Éste es un hallazgo de proporciones históricas, si es que el fútbol quiere mantener la memoria de sus héroes y no quedar circunscrito al más reducido presente, a los avatares del momento en competición. Ferenc Plattkó, el ‘Oso Rubio de Hungría’ venerado en la célebre Oda de Rafael Alberti, padeció un final de existencia horrible, indigno para quien fuera gloria del fútbol europeo de los años 20, defensor de la portería del Barça durante la primera ‘Edad de Oro’ de la entidad, aquella protagonizada por los Samitier, Alcántara, Piera, Sastre, Arocha. Sancho, Torralba, Walter, Mas, Sagi y tantos otros que convirtieron el fútbol en fenómeno de masas y justificaron la edificación del ya derrocado coliseo de Las Corts. Las cartas que dirigió al club sólo fueron leídas por los destinatarios concretos y quedaron en un cajón, inéditas hasta hoy, cuando, a propósito de una consulta, han sido desempolvadas por Manel Tomàs, responsable del Centre de Documentació del Futbol Club Barcelona.
Tiempo atrás, mientras investigábamos en el deseo de recuperar tan mítica figura, supimos que era Ferenc y no Franz su nombre de pila, del mismo modo que el apellido, comúnmente conocido durante décadas como ‘Platko’, debía ser escrito Plattkó. El formidable portero, procedente del MTK de Budapest, llegó a Barcelona en 1923 para llenar el inmenso hueco dejado por Ricardo Zamora tras su regreso al Español, acontecido meses antes. Plattkó disputó un total de 189 partidos a lo largo de ocho campañas, con un palmarés de una Liga –la inaugural del campeonato, en 1929-, dos campeonatos previos de España y seis títulos de la Liga catalana. El gran Plattkó era un especialista formidable por su seguridad y carisma, pionero en las salidas, artista del blocaje y valiente como pocos. Esa audacia le valió el homenaje del sorprendido poeta Alberti, testimonio del primer encuentro de la final de Copa del 28, ganada por el Barcelona a la Real Sociedad tras tres partidos épicos celebrados en Santander que se prolongaron casi tres meses en el tiempo a causa de los Juegos Olímpicos de Amsterdam.
En un lance de la primera mitad de la inolvidable (y extremadamente dura) finalísima del 28, Plattkó se lanzó a los pies del delantero Cholín y recibió del donostiarra una tremenda patada en la cabeza que le dejó, literalmente, fuera de combate. Conducido al vestuario, pasó el descanso del partido entre cuidados de médicos y masajistas hasta que, ya iniciada la segunda mitad, vio llegar también golpeado y sangrando a Samitier. A Plattkó, aquello ya le pareció el colmo: Vendado con un aparatoso turbante que tapaba los seis puntos cosidos en vivo sobre la herida, mareado aún como la tópica sopa, saltó de nuevo al enfervorizado estadio de El Sardinero en aquella tarde de perros dispuesto a dejarse la piel que le quedaba. Entonces, por si hace falta recordarlo, no se admitía siquiera el cambio del portero y al pobre delantero canario Arocha le tocó suplirle en la larga ausencia. Salió Plattkó, perdió el vendaje en otro lance por los suelos y aguantó las embestidas norteñas hasta asegurar el 1-1 final, que forzaba partido de desempate. Después, fue internado en un hospital local, donde recibió incluso la visita de Carlos Gardel, gran embajador azulgrana del momento, desplazado hasta Santander para presenciar una final formidable que había despertado tremenda expectación en toda España. Baste decir que algunos cines de Madrid cobraron entrada a gente dispuesta a seguir en compañía la transmisión radiofónica del partidazo.
Tras la exhibición de pundonor, Plattkó ya no volvió a jugar la final. En los dos partidos siguientes fue sustituido en el arco por Llorens, detalle también ignorado en la transmisión de la leyenda. Curiosamente, fue el inicio de su ocaso como futbolista del Barça, aún cuando el recibimiento de la ciudad condal a sus héroes resultó apoteósico y repetido tres veces, tres, uno por cada partido disputado. También en Donostia sacaron incluso orquestas enteras a la calle para jalear a sus preferidos. Al cabo de tres semanas, Alberti publicó en la prensa su “Oda a Platko”, ya eterna, considerada entre las mejores poesías jamás dedicadas a un astro del balón.
