Lo mejor de Xabi Alonso es que nunca le conoceremos del todo. Bien es cierto que nunca se termina de conocer del todo a nadie, pero a él, mucho menos. Porque juega al despiste y no es uno, sino dos los Alonsos que trotan por el campo. Mejor dicho, Xabi es la mezcla de dos mitades antagónicas que terminan difuminando su verdadera naturaleza. Es el esteta de pases kilométricos y quirúrgicos y también el bregador que se tira al barro o saca fuerte la pierna. Lo da todo en el verde pero no pierde la compostura. Grita y bracea y al rato se le dibuja en el rostro una mueca irónica, como si no conociese otra actitud que la condescendencia. Ha dicho alguna vez que le gusta Mad Men y no es difícil imaginarlo caminando por la Quinta Avenida enfundado en un traje impecable, en un trasunto de Don Draper; igual de fácil que verlo en el lodazal de Deadwood imponiendo su ley, la del más fuerte, con su barba color azafrán y los antebrazos peludos asomándole por la camisa arremangada. Es el ímpetu de un aizkolari y el escepticismo de Baroja. Pincha con el estoque o sacude con el hacha, tanto da.
El Madrid más espectacular de los últimos tres años, aquel que arrasó rivales como una plaga bíblica durante el otoño de 2011, tuvo su razón de ser, sobre todo, en el formidable estado de forma del vasco. Nunca hiló tan fino como entonces. Con tronco de estibador y piernas de bailarín, Alonso desataba tormentas con suaves ademanes.
Pero los rivales aprendieron a atosigarle y el tolosarra no volvió a alcanzar ese nivel superlativo. De hecho se quedó sin aliento gran parte de aquella temporada, en la que siguió jugándolo todo con dos palmos de lengua fuera y el equipo lo acusó perdiendo lustre, que no partidos. Entonces podría haberse quedado en el banquillo en alguna ocasión, extremo que nunca ocurrió porque no hay en toda la plantilla un jugador de perfil similar.
Alonso salió de aquel bache y cuajó una Eurocopa estupenda, de menos a más, con una actuación soberbia ante Francia. Además se reivindicó como lo que es: un outsider sin más escuela que la de la Concha cuando baja la marea. Un hombre-orquesta capaz de encontrar acomodo entre el cuarteto de cuerda blaugrana que ocupa el mediocampo de la selección. Un futbolista que puede abrirse hueco en cualquier sistema y, desde allí, gobernar partidos en silencio. Pero sobre todo, Xabi es un tipo que se las apaña solo, aunque su fútbol se resienta como le ha ocurrido (y le ocurre) muchas veces en el Madrid.
Hacía tiempo que el conjunto blanco no contaba con un miembro tan capital. Si Ronaldo, además de fabricar goles como tiras de longaniza, es un estado de ánimo (cuando juega hay motivos para la euforia; cuando no lo hace, no tantos), lo de Alonso es pura logística. El donostiarra es insustituible, como una viga maestra. Sobre todo en un conjunto de cintura de avispa como este Madrid, tan dado a partirse en dos. Es el sostén de un grupo con tendencia al caos, el ombligo del reloj de arena por el que discurre el tiempo de los partidos.
Además de por su ascendencia en el campo, vale la pena fijarse en él durante estos días tan convulsos por la frialdad con la que se desenvuelve. Observarle es una buena forma de relativizar tanta polémica, de atemperar ánimos. Más ahora que el equipo vive instalado en un todo o nada formidable, como si buscase despertar a ciertos espíritus que solo se inmutan cuando la estridencia es máxima. En medio de la marejada, Alonso emerge como una roca firme a la que abrazarse. El mejor asidero que tiene el madridismo hasta que escampe el nubarrón.
Más que de Mourinho, Adán o Casillas, que los blancos salven el curso, es decir, que ganen la Champions (bendita locura que la única opción de un equipo sea levantar la Décima), depende de que Xabi ande atinado, que recupere el brillo de aquel otoño majestuoso. Por supuesto es imposible imaginar un Real Madrid triunfador sin Pepe, Sergio Ramos o Cristiano. Ocurre que, llegado el momento, sus ausencias se pueden parchear (aunque el equipo lo acuse), no así la de Alonso, a quien nadie puede relevar con garantías. No es el mejor, simplemente es insustituible: Özil y Kaká no sirven de recambio porque ocupan parcelas del campo diferentes a las del tolosarra; Modric podría si no fuese por ese talento melancólico de novillero poeta; Khedira no ha estado a la altura las pocas veces que ha tenido que jugar sin el apoyo de Xabi; Essien se hace un nudo cuando intentar sacar el balón jugado… Desde luego tampoco Pepe o Ramos podrían sustituirle por mucho que hayan subido alguna vez al centro del campo.
Si Xabi no está o está pero no carbura, el Madrid pierde muchísimos enteros (hablamos siempre de partidos importantes, que es lo que son las eliminatorias de Champions). ¿Cómo seguir el ritmo si se carece de metrónomo? ¿De qué sirve un Ferrari a 200 km/h con el volante bloqueado?
Hay una última razón para confiar en él: su cara de póker. No se sabe si está triste, enfadado, muerto de asco o exultante, solo que en cualquier momento puede descubrir sobre el tapete una escalera de color. El tolosarra es de los pocos (que se sepa) que no se ha visto salpicado por el fuego que se cruzan periodistas, técnicos y algunos jugadores. Como pasaba con los agentes dobles en la Guerra Fría, es difícil asegurar de qué bando está Alonso. Si es que está con alguno.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: Juan Carlos Hidalgo (EFE)
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