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El triunfo de Dunga, la derrota de Messi y Riquelme

por el 3 julio, 2015 • 21:20

 

Corrían tiempos extraños para Brasil en 2007. La pentacampeona del mundo venía de un comentado batacazo en el último mundial. Alemania 2006 fue un punto de inflexión. De una selección que contaba en su plantilla con Ronaldo, Ronaldinho, Kaká, Adriano, Roberto Carlos, Cafú o Juninho Pernambucano no se esperaba otra cosa que no fuese el regreso a casa con la copa de campeón. Ni mucho menos caer en cuartos contra Francia tras un campeonato marcado por un juego discreto. El encargado de liderar la nueva etapa fue Dunga, un personaje recurrente en la historia reciente de la Seleçao.

Ocho veranos después, el relato de los hechos, al menos en parte, se repetiría. Esos guiños del destino tan típicos del fútbol. Si profundizamos en la comparación 2006-2014, encontraremos semejanzas significativas. Pero también diferencias tan relevantes como la actuación de Brasil en el siguiente torneo.

En el caso que nos ocupa, la Copa América de 2007, la incertidumbre rodeaba los pronósticos sobre el papel de la verdeamarela. Un simple vistazo a la convocatoria inducía al desconcierto, cuando no a la inquietud. Habían desaparecido de la lista las estrellas mundiales que daban lustre al plantel en Alemania 2006. Ronaldinho y Kaká, por ejemplo, habían renunciado a competir en Venezuela. De la monstruosa conjunción de talento que se estampó contra Francia apenas quedaba el genio intermitente de Robinho.

Fue precisamente el jugador del Real Madrid el que se erigió en el líder de la escuadra, al menos en el apartado ofensivo. Por detrás de él, un equipo de pocos quilates que compensaba con el sudor de la frente la ausencia de talento natural en las botas. Era el conjunto de Alex, Juan, Gilberto, Josué, Mineiro… En el frente de ataque, junto a Robinho, Vágner Love y las llegadas desde atrás de Júlio Baptista. Dos físicos poderosos para escoltar al liviano ’11’ de la Seleçao.

Con semejante panorama, el plan de juego de Dunga estaba más o menos claro. El jogo bonito quedó aparcado en los vestuarios de los estadios venezolanos. Brasil no enamoró a nadie, pero ganó competitividad con el desarrollo del torneo. El tropezón inicial contra México fue superado por tres victorias consecutivas (dos de ellas ante la Chile anterior a la llegada de Bielsa) que le catapultaron a semifinales. Allí, Uruguay exprimió al máximo la resistencia emocional de Brasil. Solo la tanda de penaltis pudo con la tradicional garra charrúa. Dunga ya estaba donde quería para justificar su elección como seleccionador.

El partido decisivo deparaba un esperado cruce con Argentina. Pocos apostaban por la victoria de la Seleçao. A diferencia de los brasileños, los hombres del Coco Basile habían pasado por la competición con una autoridad casi insultante. Argentina contaba sus encuentros por triunfos, con 16 goles a favor y 3 en contra. Poca broma. Allí estaban, portando la albiceleste, Ayala, Zanetti, Verón, Mascherano, Riquelme, Tévez o Messi. Leo no era todavía aspirante al trono de mejor jugador de la historia, pero ya figuraba, sin duda, como uno de los talentos más desequilibrantes del planeta. Como muestra, el delicioso gesto técnico que supuso el 0-2 de la semifinal ante México.

Argentina era la favorita indiscutible, condición que no disgustaba a Dunga. Todo lo contrario. La presión de ganar sería del rival. Así que la pelota, sobre el papel, también. De este modo podría aprovechar la velocidad a la contra de sus atacantes. Si alguien llegó con unos minutos de retraso al José Encarnación Romero de Maracaibo, comprobó nada más entrar que el plan de Dunga, al margen de consideraciones estéticas, podía funcionar. Los pronósticos en las finales solo sirven para rellenar las horas previas. Baptista había estrenado la portería de Abbondanzieri con un trallazo que se instaló en la escuadra. No se habían disputado ni cinco minutos y el marcador sonreía a Brasil, un lobo con piel de cordero, en el choque más importante del torneo.

