Que la vida no iba a ser fácil ya lo sabían a orillas del Mersey. Las penas se mitigaban con 80 millones de euros y una ilusión por reconstruir, pero todos sospechaban que lo echarían de menos. Cuando no se ha cubierto un tercio de competición, los peores augurios van calando como esa lluvia fina tan propia de Inglaterra. El hueco es ya un agujero negro que deja en evidencia el impacto y la influencia que un delantero de talla mundial como Luis Suárez tenía en el Liverpool. Su ausencia no es la única razón. A Brendan Rodgers la vida se le ha complicado aún más con lesiones y bajos estados de forma de algunas de sus piezas clave. Además la defensa tiene los pies de barro y la punta de lanza, es para lo bueno y lo malo, Mario Balotelli. Estos son los síntomas, analicemos ahora el diagnóstico en profundidad.
Una vez vendido Luis Suárez tocaba la difícil tarea de buscar sustitutos para un jugador insustituible por sus propias condiciones y por las opciones que el mercado ofrecía tras el Mundial de Brasil. Rodgers era consciente que los roles variarían en la delantera red, que habría que repartir más las responsabilidades y que sería complicado que un jugador –el posible sustituto del uruguayo u otro jugador de la plantilla– absorbiera tanto juego ofensivo del Liverpool. Pero el técnico inglés tenía otras preocupaciones y otras inversiones que hacer, sobre todo en la retaguardia, una zona del campo que debería ganar en solidez y contundencia para permitir que el equipo siguiera creciendo. Con estas premisas, el Liverpool tardó poco en desplumar al brillante Southampton (más brillante aún esta temporada) y de una tacada se llevó a un central (Dejan Lovren: 25,5 millones de euros), un mediocentro ofensivo (Adam Lallana: 31) y un delantero veterano (Rickie Lambert: 5,5).
La retaguardia se apuntaló con un pivote defensivo fogueado en la Bundesliga, anclaje del mediocampo del Bayer Leverkusen, Emre Can (12 millones), la cesión de Javier Manquillo para el lateral derecho y la llegada a última hora de Alberto Moreno por 18 millones, con la que Brendan Rodgers pretende reforzar y hacer del carril izquierdo su autopista ofensiva. Dilapidados los ingresos llegados vía Barcelona, el Liverpool no detuvo su inversión. La apuesta era clara: tras rozar la última Premier, este año no querían que ningún resbalón les impidiera pelear por el título liguero. Los siguientes en llegar a Anfield fueron Lazar Markovic, extremo derecho procedente del Benfica, y Mario Balotelli, guinda del pastel y fichaje mediático que vendría a ocupar el enorme hueco dejado por Luis Suárez. Reto mayúsculo para el italiano. Presión para un equipo con muchas novedades y una inversión para aspirar a todo: 149 millones de euros.
Al fichaje estrella de los reds, Mario Balotelli, le costó entrar en el equipo. Necesitaba comprender el sistema de juego y lo que le demandaba: desmarques en ruptura, estirar a su equipo fijando a los centrales y arrastrar a estos con su movilidad para provocar espacios que aprovecharan sus compañeros. También le exigía Rodgers cierta dosis de solidaridad defensiva en la presión y, sobre todo, no desconectarse del juego y mostrarse siempre participativo. Físico tiene el italiano para ello, otra cosa es la actitud. En cualquier caso, sus primeros minutos fueron esperanzadores. Con más corazón que acierto, Mario parecía de nuevo comprometido con su equipo. La lesión de Sturrigde le abría las puertas de la titularidad y otorgaba al ’45’ red gran parte de la responsabilidad ofensiva.
Lo preocupante para el Liverpool es que la falta de acierto de su delantero centro se ha ido reproduciendo hasta rozar lo grosero (1 gol en 11 partidos –en Champions ante el Ludogorets– y cero asistencias). En la Premier son ya 604 minutos repartidos en ocho encuentros donde unas veces la madera y otras su precipitación han evitado su estreno goelador. La ansiedad aumenta para el italiano, al mismo ritmo que decrece la confianza en un equipo sin un killer intimidatorio. Porque Rodgers ha demostrado poca confianza en Rickie Lambert, un delantero centro más clásico, cazador del área, al que el técnico inglés solo ve por ahora como un plan B. Y así, Mario, de más a menos en su rendimiento, se ha ido desconectando del equipo con el paso de los partidos, olvidándose de empujar a la defensa rival hacia su portería, evitando entrar en el área y pelear con los centrales. Ha preferido moverse por zonas más tranquilas y donde causa menos daño al rival, en ocasiones bajando excesivamente a recibir de cara. Así se provoca un atasco de jugadores en la zona de tres cuartos que impide al Liverpool profundizar. Su disparo, otra de sus grandes virtudes, tampoco ha resultado efectivo en esta Premier. Y Rodgers empieza a cansarse de una pregunta repetida en cada rueda de prensa: ¿qué le ocurre a Balotelli y cómo piensa encajarlo en este equipo?
