"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Corrían otros tiempos por Can Barça durante el verano de 2002. Ni Serra Ferrer ni Charly Rexach cumplieron con las expectativas y el Barcelona volvió a aferrarse a Louis Van Gaal tras su periplo por la selección neerlandesa. Dos cuartos puestos consecutivos en la Liga, dos semifinales de Champions perdidas ante equipos españoles y un tercer año sin levantar ningún trofeo era demasiado para un equipo dominante en la última década de siglo XX. Por si fuera poco, el eterno rival acababa de coronarse en Glasgow rey de Europa por tercera vez en cinco años y se hacía con los servicios de uno de los mejores jugadores que había visto el Camp Nou en los últimos tiempos, un Ronaldo Nazario que se había reinventado en un futbolista de menos metros e igual relevancia. Un ‘9’ que venía de ganar el Mundial de Corea y Japón siendo el jugador bandera de la competición.
Arrancaba en el stage de Suiza el Barça 2002-03. El equipo se desprendía de su hombre más determinante en el último lustro, Rivaldo, que se iba a coste cero rumbo a San Siro tras una temporada marcada por su rodilla. Volvía la férrea vara de Van Gaal y las portadas ahora las ocupaba Juan Román Riquelme, Topo Gigio, el mayor ídolo de la Bombonera desde Maradona, que dos años antes había ganado la Intercontinental ante el Real Madrid de Figo. Un jugador tan difícil como talentoso. El de San Fernando, de 24 años, venía con galones de estrella, a ocupar a priori una posición detrás de Kluivert y/o Saviola, con libertad, y escudado por Luis Enrique. También llegarían Gaizka Mendieta, tras su fallido paso por el Lazio de Roma, y Robert Enke, un portero alemán con buenas referencias.
La pretemporada arrancaba bien, con sólo una derrota por 4-3 ante el Ajax en el Amsterdam Arena. Sin problema superaron la ronda previa de Champions ante el Legia de Varsovia, ganando con contundencia en casa (3-0) y sentenciando en Polonia (0-1).
Sin embargo, el inicio de la Liga comenzaba a vislumbrar algunos problemas, que ponían el foco sobre el nuevo ’10’ azulgrana y su relación con el técnico. Van Gaal reconoció a la prensa en más de una ocasión que nunca pidió a Román, cosa que sí hizo con Morientes o Mario Jardel (también vetó la vuelta de Ronaldo Nazario a la plantilla): “Riquelme no es una estrella. Tiene que adaptarse al Barcelona, porque en Boca Juniors todos trabajaban para él, pero aquí es uno más”. El legado de Rivaldo era gran y en España había que trabajar sin balón, con lo que nunca terminó de encontrar lugar en la pizarra del técnico, que cuando tiraba de él arrancaba desde la izquierda, posición en la que el argentino no se sentía cómodo. Ni siquiera la lesión de Luis Enrique en el tendón de Aquiles, que le apartó durante meses del equipo, sirvió para que Román se afianzara en la titularidad. Rendía bien, pero siempre por debajo de lo esperado.
Louis no cesó en su empeño de utilizar ese 3-6-1 (o 3-4-2-1) que nunca llegó a funcionar ni a ser asimilado por los jugadores: un central libre (Frank de Boer), dos marcadores (Puyol, Reiziger, Anderson, Navarro), un doble pivote escalonado (Xavi, Rochemback, Cocu), dos carrileros que ocupaban toda la banda (Mendieta, Motta, Gabri), dos mediapuntas más o menos abiertos (Luis Enrique, Saviola, Riquelme, Overmars) y Kluivert como referencia.
El resultado, demoledor: equipos con extremos puros, como Valencia y Deportivo, atacaban con mucha superioridad; construcción muy lejos del área rival y líneas muy separadas; sobreesfuerzo de Mendieta y Motta en las bandas –dos jugadores de menor recorrido y mayor calidad–, poca presión en campo rival y gran número de goles encajados; mediapuntas que no terminaban de conocer su posición real en el campo, jugadores fuera lugar y una larga enumeración de despropósitos.
La calidad no se había marchado, pero los resultados nunca llegaron. Una sonrojante derrota en el campo de La Magdalena ante el Novelda (3-2) –en primera ronda de Copa del Rey– y solo dos victorias en las seis primeras jornadas de Liga dejaban entrever que el año no sería fácil en Can Barça. En la jornada 20, pasado el ecuador de la competición casera, el Barcelona ocupaba el decimoquinto puesto de la tabla, a solo tres puntos del descenso, con nueve derrotas por solo seis victorias y con más goles en contra (28) que a favor (27).
