Cuando la ilusión por el Manzanares no era más que un vulgar recuerdo de un remanso del 2010 que regentaba Quique Sánchez Flores. Cuando hasta el Albacete se presentaba en una plaza como el Vicente Calderón y salía por la puerta grande con tres estocadas y un botín en forma de Copa. Cuando se volvía a ver a un equipo simple, llano y plano al que le costaba tener un equilibrio en su juego y resultado. Entonces, apareció él.
Con gomina en el pelo, gafas de sol, traje y acento de Río de la Plata. Así llegaba el hombre que iba a levantar del ostracismo más reciente al que el Atlético de Madrid se había apegado durante tantos años. A ese señor le latía del corazón sangre rojiblanca al ritmo de una cumbia y con la fiereza de un jaguar.
Su plan era tan efectivo como complicado. Levantar del suelo a un grupo de futbolistas cansados de ganar dinero que no tenían nada que les arraigase a los colores rojiblancos iba a ser difícil. Pero con la motivación como estrategia, Diego Pablo –así era su nombre– convirtió a un equipo acabado en un club campeón.
Lo primero que hizo fue mudar a una defensa que era un auténtico coladero para evangelizar a una de las corazas más efectivas del campeonato hasta el punto de convertirse en la menos goleada y a la que menos peligro creaban, siendo además la única que no cometió ningún penalti la pasada temporada.
Afianzó a un lateral derecho que era reconvertido y lo transfiguró hasta hacerlo uno de los mejores en su puesto. Consolidó a dos centrales fijos como Godín y Miranda que acabaron siendo un muro en ataques tanto aéreos como por tierra. Y siguió confiando en un Filipe Luis que llegó al club tras una terrible lesión y bajo su mando acabó recuperando gran parte del nivel que enamoró a Riazor.
Dotó de su sangre y pundonor al capitán del equipo, Gabi, que sería su prolongación sobre el terreno de juego. El primero en atacar y el primero en defender. Prevaleciendo la importancia del equipo sobre el nivel personal. Sacrificándose físicamente para establecer una calma en la línea defensiva que ha ido in crescendo durante estos meses.
Confió en un Diego Ribas que veía cómo su carrera iba cuesta abajo y sin frenos y le regaló el timón del barco atlético hasta hacerlo indispensable. Como si de una marioneta se tratase, los partidos del conjunto rojiblanco bailaban al son del movimiento de sus manos. Y tras su marcha, cuando nadie en el club pudo hacer nada para su regreso, decidió que Arda Turan, que juega al fútbol mejor de lo que habla español, diera un paso al frente para recoger el testigo del brasileño. Y siendo jugadores de corte diferente, lo hizo con matrícula de honor, hasta el punto de ser tan importante cuando jugaba como cuando no.
Doctoró a Jorge Resurrección Koke como un futbolista que pasó de ser de futuro a ser de presente. Sus asociaciones con el turco generaron un resquicio de buen fútbol en una plantilla que no brilla en ese aspecto. Como si el ramo en honor a Milinko Pantic hubiera recobrado vida y hubiera salido a botar córneres en el Vicente Calderón, se presentó como el máximo asistente del equipo.
Transformó a un irrespetuoso Diego Costa en un guerrillero sin parangón que además de eso jugaba al fútbol y lo hacía bien. Y marcaba goles, algunos realmente importantes. A la vez que recuperó al Radamel Falcao, que devoraba redes rivales sin compasión hasta convertirlo en el mejor delantero centro del panorama fútbol.
Su penúltimo proyecto será, por un lado recuperar a un David Villa mermado físicamente por su lesión y falta de minutos. De la mano del profesor Ortega, y con esa motivación que le caracteriza, el asturiano tiene en su mano volver a la élite y ser el delantero centro de España en Brasil.
Por el otro, tratar al diamante en bruto que es Óliver Torres de la mejor manera posible. Pulir poco a poco a este genial futbolista es la misión que el argentino tiene encomendada desde que apareció de forma tan masificada en los medios de comunicación la pasada pretemporada. Tras un año en el que el joven canterano ha adquirido la mentalidad de lo que le pide el entrenador y ha ido desarrollando el físico apropiado para catapultarse hacia las portadas de primera división española, toca dar un paso adelante en lo que a aspiraciones en torno al balón se refiere. Más protagonismo y ficha con el primer equipo.
Con esta fuerza, el señor Simeone tocó la puerta del cielo para la consecución de una Europa League, una Supercopa de Europa y una Copa del Rey ante el eterno rival en su estadio. Fue el colofón que imploraba una afición cansada de vagar por el desierto.
La mentalidad del entrenador, que antes fue jugador, es la de respetar e inculcar al vestuario que todos, dentro de sus posibilidades, son importantes para el equipo. Ni el mejor jugador de la plantilla ni el menos técnico de la misma tienen un sitio dentro del verde ni un asiento asignado en el banquillo. Todos luchan por y para el equipo, más allá de afinidades personales. El que no está con él, no está con el Atlético. No se esconde con nadie.
En estas, se presenta el tercer capítulo del libro que Diego Pablo está escribiendo en el club del Manzanares. Con el objetivo, nada fácil, de mejorar la temporada anterior, el equipo ha vuelto a los entrenamientos –de triple sesión– para llegar a la Supercopa en condiciones óptimas y así jugar de tú a tú al Barcelona.
Es el año post-Falcao, en el que todos deberán dar un paso adelante para hacer olvidar al colombiano. Porque si bien es cierto que es muy complicado encontrar un delantero que se maneje con sus cifras goleadoras, sí lo es que jugadores como Arda Turan, Koke, Diego Costa u Óliver Torres –que irá entrando en los planes del entrenador– deben dar un paso adelante en sus cifras goleadoras para contrarrestar lo que se ha perdido con Radamel.
Desde el mensaje de ‘’jugar como chicos para llegar a ser grandes’’, el Atlético afronta la temporada 2013/14 con los objetivos bien marcados. Ir partido a partido para poder asegurar la clasificación para la máxima competición europea, llegar a la final de la Copa del Rey y, en Champions League, llegar lo más lejos posible con el ejemplo del EuroMálaga aún en la retina.
Las dudas y los lamentos son cosa del pasado. Con Simeone eso no tiene cabida. La confianza en el triunfo es la base de una plantilla que tiene el reto de una temporada ilusionante para la institución y la hinchada.
Habrá un antes y un después con la marcha del argentino en el Atlético. Pero hasta que eso pase, su afición debe disfrutar de este oasis que ya está durando demasiado tiempo en ese desierto que, esperan, nunca volverán a ver.
* Imanol Echegaray García.
– Fotos: Ángel Gutiérrez (Atlético de Madrid)
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