el nerviosismo. En este campo todo se palpa una barbaridad”, asegura, y rememora aquellas fechas en las que el Athletic realizó sus peores temporadas. “Cuando pendes de un hilo la gente está tan tensa que no puede ni animar. Recuerdo el partido contra el Zaragoza (con Clemente), que cada vez que llegaban tiraban al palo; era todo silencio. Luego con el gol de Fran (Yeste) la situación cambió, la gente se liberó y se vivió uno de esos momentos mágicos”.
Claro que también ha estado presente en la gloriosa etapa actual. Él es uno de los pocos jugadores rojiblancos de los últimos 20 años que puede presumir de haber peleado por hasta cuatro títulos. De todas las tardes memorables, Gurpegi destaca los partidos de vuelta en La Catedral contra el Sevilla (2009) y Sporting de Portugal (2012).
“El hecho de jugar una semifinal de vuelta en San Mamés y lograr la clasificación es algo increíble. Cuando el árbitro pita el final ves a todo el mundo tan feliz que te vuelves loco. Es una gozada”, recuerda el capitán, que ha jugado cuatro semifinales con la vuelta en casa, logrando en tres de ellas el acceso a la final.
Al igual que la mayoría de sus compañeros, Gurpegi frunce el ceño cuando le toca hablar de la presente temporada. La despedida no puede ser más dolorosa para los jugadores, incapaces en ningún momento del curso de desarrollar el fútbol que hace unos meses maravilló a toda Europa. Todo lo contrario, los rojiblancos han ido encadenando decepción tras decepción, hasta el punto de fijar la salvación como objetivo prioritario en un año tan simbólico.
El de Andosilla reconoce que todo lo ocurrido ha sido “muy duro” y, aunque es consciente de que la coyuntura ya no se puede arreglar, pide al menos acabar con buen sabor de boca: “No hemos podido darle la vuelta a la situación y somos los primeros dolidos por decir adiós de esta manera, pero ojalá podamos ganar los partidos que quedan para darle un pequeña alegría a la gente. No vamos a cambiar que la temporada no ha sido buena, pero al menos espero poder acabar como se merece”.
Bajamos al campo, su hábitat natural. “El césped está espectacular”, puntualiza, como deseando que en el nuevo estadio todo funcione igual de bien. Tras posar e intercambiar anécdotas aún le queda tiempo para hablar un buen rato con Carmen, una de las limpiadoras del estadio. Todo esto, sin ser consciente de que pocas semanas después será casi con toda seguridad el último capitán de San Mamés. “Es un auténtico orgullo”, expresa, y reconoce que le gustaría marcar el último gol. El último gol del campo anotado por el último capitán. Parece justo.
* Gontzal Hormaetxea es periodista.
– Fotos: Erik Ruiz (VAVEL)
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