El muro y el encaje: los últimos obstáculos que tiene que superar un canterano para asentarse en la élite

por el 23 septiembre, 2015 • 14:23

 

Muchos culés se echaron las manos a la cabeza durante el pasado verano cuando se enteraron de que el club traspasaba dos de sus jóvenes valores más prometedores (Adama y Deulofeu). Lo mismo ocurre cuando aquellos que siguen más de cerca el fútbol base comprueban que convocatoria tras convocatoria Luis Enrique sigue sin llamar al primer equipo a un centrocampista del talento de Sergi Samper, incluso poniendo por delante alguien aparentemente menos brillante como Gerard Gumbau. Más allá de discusiones sobre el grado de acierto con que el club está gestionando las categorías inferiores en los últimos años, hay cuestiones puramente deportivas que pueden ayudar a explicarlo.

En un excelente artículo publicado recientemente, Iñaki García partía del encuentro de Roberto Trashorras (Rayo Vallecano) y Fernando Navarro (Deportivo de La Coruña) sobre el césped de Vallecas para contarnos la historia de una generación de jugadores que compartieron vestuario con ellos en el Barça B de la temporada 2000-2001. El repaso a las carreras posteriores de los que entonces formaban un grupo de jóvenes y prometedores jugadores demuestra lo difícil que es para cualquier canterano llegar a consolidarse no ya en el plantel de un equipo con la exigencia del Barcelona (solo lo consiguieron Valdés e Iniesta), sino en la máxima categoría del fútbol profesional (solo Reina, Motta, Arteta y los ya mencionados Trashorras y Fernando Navarro).

Además de poseer el talento necesario para jugar en lo más alto del universo fútbol, cosa difícil de por sí, el canterano necesita cumplir una larga serie de requisitos si quiere conseguir su sueño: tener suficiente personalidad y madurez como para asimilar correctamente la presión sin hundirse (como ocurrió en esa generación a Sergio Santamaría) y a la vez manejar las expectativas y los elogios sin que se suban a la cabeza (como ocurrió con Babangida); ser respetado por las lesiones; tener un técnico que le brinde oportunidades y poder aprovecharlas con buenas actuaciones; ser persistente para seguir trabajando sin arrojar la toalla; etc.

EL MURO Y EL ENCAJE

Incluso cumpliendo todos ellos, la joven promesa deberá superar dos últimos obstáculos para llegar a consolidarse en el primer equipo: el muro y el encaje.

El muro es ni más ni menos que aquel jugador ya consagrado con el que se comparte posición y se compite por los minutos de juego. Cuanto mayor sea la calidad de ese jugador titular, su importancia para el equipo y su cercanía a la plenitud física, mayor será la altura del muro. Para superarlo, el canterano dispone únicamente de su talento como motor de salto y de su paciencia como pértiga que le catapulte por encima del fracaso. Porque casos como el de Sergio Busquets, que consiguió arrebatarle la titularidad al mismísimo Yayá Toure en su primera temporada en el primer equipo, son la excepción que confirma la regla. De Iniesta a Xavi, de Puyol a Piqué, todos necesitaron varias temporadas para consolidarse en el primer equipo, temporadas pasadas mayoritariamente en el banquillo o cedidos en otros clubes.

El problema es que frecuentemente el talento es inversamente proporcional a la paciencia. Cuanto mayores son las expectativas que levanta una joven promesa, cuanto más se habla de su gran proyección, menor suele ser su paciencia. Es inevitable preguntarse cada día si merece la pena seguir trabajando duro en la sombra esperando una oportunidad que nadie puede asegurar que llegue algún día, o si por el contrario no es mejor un cambio de aires que sirva de atajo hacia el éxito sin malgastar un tiempo precioso en el banquillo. Si esas preguntas se las hace alguien que vive a la sombra de un muro muy alto, no es de extrañar que busque una salida.

