Con diez meses de vida recién cumplidos, el primogénito de la familia García Castro puede alardear de ser campeón del mundo. Mientras generaciones anteriores lloraron desconsoladas por tempranas eliminaciones, Lucas ha vivido desde la primera línea cómo su padre no podía dejar de sonreír tras una final épica. Histórica. Orgásmica. Una master class de balonmano en toda regla ante la vigente campeona de Europa.
Lucas presenció en el Palau Sant Jordi la interpretación perfecta de una partitura de balonmano. Sincronía máxima de todos los instrumentos. Ninguna nota discordante. Marcaba el ritmo el tambor de Arpad Sterbik. El portero balcánico decidió protagonizar el partido de su vida con un 43 % de efectividad que propició que, en el pabellón, sonara al unísono su apellido. Las trompetas de Joan Cañellas y Jorge Maqueda atormentaban una y otra vez la portería del irreconocible Niklas Landin. El danés fue elegido mejor portero del campeonato antes de una final a la que asistió como mero convidado de piedra. Desde los 6 metros, las trompetas disfrutaban del acompañamiento musical del flautín. Instrumento en manos de un Julen Aguinagalde que, tras no poder adjudicarse el premio al mejor jugador del 2012, recibió el título de mejor pivote del mundial.
Tambor, trompetas y flautines llevaron el peso de la partitura, pero el director de orquesta, Valero Rivera, precisó la aportación de toda la familia sinfónica. Su hijo estuvo excelso desde el extremo izquierdo. El violín de Nantes anotó seis goles mientras que su compañero de equipo, Alberto Entrerríos, aparecía con su tuba cañonera para despedirse a lo grande de la selección. Tres goles en su casillero particular, liderazgo e inclusión en el siete ideal del torneo. El asturiano no podía imaginar un mejor fin de etapa.
La ejecución de la obra solo era apta para paladares exquisitos. Pero Lucas no entiende de obras de arte si su padre no aparece en pista. En las semifinales, Antonio vivió la primera parte ante Eslovenia en el banquillo. Nervioso. Inquieto. Su retoño, en cambio, era un remanso de paz en medio de 13.000 gargantas desgañitadas. Lucas, con un sexto sentido fuera de lo común, decidió apostar por una pequeña siesta a la espera de la irrupción del lateral izquierdo catalán en el segundo acto. En la finalísima, el pequeño no tuvo tregua alguna. Antonio no solo fue titular sino que inauguró el marcador, desatando así la euforia colectiva y la de toda su familia presente en la grada.
Lucas pudo ver cómo su padre se redimía tras la ausencia por lesión en los pasados JJ. OO. de Londres. Vestido con su camiseta de España, se paseó por la pista en brazos de un héroe que lucía la bandera de La Llagosta en forma de capa. En el 40×20 presenció a Maqueda cumpliendo su peculiar promesa. En caso de triunfo, el quereño debía dar la vuelta al Sant Jordi uniformado con su ropa interior. Y lo hizo.
Lucas vivió la segunda parte de la fiesta en la intimidad del vestuario. Bailó al ritmo de dos cánticos “¿Dónde están los daneses? ¿Los daneses dónde están?” y “¡Somos campeones del mundo!”. Y, además, presenció –botella de agua en mano– cómo el cava impregnaba el ambiente con el olor de la victoria. El vástago no pudo acompañar a sus progenitores en una celebración final solo apta para adultos. De mayor, Antonio y Marta le mostrarán imágenes de uno de los momentos más importantes de sus vidas: el sueño hecho realidad de colgarse un oro que te acredita como campeón del mundo. Esa memorable jornada del 27 de enero de 2013, Lucas estuvo ahí para verlo…
* Noelia Quero es periodista.
– Fotos: Noelia Quero – handballspain2013
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