Hay ausencias que duelen tanto en el ámbito de lo deportivo que provocan ansiados regresos, una cuenta atrás casi diaria en el equipo en orfandad, que vive la agonía de un futuro continuo. Un ejemplo reciente, Russell Westbrook, cuya vuelta ha terminado de potenciar a Oklahoma City Thunder. Anteriormente, el esperadísimo Derrick Rose. Sin embargo, la ausencia de Kobe Bryant en los Lakers, fuera del impacto mediático, no ha sido así.
El discutidísimo Mike D’Antoni se las ha arreglado para hacer de los Lakers un equipo imprevisible, divertido de ver, más competitivo de lo que en un principio se anunciaba. Sin su máxima estrella y una plantilla literalmente en último año de contrato, el rendimiento global ha sido notable. Si hubiera que calificar la temporada de muchos de los miembros de la plantilla, casi valdría con la misma frase: por encima de lo esperado. Y así ha trascendido al ejercicio global. Blake, notable; Farmar, notable; Meeks, bien; Johnson, recuperado para el baloncesto; Henry, de defenestrado a minutos de gran calidad; Young, suficiente; etc. En una Conferencia Oeste hipervitaminada, donde los partidos valen su peso en oro, los Lakers recibieron a Kobe con saldo positivo, un 10-9 en su comparativa de victorias y derrotas.
El ha sorprendido al público general, pero no así a los analistas. D’Antoni ha conseguido una plantilla mucho más dispuesta a correr a un lado y otro de la cancha (incluso hacia atrás), crecida atléticamente (aunque inferior a los equipos importantes de la liga) y que aúna tanto talento como irregularidad. Así, son tan capaces de ganar un partido de mérito como de perder de forma vergonzosa.
Las dos bajas principales de este comienzo de temporada, Bryant y Nash, han coincidido, exactamente, con los dos miembros de la plantilla que más acaparan el balón. El tercero en la lista, un disgustado Pau Gasol, juega menos que nunca en su carrera y se queja de falta de importancia ofensiva. La realidad es que cuanto más se comparte la pelota, más imprevisible es el equipo, y eso, hasta ahora, le ha beneficiado. Mucho ha de mejorar Gasol para recuperar los galones de antaño. Primero porque defensivamente tiene un rendimiento discutible. Segundo, porque se le van agotando la excusas una vez que se ha mostrado su incomodidad tanto con un técnico ofensivo (D’Antoni) como con uno defensivo (Mike Brown). A Gasol ya solo le queda su propio rendimiento para ganarse el espacio que demanda y eso pasa, indudablemente, por acercarse todo lo posible al aro.
Con Kobe el panorama cambia de repente, y será ahí cuando D’Antoni tenga que mostrar que no oólo es buen entrenador cuando los ingredientes son de su agrado. El viejo Kobe es una pesadilla para D’Antoni. Con una tendencia cada vez más pronunciada a jugar al poste, la manía de ser protagonista y acaparar el balón lo exija o no el ritmo de juego, la multiplicación de fintas y bote por cada balón que cae en sus manos y una tremenda sabiduría con la que consigue ir una y otra vez a la línea de tiros libres, Bryant parece la antítesis de lo que ahora exige el equipo. Además, Kobe ya no corre como antes, y peor, tampoco defiende igual. Y los Lakers necesitan tanto de cada una de sus piezas que no pueden perder el tiempo buscando mártires defensivos.
El problema es que, aún siendo mejor de lo esperado el rendimiento sin Kobe, el equipo necesitará aclimatarse justo cuando la temporada exige máxima concentración. Y probablemente, cuando termine la adaptación de Kobe, quedará aún la de Nash –si vuelve–, y tienen por el camino que adaptar a Gasol. Y eso mientras el resto demanda jugar a otra cosa. Del triángulo ofensivo de Jackson se ha pasado al triángulo imposible de D’Antoni (Nash-Kobe-Gasol o Gasol-Kobe-D’Antoni o usen ustedes la combinación que deseen), donde solo un milagro podría traducirse en éxito. Hace tan solo unos días, Kobe aseguraba: “quiero demostrar a todos que los Lakers han acertado y todos los demás estaban equivocados». Lo va a tener complicado.
* Javier López Menacho.
– Foto: Danny Moloshok (Reuters)
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