"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Paco Gómez, alias El Paloma, es uno de esos empresarios levantinos que se hicieron ricos a lomos del boom inmobiliario. En el 2003 compró el Cartagonova F. C., que atravesaba una situación económica desastrosa y andaba enzarzado en mitad de la 2ºB, a punto de desaparecer. Gómez recuperó el nombre de F. C. Cartagena y las antiguas franjas albinegras del Efesé. Sacó al equipo del estupor y lo puso a competir mientras la afición se volvía medio loca. Era tal el ímpetu que un día, antes de un partido contra el Ciudad de Lorquí, entró como un torbellino en el vestuario y le gritó a los futbolistas: “¡Vamos a dejarnos la piel, señores, y a abrir el juego a las bandas!”. Luego levantó la cabeza y se dio cuenta de que se había equivocado de caseta. Estaba arengando al equipo rival. “Olvidad lo que he dicho”, dijo sin ambages, “los que tienen que ganar son los míos”. En la temporada 2009/10 se consiguió el ascenso a Segunda División y Gómez lo celebró dando una fiesta en La Serreta, su finca de Villena, sirviendo a directivos, futbolistas y periodistas el caldo con pelotas que él mismo había preparado. Al año siguiente –con un equipazo– el Cartagena no se plantó en Primera de milagro.
España lo conoció a través de un vídeo memorable que prepararon los de El día después con motivo del derbi regional Murcia-Cartagena, que llevaba décadas sin jugarse. En él aparece el presi –siempre subtitulado– saltando al césped de la Nueva Condomina y recibiendo la calurosa ovación de los hinchas albinegros desplazados. Después de unos minutos reconociendo el terreno se fija en un detalle que no le gusta. “Han estrechao el campo”, concluye; y se lanza a por el vicepresidente del Murcia. Le pregunta si lo han hecho por miedo y el directivo local da dos pasas atrás, balbuceando. “Si tienes miedo de perder, perderás”, le dice en un rapto de inspiración tremendo, mientras le apunta con el dedo.
Gómez tiene la seguridad y el arrojo que dan “los cuartos”. Primero albañil y luego encofrador –en 1999 pegó el pelotazo con una operación urbanística–, el presidente del Cartagena hace y deshace con la institución lo que le viene en gana, que para algo la rescató él. El pasado domingo 19, a pocos días de disputar los play-off de ascenso, echó al entrenador, Pacheta, después de que el equipo ganase el último partido de liga. En realidad estuvo a punto de despedirlo en la penúltima jornada, cuando el Cartagena empató frente al UCAM, pero el director deportivo consiguió pararle a tiempo.
Hay quien le afea el sospechoso entusiasmo con el que se entrega a despedir técnicos. La lista de nombres que han desfilado desde que él está al mando es interminable. A Paco mejor no irle con periodos de adaptación o fases de recuperación porque le puede dar la risa. Si el equipo juega mal una serie de partidos el entrenador se va a la calle y no hay más.
La destitución más disparatada, en cualquier caso, no fue la de ningún entrenador, sino la del director deportivo David Buitrago, su mano derecha. Buitrago confeccionaba plantillas muy competitivas y a bajo precio, y a pesar de que el Efesé era un recién ascendido trajo a gente de la talla de Pascal Cygan, Víctor Fernández o De Lucas. Seis días antes de echarle, Gómez dijo ante los medios que él y su director deportivo “eran los verdaderos galácticos del Cartagena”. Después vino la noticia: con el equipo en puestos de ascenso, Gómez largaba a Buitrago después de cinco temporadas de gestión impecable porque, al parecer, así se lo había recomendado su vidente. Este extremo, que en un principio se tomó como cierto –así lo recogió toda la prensa regional y nacional–, pasó a ser desmentido por el presidente. Nunca se supo la causa verdadera de la destitución. En cualquier caso no era la primera vez que la guía espiritual del Paloma se interponía entre él y sus subordinados. Años atrás, el entrenador de entonces, Vicente Carlos Campillo, se pilló un mosqueo tremendo porque Gómez se empeñaba en que la pitonisa viajara en el autobús del equipo.
Apenas asoma por la ciudad porque él, animal montuno, solo está a gusto en su cortijo. Al palco, al menos esta temporada, ha ido muy rara vez. Uno se lo imagina en la finca, escuchando por el transistor cómo empata el equipo rival y brincando como un resorte del sillón orejero mientras parte una fusta de pura rabia: “Ese tío, fuera”, debe gritar al teléfono segundos después.
En bronca eterna con los peñistas de la ciudad, que ya son ganas, Gómez es conocido fuera de la región por sus famosos exabruptos. La temporada pasada dijo que si el Cartagena descendía era para colgar a los jugadores. A sus muchachos los ha tildado alguna vez de mercenarios y ladrones y hasta llegó a asegurar que Iñaki, el portero, se había dejado marcar un gol solo para joderle. Hace unos meses afirmó en una entrevista que seis titulares hicieron descender al equipo la temporada pasada para lucrarse en las apuestas, aunque no dio nombres, y una vez amenazó con trasladar el equipo de ciudad si la gente no acudía al campo.
El problema de Paco Gómez es que es de mecha corta y terriblemente franco. Pero franco de verdad, a lo loco, como solo saben serlo los chiquillos. Procura huir de los periodistas –el don de la palabra le fue esquivo– pero cuando algo le pica se lanza como un miura contra todo lo que se parezca a un micrófono. Es, eso seguro, una persona honesta, valiente y con fama de pagador, lo que en el fútbol patrio y en estas categorías es casi un milagro, pero que prende como hoja seca.
Su sueño era llegar a Primera y sentarse en el palco del Bernabéu, el estadio de sus amores, aunque ahora el asunto pinta difícil. El Cartagena, que ha acabado segundo la liga regular, se enfrenta a un escollo que históricamente siempre se la ha dado muy mal: el de los play-off, y lo hace además con un nuevo técnico que apenas ha contado con cuatro días de trabajo. Aunque a Gómez todavía le puede salir bien la carambola, como en el 99, cuando el pelotazo; con él nunca se sabe. El Paloma tiene eso, que más parece un cormorán.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: nosoloefese.es
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