En el Liverpool somos muy de porteros. De siempre. Tanto es así que no somos capaces de recordar el día en el que el bullicioso fondo de The Kop empezó a aplaudir al guardameta rival cuando iba camino de ocupar su posición bajo palos en esa parte del campo. Lo que sí recordamos es que a Bill Shankly no le hacía ninguna gracia alentar a un jugador del otro equipo que, además, es pieza clave en su esquema. No tiene ningún sentido, está claro. Lo que pasa es que nosotros somos tan de porteros que no hicimos caso entonces y todavía hoy jaleamos por un rato a un arquero que no es el nuestro. Lo que tampoco tiene sentido es que, siendo tan de porteros como digo que somos, todavía no haya conocido a uno que sea capaz de defender nuestro marco con solvencia. Y son más de treinta años de aficionado. Pero es así.
Mi infancia guarda una estrecha relación con Bruce Grobbelaar. Siendo como era un niño facilmente impresionable, creía que las bobadas que hacía este personaje en cada partido eran, sin ninguna duda, la mejor forma de detener las acometidas de los delanteros contrarios. Obviamente, me equivocaba. Ahora que soy mayor, puedo llegar a entender que el tipo no estuviese del todo centrado. A finales de los setenta y mientras hacía el servicio militar, le tocó enfrentarse a los supuestos terroristas que combatían en la guerra civil de Rhodesia (hoy Zimbabue) y matar a algunos de ellos. Desde entonces le costó conciliar el sueño y no era raro que pasara la noche en vela antes de algún partido importante. Indudablemente, era mucho pedir que lo hiciese medianamente bien al día siguiente.
Algo menos justificable es lo de David James, el joven meta que sustituyó a Grobbelaar en los noventa. A mí todo aquello me pilló en plena adolescencia. Quiero decir, que cuando supimos que habíamos dejado nuestra portería en manos de un adicto a los videojuegos que podía estar unas ocho horas jugando sin descanso, tampoco me inquieté en exceso. Mientras algunos le acusaban de haber cometido fallos de concentración motivados por esta supuesta adicción, yo estaba más preocupado por asuntos tales como tocar en un banda de rock o intentar que no me echaran otra vez del instituto por mal comportamiento. Lo mismo es verdad que perdimos la liga del 97 por un par de malos despejes, pero si yo tampoco estaba a lo que tenía que estar por aquel entonces, ¿por qué debería reprocharle nada a nadie?
Después de aquello tuvimos a Friedel, Westerweld, Dudek y Reina. Pero nada. No hubo manera. Y eso que ganamos varias competiciones por penaltis. Pero yo nunca lo vi claro. Por eso cuando fichamos a Mignolet me ilusioné. Y me ilusioné más cuando conocí sus números en detalle. 70 % de acierto a la hora de atajar disparos desde dentro del área (el mejor de la Premier) y un error no forzado por cada 1.199 minutos de juego (Reina cometía uno cada 531 minutos). Ahora sí se puede ganar la liga, pensé nada más hacerse oficial su contratación.
Ya han pasado dos meses desde que estableciera tales expectativas para la temporada del Liverpool y, de momento, vamos primeros gracias a que Mignolet parece ser un seguro de vida en la puerta. El primer día paró un penalti, el segundo paró a Benteke y el tercero paró a todo el Manchester United. No basta con eso, evidentemente, pero es un comienzo. Y aparte de ser un comienzo supone, sobre todo, reencontrarnos con la tradición del gusto por los porteros. Algo que, en mi opinión, es quizás más necesario que los títulos. Porque en el Liverpool somos muy de porteros.
* Juan Morán.
– Foto: Reuters
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