"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
Mourinho le regaló tiempo. Lo más precioso en el deporte de alta competición: tiempo. Tiempo para probar, corregir, modificar y pasar a limpio cualquier borrador. Zubizarreta también tuvo mucho que ver, pues convenció al presidente Rosell para que el equipo hiciera la pretemporada en casa en vez de en los aviones, que fue lo acostumbrado en los últimos años. La decisión no era coyuntural por la llegada de Tito Vilanova: ya estaba tomada de antes, cuando todavía Guardiola era el jefe. El pulso del equipo latía lento tras cuatro años de taquicardia permanente y el Barça en pleno creyó llegada la hora de hacer mejor las cosas desde el primer minuto, con lo que se suspendió la gira veraniega y los jugadores pudieron entrenarse en plenitud. Siendo los mismos, había que volver a iniciar el camino desde el kilómetro cero.
Y entonces, Mourinho regaló tiempo. Probablemente sin ser consciente de ello y, por descontado, sin desearlo. Pero ocurrió: el Real Madrid fue dejando escapar al Barça como quien ve languidecer la tarde, sin apenas percibir que la luz del día se va apagando hasta que el frío te invade. De aquel primer Barça que estrenó Tito en agosto al actual solo el color de la camiseta se mantiene intacto: las dudas se han convertido en certidumbres; las cuestiones pendientes han ido resolviéndose; la complejidad táctica ha desembocado en fluidez; y el pulso leve, en latido potente. Sin duda, no todo está bien ni todo es sencillo y fácil, ni está exento de flaquezas, dificultades o problemas. [La propia enfermedad de Tito, conocida ayer, se antoja un nuevo y grave obstáculo]. Desde encajar las piezas a corregir debilidades, al Barça le sigue quedando trecho por recorrer hasta volver a ser invulnerable a cualquier accidente del azar, pero por el camino ha avanzado tanto que está ya en un tris de convertir el bajón del curso pasado en un pequeño lapsus, como si fuese el rellano de la escalera donde tomar aire para subir con más energía.
Con muy notable diferencias en duración y causas, ese paréntesis podría recordar al de los dos años de la “autocomplacencia”, cuando un equipo que parecía llamado a ser legendario (por títulos y juego) se dejó ir. Parecía todo perdido, llegó Guardiola, tomó decisiones serias y el equipo galopó como jamás nadie antes. Visto en perspectiva, entre el Barça de Rijkaard que parecía llamado a dominar el mundo y el de Guardiola -que lo dominó- solo hubo un paréntesis, un rellano en el que tomar aire. Cuando al de Guardiola le bajó la tensión, un verano de serenidad ha permitido regresar al frenesí y en este caso ni siquiera podemos hablar de paréntesis, sino apenas de un breve respiro, como si se tratara de un proceso continuo que empezó en 2003, fue madurando, sufrió altibajos, pero permitió -ya pronto se cumplirá una década- dominar, dominar y dominar. El Barça de Rijkaard podría representar la infancia balbuceante, el de Guardiola la adolescencia exuberante, el de Vilanova la madurez serena. Y todavía mucho por hacer en la gestión del tiempo, ese gran escultor.
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