Diciembre y enero fueron especialmente difíciles. Las derrotas eran cada vez más devastadoras para el club (1-0 en el Teresa Rivero ante el equipo que finalmente quedaría último; 0-3 y 2-4 en casa ante Sevilla y Valencia, respectivamente). Con el equipo bajo mínimos y con una dinámica tan negativa comenzaba a peligrar de verdad la presencia de los azulgranas en los campos europeos el siguiente año. La segunda etapa de Van Gaal acabaría en Vigo antes de tiempo, por la puerta de atrás, tras un 2-0 que radiografiaba el estado de un equipo apático, que no jugaba a nada y en el que la única noticia positiva era que ese tal Andrés Iniesta la tocaba de maravilla.
Radomir Antic llegaría para poner un poco de cordura a la insostenible situación tras la dramática derrota en el Calderón el 1 de febrero (3-0), con Toño de la Cruz como entrenador provisional. El serbio cogió a un equipo en coma y consiguió reconducir la situación y minimizar los daños. Con una segunda vuelta buena –que no excelente– con nueve victorias, seis empates y cuatro derrotas, logró meter al equipo en la UEFA tras un épico sprint final. No hubo ninguna fórmula secreta, tan solo sentido común: la llegada de Sorín permitía jugar con una línea de cuatro atrás que daba mayor seguridad y presencia en el campo; Overmars pegado a la banda izquierda para hacer daño por fuera; Mendieta adelantó su posición; más minutos para Riquelme; Saviola más cerca del área…
En competición europea el camino durante todo el año fue bien distinto, cediendo únicamente un empate –en San Siro– en los primeros 12 partidos, correspondientes a las dos primeras fases de grupos. Victorias de relativa importancia ante el Bayer Leverkusen, Galatasaray, Newcastle o Inter de Milán. Sin embargo, en cuartos de final, la Juve de Nedved, Del Piero, Thuram, Davids o Buffon, tras dos partidos igualados, impidió a los azulgrana vengarse del eterno rival en la segunda semifinal europea consecutiva.
Tras cuatro jornadas consecutivas ganadas se cerraba una temporada más para el olvido. En esa temporada, el equipo perdió los mismos partidos en nueve meses de Liga (12) que lleva perdidos actualmente desde la derrota en Los Pajaritos el 31 de agosto de 2008, en el estreno de Guardiola. Mientras tanto, en la acera de enfrente, el Madrid de los galácticos, a pesar de su irregular juego, conquistaba una Liga muy disputada con la Real Sociedad y seguía su senda victoriosa que alternaba competición liguera con trofeo europeo.
Hace diez años del último Barça oscuro que se recuerda. En el verano de 2003 llegarían las elecciones a la presidencia del club y el binomio Rijkaard/Ronaldinho que tanto cambiaría la cara al equipo. A pesar de pender de un hilo durante semanas y no ganar nada durante el primer año, comenzó a devolver la ilusión perdida al aficionado blaugrana tras esas duras cuatro temporadas del oscurantismo más duro. La incorporación en enero de Davids como interior izquierdo que liberaba a Ronnie, los metros que avanzó Xavi Hernández y la instauración del 4-3-3 asimétrico con el brasileño y Luis García jugando en los extremos a pierna cambiada supusieron una ruptura con el pasado.
Un sistema que se mejoraría el siguiente año con los Eto’o, Giuly y Deco, que sembraron la primera de las ocho temporadas más gloriosas de la historia del club. Un sistema que, tras dos años de paréntesis, terminó por perfeccionar Guardiola dando la batuta a Xavi e Iniesta y los galones a Lionel Messi.
Tres Champions League, cinco Ligas y dos Copas del Rey hacen olvidar que solo hace diez años atrás la estabilidad y los logros deportivos del equipo eran completamente distintos. Ahora el Barcelona es un equipo que, gane o pierda, siempre compite. Un conjunto que, venga o no de una mala racha, siempre parte como favorito.
La temporada dejó imagenes para el recuerdo: un jugador como Mendieta acabando los partidos sin oxígeno tras subir y bajar la banda durante 90 minutos, las primeras combinaciones entre Xavi e Iniesta, las transiciones defensivas que (no) hacía Riquelme, el gol de Zalayeta, el balance de 63 goles a favor y 47 en contra, los innumerables fallos de Kluivert, la ubicación de Motta o la celebración de la sexta plaza en la última jornada como si se hubiera ganado un trofeo continental.
* David González.
– Fotos: César Rangel (AP) – Morata (Mundo Deportivo) – Reuters
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