1.- Delante estaban los que necesitaban una buena noche para evaporar esa pesadilla que les aplasta, espesa como el chocolate de la madrugada. Pero detrás, moviéndose cual telonero novel, rondaba el auténtico artista, todo el fútbol embutido en su cuerpo enjuto. Iniesta, casi un adjetivo calificativo, movía las piezas como si fuera un mentalista, apenas con el pensamiento, mientras Abidal rumiaba lo que hace nada sonaba imposible: su conmovedor regreso al césped.
2.- Al ritmo de Iniesta, la segunda unidad ha vivido su partido más feliz ante un Mallorca paliducho y blando, con rostro de equipo deshilachado, sparring benevolente que no interpreta la ubicación de Fàbregas, liberado como falso 9 sin posición fija pero letal en las llegadas, la función que mejor ha interpretado en su segunda etapa barcelonista.
3.- Cesc celebra sus goles con un crescendo gestual: rabia en el primero, alegría en su segundo, entusiasmo en el hat trick. Con Tello por la izquierda y Alexis por la derecha, Fàbregas recibe autorización para deambular por todos los carriles y con escasas obligaciones defensivas. Es decir, el hábitat perfecto para alcanzar su mejor rendimiento. A la que Alexis ha comprendido que de primeras sería mejor, Fàbregas se ha dado un festín de llegadas.
4.- El chileno también se relame ante semejante rival, que ni pincha ni corta, ni amenaza arriba, ni construye en el centro, ni se amontona atrás. Cuando Alexis no piensa, cuando no ha de pensar en cómo poner el pie para controlar o cómo iniciar un regate, cuando no tiene tiempo para decidir sino que debe ejecutar de inmediato, entonces es Alexis. Intuición y agresividad, sus virtudes. Pero a la que le regalan un segundo para reflexionar, ahí aparecen sus carencias en el control o las dificultades en el dribling.
5.- En semejantes circunstancias, más que movimientos globales el partido ha dejado destellos individuales que sería erróneo elevar a conclusiones, aunque en el trámite el Barça queda ya a tocar de título liguero. Partido de emociones más que de definiciones. Emociones para los que logran sacudirse -veremos si provisional o definitivamente- sus pesadillas (Cesc y Alexis); emociones para quien intenta ganarse un puesto (Bartra) contrarreloj; emoción por el retorno del entrenador enfermo; y emoción de emociones por el regreso de Abidal, uno de esos momentos imborrables y conmovedores para cualquiera.
6.- Abrumado y empequeñecido el rival, felices y plácidos los dos goleadores, destruido el marcador, el partido se acabó a los 50 minutos, en cuanto Iniesta se despidió. El Barça se había deslizado por la corriente que construía el albaceteño, metido de lleno en el mejor flow de su carrera, jugador ingrávido que está exigiendo ya un lugar entre los futbolistas con mayúsculas. Se acabó el partido y quedaron los jugadores sobre el césped, como esperando que llegara el momento de la conmoción.
7.- Y ocurrió. Procedente de un pozo oscuro, de un túnel enorme, de una vivencia demasiado común y extendida como es el cáncer, Eric Abidal, profesional sobrio, hombre de mirada limpia y corazón noble, ha regresado a un lugar que casi no recordaba, 406 días después, 22 minutos de juego para el ’22’. La conmoción. Un regreso que eclipsa al juego, al mentalista Iniesta, a los reivindicados goleadores, al esfuerzo de los jóvenes por hacerse un sitio y casi al del entrenador por recuperar el pulso de un equipo que llegó a estar taquicárdico…
y 8.- La conmoción supera al fútbol, por más balsámicos para el Barça que hayan resultado sus 50 primeros minutos. El gran mensaje de la noche está lejos del balón. Su órbita va mucho más allá de colores y sensaciones. Tito y Abidal, el regreso conmovedor.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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