Después de una temporada 2013-2014 irregular, sin títulos para celebrar como azulgrana y culminada con el sabor amargo de la derrota en la final del mundial con la albiceleste, Messi afrontaba la vuelta al trabajo en septiembre con el desafío de intentar volver a mostrar su mejor versión, y con la dificultad añadida de tener que hacerlo en un equipo que llevaba más de año y medio lejos de la excelencia y que estaba a la expectativa del rumbo que le marcaría Luis Enrique como nuevo entrenador.
El primer tercio del curso fue de sensaciones contradictorias para el ’10’. A pesar de que los resultados eran buenos en términos generales, el Barcelona había sufrido derrotas claras en partidos clave contra rivales de nivel (3-2 contra el PSG, 3-1 contra el Real Madrid) que habían minado la confianza del equipo y propiciado malos partidos contra rivales de menor entidad (Celta, Almería, Getafe o Real Sociedad en la liga, Ajax en la Champions). Por mucho que la calidad individual del plantel había permitido terminar ganando alguno de esos encuentros, lo que más preocupaba a los barcelonistas (Messi incluido) era no tener claro a qué quería jugar el equipo.
Se había empezado con dos delanteros centrados algo por delante del rosarino y con los laterales altos ejerciendo prácticamente de extremos, hasta que el PSG dejó en evidencia la fragilidad defensiva de la propuesta. Luego el equipo pareció querer volver al juego más académico y recuperó el centro del campo de gala de los años dorados de Guardiola, pero el Madrid demostró definitivamente que el Barça había perdido la excelencia en el juego de posición que lo había convertido en un equipo celestial y que necesitaba reinvertarse para volver a competir. Y pasó unas semanas de indefinición táctica que propiciaron que especuláramos con las diferentes alternativas que tenía Luis Enrique para jugar como un equipo normal, tratando de encontrar una nueva propuesta de juego que consiguiera dar estabilidad al conjunto y a la vez explotar las cualidades de sus individualidades.
Un elemento clave en estos análisis era, como no podía ser de otra forma, el rol de Messi en el equipo, y el debate sobre si era más conveniente mantenerlo tras uno o dos delanteros más adelantados, recuperar para él el rol de falso nueve que tan bien había funcionado en el pasado, o por el contrario evolucionar hacia una todavía mayor influencia del argentino en el juego del equipo.
La derrota en Anoeta supuso el punto de inflexión que parece haber dado por concluido el viaje de exploración táctica del equipo en general y de búsqueda del mejor rol para Messi en particular. Luis Enrique ha decidido dejar atrás de forma definitiva el Barça de los centrocampistas para apostarlo todo al Barça de los delanteros. Abandonar la voluntad de intentar tener siempre el control total del juego (la obsesión de Guardiola por minimizar la aleatoriedad del fútbol) para poder ser feliz también en un cierto desorden donde el mayor talento de los de arriba incline la balanza a favor.
En este Barça de las transiciones, los interiores han dejado de ser el eje principal del juego para convertirse durante buena parte del tiempo en simples espectadores. A no ser que el rival dé facilidades con una mala presión (como el City durante la primera parte en Manchester), el balón ya no se saca jugando en corto y de forma escalonada (Valdés –>Piqué- ->Busquets –>Xavi), sino mediante conducciones o balones largos que buscan directamente a los atacantes sin pasar por los centrocampistas. De esta forma muchas veces el equipo no se asienta en campo contrario gracias a la posesión trabajada, sino que termina consiguiéndolo mediante la presión y recuperación en segundas jugadas que ahogan la salida del rival.
Y cuando no lo consigue, el riesgo de tener al contrario más cerca del área propia parece aceptarse con gusto, sabedores los jugadores de que los ataques rivales implican una generación de espacios en campo contrario en los que el trío atacante azulgrana disfruta cabalgando. Tanto si la defensa rival achica y los deja a su espalda, como si no lo hace y los deja entre líneas, nadie mejor que Messi para lanzar contragolpes aprovechando esos espacios, Suárez para proyectarlos y Neymar para finalizarlos. Que le pregunten al Cholo Simeone.
