Lo que hizo bien lo sabemos, lo recordamos y lo recordaremos. ¿Qué hizo mal? Seguro que hubo cosas que erró, fichajes en los que no acertó, talentos que desaprovechó, declaraciones que debió evitar, confianzas que nunca debió depositar, dudas que no debió alargar. Seguro que sí. Pero todos sus errores juntos caben, probablemente, en un pestañeo. ¿Significa que fue perfecto, un santo, el hombre impecable? No, en absoluto. Su principal virtud fue no renunciar a la condición defectuosa del ser humano, no creerse inmortal en el ajetreo dulce del elogio infinito.
Guardiola tuvo pronto una visión: la jerarquía de verdad se conocerá, como las buenas películas, cuando hayan pasado 15 años. Será entonces cuando el Pep Team alcanzará su verdadero valor. Cuando ya no exista. Cuando se hable de él. “Creo que dentro de quince años –dijo exactamente- se hablará de nosotros, de este equipo. Y entonces sabremos que fuimos un gran equipo”. Hace bastante tiempo que Pep tuvo esta visión, mucho antes de que los éxitos se acumularan en progresión exponencial, barriendo las vitrinas. Acertó también en esa visión, aunque falló en el pronóstico: no tuvieron que pasar quince años para erigir una leyenda indestructible. La película fue admirada en el mundo entero mucho antes.
Déjenme sumarme al elogio sobre Pep desde una perspectiva algo alejada de la habitual. Hay muchas ópticas desde las que admirar su trabajo: los triunfos, la competitividad, la brillantez, la riqueza táctica, la personalidad arrolladora… Permítanme que renuncie a todas ellas en la hora de su adiós casero y me fije en un detalle que puede parecer menor: jamás permitió que su equipo hiciera el ridículo sobre el campo; nunca provocó vergüenza ajena. Buscó siempre anteponer la dignidad del fútbol -ni siquiera digo la del Barça, que también, por supuesto- a cualquier otra intención, por lo que salió siempre a competir desde el respeto al adversario (lo que le acarreó incontables críticas, menuda ironía), con vocación ofensiva y fidelidad a una manera peculiar de jugar. No renunció a sí mismo, ni a sus ideas, ni siquiera en los peores partidos, ni en las derrotas más dolorosas en que nada le salió bien. Cometió errores y a veces condujo mal a su equipo, pero jamás le hizo caer en el ridículo, jamás permitió que los aficionados se avergonzaran de él.
Sí, construyó un equipo de película, de los que se hablará durante mucho tiempo. Encontró un grupo de talentosos y los transformó en un equipo de indomables que venció incluso al rival más peligroso de todos: el azar. Cuando llegó al vestuario, Messi promediaba 10 goles en Liga. Ahora, cuando lo abandona, Leo ya va por los 50. El entrenador ha tenido mucho que ver en esta progresión, pues decidió crear el ecosistema saludable para que Messi trocara en extraterrestre.
Construida su leyenda, Maradona dejó de ser Maradona para los argentinos y fue por siempre El Diego. Para nosotros, Guardiola ha dejado de ser Guardiola y será El Pep. Ahora, dentro de 15 años y por siempre.
– Foto: Jordi Cotrina (El Periódico, 2009)
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