El tiempo siempre dice la verdad

por el 5 junio, 2016 • 0:22

 

De las casi 16.000 personas presentes en el estadio Philippe Chatrier, solamente una sonríe. Serena Williams acaba de perder su primera final de Roland Garros, la segunda consecutiva en Grand Slam, pero una bola que corrige su dirección por un centímetro le provoca este gesto amable hacia la grada. Al otro lado de la red, una niña de 22 años se convierte en mujer pero ella aún no lo sabe. Intuye una pelota ajustada, busca la marca a lo lejos, pero tiene que ser Pascal María el que confirme sus deseos. Todavía incrédula, se gira 180 grados en busca de su equipo, está en trance, se lleva las manos a la cabeza, y se derrumba de inmediato. Garbiñe Muguruza es la campeona. La arcilla parisina adopta el molde de su cuerpo durante unos instantes, sin prisa, es un momento para inmortalizar. El abrazo entre rivales se produce en el campo de la hispano-venezolana, tiene que ser la estadounidense la que cruce la cinta para darle la enhorabuena a su oponente, igual que tantas otra veces tuvieron que ir a felicitarla a ella. Todo esto ocurre en un suspiro, segundos de reloj adornados por una sonora ovación de un respetable que fue tan privilegiado como siempre. Ante sus ojos aconteció el primer arañazo a la historia de una jugadora llamada a despedazar buena parte de la biografía del deporte de la raqueta. Y por suerte, defiende nuestros colores.

Había un ligero pavor a esta final debido a un par de motivos. El primero, el más obvio, el de tener como contrincante a Serena Williams, la mejor jugadora que el tenis ha visto en el presente siglo. La segunda, directamente relacionada con la primera, debido a aquella final de Wimbledon resuelta hace casi un año a favor de la norteamericana. Curiosamente yo pensaba todo lo contrario, para variar. La mitad del trofeo que ayer mismo levantaba Garbiñe se ganó justamente en el All England Club hace diez meses. Era la primera gran función para Muguruza a nivel profesional, en el mejor teatro del mundo y encima le tocaba compaginar su actuación con la solista más formidable del vestuario. Aquello acabó siendo de todo menos una balada, pero sirvió y de qué manera para aprehender una buena melodía pese a la derrota. Garbiñe salió derrotada pero con una lección para siempre en su maleta. Esta vez, con unas cuantas experiencias más en su instrumento y un tapete completamente distinto al anterior, la caraqueña supo brillar durante toda la ejecución por encima de su adversaria, tanto en las notas más altas como en las bajas. La experiencia de Londres se convirtió en el primer escalón para coronarse en el auditorio con más solera de París. Por supuesto, no sin nervios, no sin momentos de debilidad, no sin el miedo al fracaso, pero con una estrella en los pentagramas relevantes para no desafinar al final de la obra. Eso, y una simpática señora rescatada de la época más folclórica que se encargaba de mantener cerca a los astros para que todo saliera bien.

«He jugado todos los partidos muy concentrada y hoy, contra la mejor jugadora del mundo he salido a morder la pista. Me han servido y mucho todos los duelos contra ella y fundamentalmente, no tenerla miedo. Me entreno y hago todo para estar aquí en las finales y lo he aprovechado todo lo que he podido. Las dos desplegamos un juego basado en la potencia y buscamos dominar. La lucha estaba en saber aguantar y cometer menos fallos. Para mí y para España esto es increíble. No tengo palabras para describir lo que siento. París sigue siendo el torneo de los españoles«.

 

Pero no solo quiero centrarme en el oro, la plata también merece un parrafito. Ayer, pese a toda la grandeza que le rodea, no era un día fácil para ser Serena Williams. Y sin embargo, ella bordó el papel sin fisuras. Afincada en la final después de tres días ininterrumpidos de actividad, perjudicada por unas molestias en su aductor derecho durante todo el torneo y perseguida desde hace varios meses por unos titulares que esperan cual borrador para situarla a la misma altura que Steffi Graf y sus 22 majors. Esto fue, entre otros muchos obstáculos, lo que impidió que la de Saginaw volviese a tocar el cielo con las manos. Cómo pesa un galardón cuando se otorga antes de firmarlo. Pasó en Nueva York, se repitió en Melbourne y volvió a suceder en París. Pero en esta ocasión con más factores de por medio; el más importante, el de una jugadora que goza de todas las armas para anular el poderoso arsenal de la estadounidense. «No voy a buscar ningún tipo de excusa. La realidad es que no he mostrado el nivel de juego suficiente para ganar a mi rival. Creo que Muguruza tiene un futuro brillante, no tengo dudas de eso. Ya juega en los grandes estadios y a partir de ahora ya sabe lo que es ganar un Grand Slam«, sentenció la menor de las Williams, honorable en la victoria y, sobre todo, en la derrota.

Me fallaría a mí mismo si en un día como hoy, de celebración, no me acordara de los haters. Que sí, reconozco que estamos en un momento de euforia desatada, que no es oportunidad para rebuscar en el cubo de los trapos sucios y que ésta ni siquiera es su fiesta, pero si no les dejo un recadito, esta noche no dormiré igual. Parece mentira que ante un proyecto de la talla de Garbiñe hubiera gente con dudas a la hora de subirse al barco. Pero los hubo. Los hubo y los hay. En la época actual, oteando el panorama deportivo, la paciencia brilla por su ausencia. Apenas tenía Muguruza 19 años y la gente ya la quería ver pegándose ante las mejores del circuito. Avanzaba Muguruza dentro del top100 y muchos ya la querían empujar hasta las diez primeras del concurso. Ganaba Muguruza su primer título y un buen grupo ya casi le obligaba a empezar a sumar coronas cada mes. Rompía Muguruza la baraja en el último acto de Wimbledon y más de uno ya no se conformaba con algo que no fuera pisar cada final de Grand Slam. En parte es comprensible, a veces las ganas pueden confundirse con la realidad, pero jamás aceptaré a aquellos que la dieron como un ‘experimento fallido’ al ver su fatigosa regularidad o al verla ceder en rondas prematuras ante jugadoras con un escaparate menor. Muchos de esos ayer se quitaron la venda y saltaron de banda, otros se cambiaron la chaqueta por un día y todavía alguno queda aguardando en la sombra esperando jornadas de luto. Este triunfo también va por ellos, que lo disfruten.

Lo único indiscutible es que 18 años después, España vuelve a tener una jugadora campeona de Grand Slam, la tercera de su larga historia. Arantxa, Conchita y Garbiñe, el trío maravilla. Las dos primeras allanaron el camino y la tercera se va a encargar de mantener la siembra. Cómo no, la primera piedra del collar solo podía llegar en tierra batida, en Roland Garros, un torneo francés encargado de encumbrar al tenis español. Difícil no alegrarse tras una conquista así, imposible lo ilusionarse con muchas más. Por suerte en el tenis, el talento y el trabajo siempre acaba inclinando al resto de adversidades y, en el caso de Muguruza, solo la liquidez de las etapas despejaría una ecuación que muchos se negaron a estudiar. Hablar sabemos todos pero la evaluación final solo la tiene el juez supremo: el tiempo. Y ahí tenemos el resultado. Una temporada donde los cinco primeros meses habían sido discretos, acaba catapultando a una joven de 22 años a capturar su primer Grand Slam e instalarse a menos de 2.000 puntos de la número uno mundial. Esta máquina ya empieza a carburar con firmeza y no fueron pocos los que avisaron. La ‘Mina Muguruza’ comienza a dar sus frutos.

Fernando Murciego es periodista.




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