Esa pudo ser una de las principales razones por las que Thiago Alcántara dejó el Barça. Thiago había cumplido todos los requisitos anteriormente descritos para consolidarse en el primer equipo, pero seguía teniendo ante sí el alto muro que suponía la pareja Iniesta y Xavi todavía en plenitud. El hispano-brasileño disponía de minutos en el primer equipo, pero seguía viendo lejana la titularidad indiscutible y el protagonismo que podía abrirle las puertas de la convocatoria de Del Bosque para el Mundial de Brasil. La llamada del Bayern de Guardiola suponía la posibilidad de encontrarse en un contexto más favorable, de enfrentarse a un muro de menor altura y poder superarlo definitivamente. No le faltaba razón, pues Thiago lo habría conseguido ese mismo año de no haber sido por las lesiones.

El muro puede explicar también las recientes salidas de Pedro, Adama y Deulofeu. El canario había conseguido lo que parece más difícil: llegar a consolidarse como titular en el primer equipo y ganarlo todo tanto a nivel de clubes como de selección, pero a pesar de que su percha de tenacidad y sacrificio es muy larga, el muro que supone la MSN y la proximidad de la Eurocopa también han propiciado que haya preferido emigrar al Chelsea en busca de minutos. Por lo que respecta a Adama y Deulofeu, el regreso de Messi a la banda derecha les condenaba a un papel residual que su legítima ambición no les permitía aceptar, por lo que la salida también parecía el camino menos difícil.

Por si el muro no fuera ya muchas veces suficientemente complicado de superar por sí solo, mientras lo intenta todo canterano debe resolver al mismo tiempo la otra gran cuestión que le separa del triunfo: su encaje en el equipo.

Demasiadas veces el público parece olvidar que el fútbol es un deporte de equipo cuando analiza a un jugador en concreto. El equipo donde juegue, sus compañeros, su sistema, su contexto, requerirán unas cualidades específicas que pueden coincidir con las suyas o no. En un club con una idiosincrasia y cultura futbolística tan particulares como el Barça, esto es todavía más importante y explica las dificultades que tienen muchos jugadores de fuera para adaptarse. Un ejemplo paradigmático puede ser el de Ibrahimovic, futbolista de calidad fuera de discusión, pero que, más allá de sus rencillas personales con técnico y compañeros, no supo encontrar su encaje en el equipo hasta el punto de perder la titularidad a favor de Bojan, un chaval de menor talento que comprendió mucho mejor qué era lo que se le pedía en ese momento. Otro ejemplo puede ser Cesc: a pesar de haber iniciado su formación en La Masia, lo que a priori debería facilitar mucho las cosas al haber incorporado ese llamado ADN Barça, el paso por el fútbol inglés le moldeó de forma que después nunca terminó de encontrar su encaje en el los engranajes del Barça y no pudo cumplir con las expectativas que generó su repesca para el club azulgrana.

Adama Traoré

Entre las jóvenes promesas, Adama y Deulofeu han sido víctimas no sólo del muro que supone compartir demarcación en el campo con Messi, sino también de problemas de encaje con el sistema de juego construido alrededor del astro argentino. Partiendo de la derecha, Messi es de facto un jugador total que hace las veces de creador y finalizador de juego, con mucha más tendencia a trazar diagonales hacia dentro que a buscar la línea de fondo siguiendo la cal. Adama y Deulofeu son en cambio extremos a la vieja usanza, con gran verticalidad y desequilibrio por fuera. Eso quiere decir que incluso en los pocos minutos que el de Rosario les pudiera dejar disponibles, su inclusión en el equipo obligaría a un cambio de sistema que no es necesario cuando quien ocupa el lugar de Messi es un jugador como Rafinha, de características más similares. En otras palabras: Adama y Deulofeu han sufrido la doble cruz de estar a la sombra de Messi y de servir solamente como plan B a nivel táctico.

