"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
En 1987, el Sur no existía. Mejor dicho: no sabíamos que existía. Sólo conocíamos el V Naciones. Nuestro mundo oval era, en realidad, medio oval. Mundo del Norte. Los sureños ya jugaban y vencían, pero en aquel mundo off-line, la desconexión resultaba inevitable. Había que rebuscar mucho en publicaciones especializadas para averiguar que Kirkpatrick, Lochore, Sid Going y Laidlaw habían vencido a Francia por 9-3 en Wellington una tarde de julio de 1968, poco antes de que Fosbury revolucionara el salto de altura para siempre. O para echarse las manos a la cabeza en verano de 1979, cuando Didier Codorniou conseguía el cuarto ensayo francés en el mismo Eden Park de Auckland donde este domingo se disputará la final del Mundial de rubgy. ¡Cuatro ensayos de Francia! ¡Qué tiempos del rugby champagne! 19-24 para los franceses, derrota impactante de los All Blacks, portada inmensa de L’Equipe, que tardó dos días en llegar a España. Noticia que no ocupó espacios en nuestro país, como no podía ser de otro modo: aquí no existía ni el Sur ni el Norte.
Rugby de otros tiempos. La Internacional Board era un nido de recalcitrantes victorianos. Aquel rugby de los 80 era amateur, odiaba la publicidad y rechazaba cualquier tipo de remuneración. Sancionaron al zaguero galés JPR Williams con 20.000 libras por publicar su autobiografía. Pese al puritanismo económico, la IRB decidió organizar un Mundial y eligió el Sur. Australia y Nueva Zelanda lo albergarían en 1987. Por entonces, yo había tenido la fortuna de tomar el relevo de Celso Vázquez como narrador del V Naciones en Televisión Española y faltaban pocos meses para que abandonara aquella casa en busca de otros horizontes, pasándole el relevo a Ramón Trecet. Dos leyendas del rugby y, entre medias, mi ligero paréntesis. Pero la ligereza nunca estuvo exenta de emoción. El debut de Sir Christopher Robert Andrew en Twickenham, con un drop milagroso para batir a Gales en el último segundo… La efervescencia francesa, champagne en estado puro, Serge Blanco, el hombre de los quiebros imposibles y su legión de tres cuartos: Philippe Sella, el gentleman Didier Charvet, un centro que parecía jugar con bombín, Didier Codoniou, un ángel de pies ligeros, y esos tres cuartos inolvidables: Bonneval, Pardo, Mesny, Chadebech, Belascain, Estève, Lagisquet, Camberabero… oh la la… El Land of my Fathers en el Arms Park de Cardiff, posiblemente el ritual hímnico más escalofriante de los siglos… El hielo que cubría Murrayfield… El tren de vapor que cruzaba Lansdowne Road, irlandeses unidos bajo el mismo trébol…
Preparamos un documental digno de la BBC. Hacíamos un programa memorable titulado Estadio-2 y conseguimos reunir a varios de los mejores jugadores de la historia. Al irlandés Bill McBride, protagonista de un ensayo legendario: capitán del trébol, se retiraba frente a Francia, tras 63 internacionalidades, en un partido que podía significar el Grand Slam para los galos. McBride no había logrado jamás un solo ensayo y fue a lograrlo en el último segundo del último partido de su vida, justicia poética. Conseguimos también a Jean-Pierre Rives. “Casque d’Or”, el majestuoso tercera línea francés, líder del “flair”, rupturista contracultural. Y, guinda definitiva, a Gareth Edwards. Palabras mayores. Posiblemente, el mejor jugador de rugby de la historia. Pelé, Di Stéfano, Maradona y Cruyff reunidos en el enjuto cuerpo de un medio de melé galés.
Gareth Edwards, el cerebro más privilegiado del universo oval, rugbyman perfecto, bisagra de un Gales estratosférico en el que brillaban nombres de leyenda: Phil Bennett, que sustituye al gran Barry John; JPR Williams, Mervyn Davies, Scott Quinnell, JJ Williams, John Bevan… Un equipo inimitable que conquistaba el Grand Slam como quien se tomaba una cerveza. Hombre culto, elegante, educado, amable, Gareth Edwards rememoró para nosotros el legendario ensayo que consiguió el 27 de enero de 1973 en el Arms Park de Cardiff. Está considerado como “El Ensayo”, algo así como el gol de Maradona. Se enfrentaban los Barbarians, una especie de selección británica, contra Nueva Zelanda y durante 25 segundos la magia inundó el césped. Los All Blacks tenían acorralados a los Barbarians, pero Phil Bennett se zafó de un placaje, empezaron las combinaciones de esos hombres de patillas elefantiásicas, mezclaron y rompieron líneas negras y, por fin, como un relámpago, surgió Gareth Edwards, barrilete cósmico, en la jugada de todos los tiempos, para plantar un ensayo inolvidable. Gareth Edwards, mito absoluto.