Por lo que respecta al rol del astro argentino, no es que Luis Enrique haya decidido aumentar su participación en el juego, como reclamábamos algunos, más bien parece que el técnico haya optado por convertir a Messi en el juego del Barcelona. El colectivo ha dejado de jugar de forma coral para que Leo finalice como hacía en sus mejores años de falso nueve. Ahora es Messi el que juega para todos: alfa y omega del Barcelona, el rosarino puede volver arrancar desde la banda derecha como en sus primeros tiempos, pero a diferencia de entonces no lo hace para culminar la jugada como un atacante al uso, sino para iniciarla. Porque aunque muchas veces le veamos partir desde el carril derecho, en realidad no juega de extremo, sino que por momentos lo hace de interior, de diez o incluso de cuatro, sin olvidar al falso nueve goleador. O una mezcla de todos a la vez. Futbolista total, la derecha es solo una excusa para recibir con menos rivales al acecho, para luego moverse por donde quiera y hacer siempre lo que le parezca conveniente, que con lo bueno que es, acostumbra a ser acertado. Su exhibición contra el Athletic fue un buen ejemplo de ello: participó en los cinco goles del equipo.
Pero a pesar de no marcar y del sabor amargo del penalti fallado al final, su actuación ante el City puede ser todavía más significativa. Especialmente durante la primera parte el ’10’ dio todo un recital manejando el partido a su antojo, moviéndose por donde quería, acelerando el juego cuando le convenía y haciendo bailar el City con su música. Algunos datos para comprender mejor hasta qué punto influyó Messi en el juego del equipo: fue el segundo jugador con más pases realizados, solo por detrás de Iniesta, pero a la vez fue el segundo jugador con más recuperaciones de balón, solo por detrás de Piqué. De sus botas salieron las jugadas de los dos goles de Suárez. Y se manejó por un amplísimo radio de acción, combinando los movimientos propios de un extremo, un interior, un delantero e incluso bajando a zonas más propias de un organizador para iniciar jugadas o de un carrilero para recuperar balones.
Una vez entregado el timón de la nave a Messi de forma incondicional, sus movimientos en el campo han determinado el ajuste del resto de piezas, siguiendo una especie de efecto dominó que ha terminado resultando en el Barça que hemos visto en los últimos partidos.
Por la derecha, la presencia del ’10’ en la banda ha hecho que Alves limite su aportación ofensiva, ese arma de doble filo que se convertía en amenaza cuando el rival explotaba su espalda. Ahora ya no vive en el extremo derecho, sino que solo aparece en él de forma esporádica aprovechando alguno de los movimientos fuera-dentro de Messi. De esta forma mejora la efectividad de sus incorporaciones al ataque (siempre mejor llegar que estar, sobre todo si no se es un superdotado en el uno contra uno), a la vez que el equipo reduce riesgos defensivos y el interior derecho deja de estar condenado a actuar de mero guardaespaldas del brasileño.
Por detrás, este nuevo Messi ha devorado el papel protagonista en la construcción del juego que en las últimas temporadas tenía Xavi. En su lugar, Rakitic y Rafinha parecen complementarse mejor con el Messi omnipresente, combinando un posicionamiento cercano a la frontal del área cuando el ’10’ está en la banda con otro de falso extremo cuando Messi pasa a jugar por dentro, y aportando una dosis extra de sacrificio defensivo e intensidad en la presión cuando el equipo pierde el balón.
En el centro, Luis Suárez se ha consolidado definitivamente como ‘9’ después de alternar con la banda derecha en los primeros partidos. Desde esta posición, sus movimientos de ruptura son básicos para el equipo y se han convertido en una baza importantísima del arsenal ofensivo del Barcelona. Los desmarques del uruguayo permiten a sus compañeros burlar el sistema defensivo rival mediante pases verticales cuando los defensas dejan metros a su espalda, como se pudo ver en las acciones de los tres goles en campo del Granada, donde primero Jordi Alba y después Rakitic (en dos ocasiones) interpretaron a la perfección los movimientos de Suárez y lo habilitaron para que rematara o asistiera:
Cuando el equipo rival hace un repliegue defensivo más bajo, la movilidad del charrúa sigue siendo importante para arrastrar a los centrales contrarios y generar espacios vitales por dentro que puedan ser aprovechados por los que llegan desde la segunda línea, en muchas ocasiones el mismo Messi, que tras haber iniciado la jugada en el centro del campo se incorpora al ataque para culminarla.