Otra perla que puede estar siendo víctima del encaje es Sergi Samper. Aunque muchos lo han considerado el posible sucesor de Busquets, la verdad es que su fútbol se asemeja mucho más a lo que en su día fue el mismo Guardiola o a lo que representaba el Pirlo de la Juventus: un organizador de juego que convierte la posición de mediocentro en la atalaya desde la que dirigir las operaciones del equipo, combinando el pase en corto con un gran pase en largo capaz de batir líneas por sí solo. El problema de Samper es que, desde que Rijkaard adelantó a Xavi, el juego del Barcelona no lo organiza el mediocentro sino los interiores, o en su defecto el propio Messi cuando retrasa su posición.

Esto implica que al mediocentro se le siga pidiendo una buena salida del balón y un elevado nivel técnico, pero que su principal cometido no sea ese, sino el de erigirse en el baluarte del equipo en las transiciones defensivas. Si un Busquets que venía de jugar en Tercera División pudo en su primer año en la élite saltar el muro que suponía Touré, es porque en su caso el encaje en ese rol era perfecto. El de Badía es un jugador que destaca por su inteligencia táctica y su lectura del juego, cosa que le permite estar siempre en el momento adecuado en el sitio preciso para cazar cualquier rechace o para anticiparse y cortar ese primer pase del rival que intenta montar un contragolpe. Samper tiene mayor capacidad para llevar la batuta del equipo y un gran pase largo, pero no destaca en la faceta defensiva que se exige hoy al mediocentro del Barça. De ahí que Luis Enrique haya llamado con más frecuencia a Gumbau para las convocatorias con el primer equipo, un jugador mucho menos dotado técnica y tácticamente que Samper, pero con un físico que le permite corregir mejor a la hora de trabajar en defensa.

La otra cara de la moneda es Sergi Roberto. Un canterano que ha tenido paciencia para esperar su oportunidad y parece haberla encontrado en el lateral derecho después de no cuajar como lo que se suponía que era (un interior con llegada) y de haber hecho sus pinitos como mediocentro. Moraleja: una pieza puede no encajar donde a priori la habríamos colocado, pero puede terminar haciéndolo en otro sitio. En este caso Sergi Roberto se ha beneficiado del contexto más habitual al que se enfrenta el Barcelona, en el cual los laterales pasan más tiempo atacando que defendiendo, por lo que su falta de oficio en defensa no queda demasiado en evidencia. En ataque, sus conocimientos tácticos le han permitido escoger con criterio cuándo proyectarse en ataque y cuándo no hacerlo; su calidad individual le permite ser una pieza con quien poder asociarse para descargar el juego, e incluso ha podido sacar partido de una potencia física que quedaba desaprovechada partiendo de posiciones más avanzadas sin tantos metros por delante. Todo ello puede servirle para seguir teniendo minutos tras el regreso de Dani Alves, más si tenemos en cuenta la desgraciada lesión de Rafinha, ya que esas cualidades son básicamente las que se piden al acompañante de la sociedad Messi-Alves por la derecha.

En definitiva, el muro y el encaje no hacen más que dejarnos todavía más claro lo importante que es el azar en el desarrollo de una carrera futbolística. Más allá de que un jugador tenga el talento, la personalidad, el carácter, la capacidad de sacrificio y la humildad necesarias para triunfar, el azar intervendrá evitando o no lesiones en momentos clave y facilitando o no que se disponga de oportunidades cuando se necesitan. Es muy probable que Thiago fuera hoy interior titular en el Barça si hubiera explotado una temporada más tarde, cuando el muro de Xavi ya habría sido de menor altura; que Adama y Deulofeu se vieran con ánimos de seguir en el Barça si el muro de Messi estuviera en la izquierda en vez de en la derecha; o que Samper no tuviera problemas de encaje si el Barça nunca hubiera dejado de tener a su cerebro donde el ‘4’ en vez de adelantarlo a la zona de los interiores. El muro y el encaje son los últimos obstáculos que tiene que superar el canterano que quiere triunfar, pero es el azar el que hace que estos se crucen en mayor o menor medida en su camino al éxito.

* Xavier Codina.


– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)




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