Vídeo de “El Ensayo” >
Vivíamos en el Norte y del Sur apenas sabíamos nada, salvo que entonaban una danza guerrera antes de los partidos: la haka. La Haka Ka Mate, que sonaba ingenua en ocasiones, amenazante en otras, estimulante siempre. Recuerdo a mi hijo pequeño llorando cuando vio por primera vez aquella danza tribal maorí. Fue el 8 de noviembre de 1986, meses antes del Mundial, en una gira de los All Blacks por Francia. Transmitimos el partido desde Toulouse (7-19 para NZ) y a mi regreso, mi mujer me mostró la foto de Martí Jr. asustado ante el televisor por la Haka. El niño vestía la camiseta de Inglaterra, con la rosa en el pecho, porque le llamábamos Chilcott debido a sus mofletes rollizos que nos recordaba a Gary Chilcott, el pilier inglés.
Veinticinco años después, veo a Martí Jr. sobre el escenario cantando (@somosmucho ) a los hijos del mal y creo ver en él a Piri Weepu, barba despeinada, cuello fornido, el medio de melé all black que dirige la nueva haka Kapa O Pango, más agresiva que la anterior. Veintinco años, qué cambio…
Veinticuatro años más tarde, sabemos que el Sur existe y todo apunta a que hará morder el polvo al Norte. La Nueva Zelanda de Piri Weepu, Israel Dagg, Ma’a Nonu, Aaron Crude y Richie McCaw es el movimiento continuo. Quizás no es el rugby perfecto de otros tiempos: no posee la dulzura artística del Gales imparable de Gareth Edwards y sus colegas de largas patillas, pero tiene la virtud de la continuidad. Nueva Zelanda busca que el péndulo no se detenga, que el balón circule, rehuye las fijaciones largas, defiende con muy pocos y pretende ahogar al rival con una capacidad láctica descomunal. Aaron Crude (22 años), que hace un año se recuperaba de un cáncer de testículo y hace tres semanas surfeaba de vacaciones, llamado de urgencia al Mundial, es hoy el símbolo de unos All Backs desmelenados, valientes y ardientes. En cambio, Francia renunció al champagne hace tanto tiempo que ni recordamos la fecha del adiós. Hoy es un simple refresco carbonatado. Una broma de mal gusto para la historia de aquel rugby que burbujeaba y sembraba de escalofríos las gradas. Rugby a la mano, valiente y a pecho descubierto, del zaguero a sus centros y de ellos a los alas, Francia no jugaba: volaba. Hoy interpreta un rugby esclerotizado en el que el zaguero Médard, con sus patillas vintage que rememoran a los galeses, es el contrapunto a la fuerza bruta. Identidad sacrificada en aras de la eficacia, signo de los tiempos.
Aquella final del 87 no tuvo demasiada historia. El Sur era, simplemente, más potente que el Norte. Francia presentó a sus mosqueteros de las líneas de atrás (Blanco, Camberabero, Sella, Charvet, Lagisquet…), pero fueron masacrados por los neozelandeses en el mismo estadio que este domingo verá la final de 2011, el Eden Park de Auckland. Los delanteros blacks astillaron a sus homólogos: Pierce, los dos Whetton, Michael Jones. Los dos medios, David Kirk y Grant Fox, usaron el bisturí y descuartizaron a Francia. Atrás, un tal John Kirwan, tallo largo rubio y poderoso, 1,92 m por 92 kilos, semilla del futuro Jonah Lomu, sembró el pánico y su leyenda como uno de los mejores alas de la historia. 29-9 para Nueva Zelanda, soberbio revolcón para el champagne, que ya no volvió a burbujear. Final que se gestó a partir de las emociones: Nueva Zelanda temía un ensayo francés de 100 metros, de esos de leyenda. Temía a los jinetes ligeros. Francia olvidó que su victoria del 86 en Toulouse se fraguó en el cuerpo a cuerpo.
Ahora, todos los pronósticos dan favorita a Nueva Zelanda en esta repetición del 87. Por trayectoria, potencial y resultados. Y por esa hercúlea marea negra que pulverizó a los australianos en semifinales, engullidos por un torbellino de talento y potencia. La Francia más oscura y gris de la historia basará sus opciones en los grandes delanteros que pueblan sus tres primeras líneas. Los All Blacks sólo tienen una duda: ¿Qué Haka interpretar? Aún no está decidido si será la Ka Mate tradicional o la Kapa O Pango reciente. En el autobús hacia el estadio, el capitán Richie McCaw tomará la decisión y enviará un sms a sus compañeros. Como si fuera un guiño de la historia, las burbujas han cambiado de hemisferio y hoy son negras.
Que el rugby os acompañe.
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