"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Mestalla acostumbra a ser termómetro del Real Madrid. La pasada temporada, el equipo de Mourinho se acorazó en el centro del campo con un trivote que el entrenador redefinió como “triángulo de presión alto”. Eran los mejores tiempos de un Madrid excelente, allá por noviembre de 2011, cuando no solo soltaba latigazos, sino que incluso se gustaba en el juego posicional, aunque siempre con el campo largo y la velocidad por bandera. El que menciono no fue un buen partido del Madrid, pese a vencer también, como si la escueta ventaja sobre el Barça (3 puntos en aquel momento) aconsejara protegerse bajo la coraza. Eso ocurre a menudo y Mourinho no es una excepción. Los partidos más brillantes de sus equipos acostumbran a ser aquellos en los que tiene poco que perder, véase la vuelta de Copa en el Camp Nou hace un año.
En Mestalla ha regresado el Madrid de los velocistas y en ese retorno uno se atrevería a valorar como importante la sensación merengue de que ya todo está perdido (en la Liga) que, en este caso, suena equivalente a nada que perder. El inane centro del campo valencianista ha sido un buen compañero de aventuras de Özil y Khedira, contribuyendo ampliamente al festín merengue. Hace una semana les decía en estas mismas páginas que el Madrid no estaba tan mal como había aparentado, aunque la apariencia en Pamplona fuese horrible, advirtiéndoles que es incierta esa teoría tan arraigada de que es un conjunto sin modelo de juego: si acaso, dicho modelo está íntimamente ligado al estado emocional. Mestalla lo certifica. Ha bastado un comportamiento intenso y exitoso en Copa para sentirse rápido y punzante nuevamente. El primer gol de ayer, acontecido tras el saque de esquina rival, es el símbolo de este regreso del equipo de los velocistas. Cierto, el Valencia de anoche era un tigre de papel, un equipo al borde del rescate en todos los sentidos, y abrió todos los peajes para que Di María y Cristiano se explayaran en la autopista. Hombre, si a los velocistas les dejas correr, colocas una defensa lenta en el círculo central y tus centrocampistas ven pasar el partido como quien mira la etapa llana del Tour, ensimismados, en ese caso hay que decir que el Valencia entrega las llaves del campo, poco después de haber nacionalizado las del club.
Pero la blandura local no debe matizar la recarga de energía madridista. Insisto: su fortaleza reside en sus emociones, a partir de las cuales descree y se encoge o confía y se hincha. La esperanza de los dos torneos coperos se alimenta ahora con este diluvio de tortazos propinado en Mestalla, con lo que los sepultureros que lo enterraron antes de hora quizás deban regresar con pico y pala. El Madrid acostumbra a caer de pie.
– Foto: Ángel Martínez (Real Madrid)
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