Finalmente, la izquierda ha terminado convirtiéndose en la banda preferida para terminar muchos de los ataques iniciados por Messi desde el lado opuesto. El rosarino recibe, atrae rivales a medida que progresa hacia el centro del campo en un movimiento fuera-dentro y, cuando el sistema defensivo contrario bascula para bloquearle su progresión, aprovecha para asistir al compañero que ha quedado libre en la izquierda, convirtiéndose así en el rey del alley oop.
Ese compañero suele ser Neymar, que se ha convertido en su mejor socio. Su combinación de movilidad, valentía y talento en el uno contra uno es una pesadilla para las defensas rivales. Combina perfectamente con el argentino, aprovecha los espacios que genera Luis Suárez para luego definir con precisión letal y sus movimientos hacia dentro facilitan las incorporaciones constantes al espacio de Jordi Alba, el segundo receptor potencial de las aperturas de Messi, aunque ahora no para convertirlas en asistencias finalizando la jugada, sino para darles continuidad en forma de centro al área.
Asistencia a Neymar.
Apertura a Jordi Alba.
Los números del Barcelona desde la coronación de Messi como mariscal de campo y amo y señor del juego del equipo son muy buenos, como no podía ser de otra forma cuando estamos hablando de uno de los mejores –si no el mejor– jugadores de la historia. Pero abandonarse al encanto de este mago del balón también tiene sus riesgos, porque la confianza ciega en sus poderes hace que el equipo pueda caer en la tentación de dejar de trabajar planes alternativos. Y entonces, en una de esas raras jornadas en las que Messi nos hace recordar que (todavía) es humano y no saca ningún conejo de su chistera, el equipo amenaza con quedar desvalido y sin respuesta ante un buen planteamiento rival.
Messi pasó bastante desapercibido en Granada, pero la defensa adelantada planteada por los de Abel Resino permitió al Barcelona vivir de los desmarques en ruptura de Suárez. Ante el Málaga, esa posibilidad no existió. Javi Gracia planteó un partido perfecto, cerrando cualquier atisbo de espacio interior y consiguiendo que Messi tuviera siempre hasta cuatro rivales vigilándole. El Houdini de Rosario ha conseguido escapar en más de una ocasión de jaulas parecidas, pero en ese partido le faltó la inspiración, no lo consiguió, y sin su magia el equipo fue incapaz de encontrar el camino a la portería rival.
Si comparamos los gráficos del encuentro con los del partido de ida de octavos de Champions, las diferencias son evidentes. Condicionado y frustrado por el planteamiento del rival, Messi se movió por una zona mucho más pequeña del campo, solo consiguió conectar algo más de la mitad de pases correctos que contra el City y apenas recuperó tres balones. Falló catorce pases y solo remató una vez a puerta. El resultado es de sobra conocido: el equipo acabó cayendo derrotado víctima de un gol absurdo concedido tras un clamoroso error propio y mostrándose impotente para generar ocasiones ante el buen sistema defensivo malacitano.
En definitiva, Luis Enrique parece haberse encomendado a Messi para encontrar finalmente un estilo de juego en el que tanto él como sus jugadores clave se sienten cómodos. Un estilo que aleja al Barça de las sinfonías clásicas bajo la batuta de Guardiola para acercarlo a la velocidad y contundencia del rock and roll y al caos creativo de la magia de los solistas del jazz. Y por encima de los otros solistas, la figura de Messi se agiganta hasta ser capaz de encarnar en un solo cuerpo al equivalente futbolístico de lo que va de Ray Charles a Louis Armstrong, de Stan Getz a Miles Davis y Charlie Parker.
Pero para que este nuevo Messi pueda consagrarse definitivamente como el mejor y más completo jugador de fútbol de la historia, necesita que el equipo le acompañe en su camino a la consecución de títulos, especialmente en los enfrentamientos contra rivales que no acepten la invitación a pegarse en campo abierto ni caigan en el error de dejar espacios al trío atacante del Barcelona. En ese caso, no haber olvidado el trabajo del juego colectivo será clave para poder alcanzar los éxitos que permitan elevar un nuevo dios por encima del resto en los altares del balompié: el Messi ubicuo.
– Para que Messi sea el mejor jugador de la historia del fútbol deberá mantener esos galones, también, en los diferentes clásicos que se jueguen próximamente. Uno de ellos, se disputará el domingo 22 de marzo en el Camp Nou y ya se pueden conseguir entradas para ver el clásico.
– LA RUTA TÁCTICA DE LUIS ENRIQUE
* Xavier Codina.
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