Una vez colgadas las botas, Plattkó se convirtió en un trotamundos de los banquillos. Entrenó al Barcelona en dos ocasiones, para sintetizar su largo recorrido, y se desplazó por medio mundo: Suiza, Francia, Portugal, Estados Unidos -donde entrenó a la selección nacional mientras España entraba en su guerra civil-, Inglaterra -fue preparador del Arsenal-, Rumania y, tras un montón de tumbos, Argentina y Chile protagonizaron las dos últimas décadas de su trabajo profesional. Allí, dirigió tanto a Boca como a River y también, al potente Colo Colo de la época. Al final, decidió permanecer en compañía de los chilenos y allá se jubiló.
Hasta hoy, apenas sabíamos que Ferenc Plattkó deseaba enviar a Barcelona un baúl repleto de sus recuerdos personales de tiempos deportivos y que había pasado en la vejez algunas estrecheces económicas aliviadas por el club catalán. La percepción era errónea. Hoy, gracias a las indagaciones de Manel Tomás, conocemos al fin, tardísimo pero con evidente crudeza, tanta como certeza, que aquel “Oso Rubio de Hungría” tuvo un final nada acorde con su grandeza. Reproducimos ahora íntegramente el texto realizado por Tomás tras la consulta realizada. Por cierto, las cartas nunca fueron inventariadas, nadie las leyó en tres décadas:
“Durante los últimos años de su vida, Plattkó se hallaba enfermo y arruinado y escribía desesperadas cartas al club desde Santiago de Chile en petición de ayuda. En el mes de septiembre de 1979, la Agrupación de Antiguos Jugadores le asignó diez mil pesetas mensuales y las medicinas que necesitaba, pero, al parecer, con posterioridad esta ayuda quedó interrumpida, ya que en el tramo final de su existencia, Plattkó insistió en sus peticiones desesperadas de socorro. Así, en una carta mecanografiada, con fecha 10 de mayo del 83 y dirigida a un directivo del club, se quejaba en un castellano macarrónico de la falta de respuesta a una misiva anterior. Plattkó, un anciano de 84 años muy enfermo, le pedía a un directivo amigo la asistencia de un médico español para tratar la enfermedad de su esposa Olga, de 77 años, ya que, en su opinión, los doctores chilenos eran ‘nulos’”.
La carta siguiente, fechada el 26 de junio y con destinatario no especificado, ya resultaba escalofriante. Plattkó pedía desesperadamente un medicamento para el tratamiento del cáncer (Honvan st-52 Asta), del cual adjuntaba la receta. El antiguo portero y entrenador se quejaba de la llegada del invierno a Chile, que debían soportar “tapándonos con 5 mantas” por no poder utilizar ni una estufa de gas. Solicitaba urgentemente una ayuda por parte del Barça, ya fuera con la aportación de una peseta por cada socio barcelonista o con la celebración de un partido benéfico en el que el Club y él fueran al 50 %. Como contrapartida, Plattkó ofrecía al Club sus dos medallas de Oro que le acreditaban como campeón de España en las temporadas 1924/25 y 1927/28.
El Barça tuvo un postrer detalle con él, ya que en su última carta, fechada enigmáticamente el “10 de 1983” y dirigida a Pere Carreras, jefe de administración del Club, Plattkó agradecía la donación por parte del F. C. Barcelona de 350 dólares estadounidenses (unas 53.000 pesetas al cambio de la época), cantidad, al fin y al cabo, insuficiente, ya que insistía en recibir más ayuda porque “me falta mucho (por) los gastos que tengo”. En la carta, Plattkó afirmaba que el frío era insoportable y que “subieron 70 % de gas y electricidad, ya no es posible vivir de esta manera”. Además, volvía a indicar que estaba dispuesto a donar las dos medallas de oro de los campeonatos de España que aún conservaba, ya que había vendido todas las ganadas en los campeonatos catalanes. La carta acababa con una última súplica: “A lo mejor algunos socios pueden hacer colectividades para un verdadero héroe de la final de Santander”.
Plattkó murió en Santiago de Chile el 2 de septiembre de 1983. En su última carta dirigida al Club había añadido de su puño y letra: “Nací 1898. 2 Diciembre. Y soy más viejo que el Club, que se fundó en 1899”.
Hasta aquí, el formidable descubrimiento, las cartas del desesperado portero enviadas a su querido club. Treinta años hemos tardado en conocer el triste y auténtico final de toda una leyenda. Resuenan por contraste los versos del poeta, que ahora parecen casi cruel ironía: “¡Oh, Platko, Platko, Platko / tú, tan lejos de Hungría / ¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte? / Nadie, nadie se olvida / no, nadie, nadie, nadie…”. Pues sí, todos nos olvidamos de él, por lo visto y comprobado. Plattkó falleció misérrimo en el Chile de Pinochet, lanzando llamadas de socorro que nadie, nadie, quiso escuchar.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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