Todos sabemos que el futbol es de los jugadores y que ellos son los actores principales de este deporte. Tan cierto como que son ellos los que deberían ocupar la mayor parte de los debates, programas y periódicos deportivos.
Pero desde la modernización del mundo televisivo y la implantación de cientos de cámaras en un partido de futbol ha aparecido como otro actor principal ese que, cuanto menos se hable de él, mucho mejor. El árbitro. Esas decisiones que los colegiados toman en centésimas de segundos, en instantes tan rápidos como un parpadeo y con sus pulsaciones a máxima tensión, son analizadas después por miles de personas desde decenas de planos televisivos y llevadas a críticas feroces por cualquier ciudadano de a pie. A partir de ese punto, se desencadenan debates interminables sobre si el colegiado acertó o no o sobre si se ayuda a un equipo u otro.
Si aplicásemos un punto de empatía sobre nosotros mismos en relación a la labor de un árbitro de futbol, veríamos que es una tarea dificilísima de ejecutar, un papel muy desagradable y un estado de soledad dentro de un mundo como el futbol que muy pocos son capaces de soportar. Hay que recordar que estos colegiados vienen desde abajo, arbitrando en categorías donde han tenido que soportar de todo y vivir partidos donde, estoy seguro, su integridad física ha sido puesta en peligro en más de una ocasión. Y aun así, esta gente a las que tildamos de merengues o culés, de villaratos hacia un lado u otro, siguen ahí al pie del cañón ejerciendo un rol que, no lo olvidemos nunca, es indispensable y esencial en éste y en cualquier otro deporte.
Muchas veces vemos aquello que nos quieren mostrar y no lo que ve en directo un colegiado. Y si a eso le sumamos que millones de jugadas son a libre interpretación del que las ve –si hay fuerza en demasía o no, si es agarrón o forcejeo, si usa la mano para proteger o empujar etc.– y que ni con cientos de repeticiones somos capaces de llegar a un acuerdo en común ni entre los amigos, considero que no es justo el linchamiento que sufren los colegiados por parte de jugadores, técnicos, aficionados y medios de comunicación.
Quiero creer y creo que, como cualquier juez de cualquier ámbito de la vida, los señores colegiados son gente que toma sus decisiones desde la más profunda profesionalidad y honestidad y, sobre todo, dejando de lado los colores por los que puedan sentir simpatía o afición. Esta es mi pequeña petición pública para dejar de lado los villaratos, los porqués o las recriminaciones jornada tras jornada a las decisiones de ese patito feo del fútbol al que, como en el cuento, aunque vaya de negro y sea diferente, hay que acoger y respetar como a uno más.
* Franc Carbó es entrenador de futbol.
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