Messi comenzó el partido desde la banda derecha, pero no tardó en buscar la izquierda. Su movilidad era un peligro latente para el sistema defensivo brasileño. Una jugada del astro culé acabó, tras cesión de cabeza de Verón, con un zurdazo de Riquelme al poste. Argentina, proyectada en los pies de sus mejores jugadores, había llegado a la final. Lástima que no lo hiciera para quedarse. El ritmo en la circulación era pesado. Riquelme, Verón y Messi apenas recibían balones en condiciones de hacer daño. Tévez estaba aislado en punta.

Maicon, desde el lateral derecho, generaba peligro con sus incorporaciones al ataque. Ni Cambiasso ni Heinze tenían capacidad para frenarle en carrera. Más allá de la profundidad del defensa del Inter, Argentina tenía dos problemas estructurales, cada cual más grave: lentitud en el juego posicional y dificultades notables para recuperar el balón tras pérdida. El primer déficit era un regalo para la zaga brasileña. El segundo, una oportunidad para que los de Dunga eligiesen el camino a seguir cuando robasen el esférico. Bajar (todavía más) el partido de revoluciones o intentar machacar al contragolpe.

 

LA ENTRADA DE DANI ALVES AGRAVA LOS PROBLEMAS DE ARGENTINA

La albiceleste presentaba una ausencia preocupante de agresividad sin balón. De Riquelme, Messi y Verón no se podían esperar grandes sacrificios defensivos. Cambiasso y Mascherano (todavía verde) eran incapaces de contrarrestar la fortaleza de Brasil en el medio. La lesión de Elano pasada la media hora tampoco supuso una buena noticia para Argentina. Alves ocupó su lugar y con él llegó mayor capacidad asociativa y una amenaza ofensiva de primer orden con espacios. Dani acabaría la autopista que Maicon había empezado por la derecha.

Riquelme volvió a rondar el gol en el 35. Esa vez, Doni despejó su disparo con una gran intervención. Aquel fue el último coletazo del anémico bloque de Basile. Unos minutos después, una rápida combinación de Brasil finalizó en el pie derecho de Alves. Su centro al área provocó el autogol de Ayala. 2-0 al descanso. Sin hacer maravillas, pero con las ideas mucho más claras que su rival. Así llegó Brasil al vestuario.

Dunga estaba en su salsa. En la reanudación, Doni y Gilberto vieron la amarilla por perder tiempo, y eso que quedaba toda la segunda parte por delante. Un buen rato para dejar que el reloj corriese mientras se cortaba sin miramientos cualquier combinación que pudiese generar peligro. Brasil hizo 37 faltas, 14 más que Argentina. Riquelme y Messi se hartaron de colgar balones al área. Basile movió el banquillo a la desesperada: Aimar entró por Cambiasso y Lucho González por Verón. La incidencia en el devenir del encuentro fue nula. Rozando el minuto 70, una falta botada por Riquelme se convirtió en un gol de Dani Alves. La culpa la tuvo, además de un nuevo contragolpe bien trazado por los brasileños y la calidad en el golpeo del jugador del Sevilla, una ridícula transición defensiva: los argentinos bajaron al trote cochinero mientras sus rivales atravesaban como balas la hierba de Maracaibo.

Los últimos minutos dieron poco de sí. Apenas un gol anulado por fuera de juego a un gris Messi. Brasil no quiso hacer más sangre. Argentina mostró una apatía ante la derrota insólita. Lo peor no fue el resultado, sino la imagen de impotencia. Encajar un 3-0 frente a tu adversario histórico duele. Hacerlo sin que él haga un partido brillante escuece mucho más.

Gilberto Silva y Juan alzaron al cielo la octava Copa América teñida de verde y amarillo. Robinho se coronó como máximo goleador (seis tantos) y mejor jugador del torneo. El mismo Robinho que, ocho años más tarde, ha sido la principal arma ofensiva de Brasil ante la sanción de Neymar. Cosas que pueden ocurrir si no tienes un proyecto sólido y coherente.

En el verano de 2015, la magia de Riquelme lleva un tiempo retirada de los estadios, Alves sigue siendo uno de los mejores laterales derechos del mundo y Messi ha agotado los calificativos en torno a su fútbol. Hace un año, Brasil revivió el Maracanazo con una sonrojante derrota en semifinales del Mundial ante Alemania. De su Mundial. Aquel cuya organización reivindicaban las camisetas de los jugadores en la celebración del título en julio de 2007.

* Javier Brizuela es periodista y filósofo.





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