Si el puzle todavía no tiene respuesta es tal vez porque el técnico inglés no ha logrado colocar a los mediapuntas adecuados que aprovechen las características de Balotelli. Sterling ha sido el agitador, uno de los encargados de revolucionar el ataque con su velocidad y su diagonales partiendo tanto del flanco derecho como del izquierdo en el tradicional 4-3-3 de Rodgers que en función de las necesidades ha variado hacia un 4-2-3-1. Otro que ha alternado la banda y la mediapunta ha sido Lallana, al que la alternancia de posiciones y la sobrepoblación de los pasillos interiores han restado trascendencia. Los chispazos de clase que ha dejado con cuentagotas son la mejor noticia para el Liverpool. Si uno y otro no han podido explotar todas sus virtudes se debe, en gran parte, a que sus movimientos tienden hacia el centro del ataque, persiguiendo con sus diagonales el camino del gol. Ahí se produce el embudo y Balotelli no ha sabido desatascar a su equipo e interpretar lo que necesitaban sus compañeros: alejar a los defensas del poseedor del balón, descolgarse a una banda para abrir huecos, atacar los espacios para ofrecer posibilidades de pase, etc. Solo alguna incorporación por sorpresa de Alberto Moreno por la izquierda ha conseguido sajar la defensa rival, aunque esta no es ni mucho menos una constante.
De otro que se esperaba un mayor rendimiento es del joven Lazar Markovic. El exjugador del Benfica no ha conseguido hacerse un hueco en el equipo ni siquiera con un Sterling agotado. Al serbio le ha costado adaptarse a un fútbol más técnico y, sobre todo, más rápido que el portugués. Apenas ha dejado un par de detalles cuando ha salido en las segundas partes, ante defensas más cansadas. No ha sido por ahora el revulsivo que Rodgers desearía,ni el hombre de banda que estire el campo para generar juego por dentro. Por no hablar de Borini, quien apenas cuenta para el técnico inglés.
Los números están ahí. El Liverpool marcó la temporada pasada más de 100 goles en la Premier. Solo el binómio Suárez-Sturrigde anotó más de la mitad (56). Pero el idilio con el gol se ha roto esta temporada ante la ausencia de esa pareja voraz. A estas alturas del campeonato, los reds solo han anotado 13 goles, los mismos que han recibido en 10 jornadas de liga. Estudiadas las carencias ofensivas, algo parece no funcionar también en la sala de máquinas. El centro del campo sigue asentándose en dos hombres que también fueron pieza clave en el sistema de Rodgers: Gerrard y Henderson. Sin embargo, el capitán ha abandonado con mayor frecuencia la base de la jugada para volver a los terrenos del diez en los múltiples partidos que se le han complicado al Liverpool esta temporada. Así no solo se ha perdido salida limpia de la pelota desde atrás, sino que también se ha abierto un hueco a su espalda que el veterano Stevie no siempre ha podido cubrir.
Porque Henderson no ha podido abarcar tanto campo, y cuando no está acompañado de Allen o Leiva, sufre en cada transición defensiva. No hay mejor complemento para Gerrard en labores de creación que el mediocentro inglés, pero este año la conexión con los jugadores ofensivos no es tan clara, las líneas de pase se han reducido y la mayoría de equipos de la Premier ha desarrollado anticuerpos para frenar al Liverpool. Ante la acumulación de hombres en tres cuartos de campo, sus llegadas por sorpresa se han visto reducidas y el equipo echa de menos su golpeo de media distancia. Por su parte el puente entre ese mediocampo y la delantera ha sido habitualmente un Coutinho tan genial como intermitente. De sus asociaciones con Lallana o Sterling han salido las mejores jugadas de este Liverpool, sobre todo cuando se asocian en el flanco izquierdo, con el brasileño perfilándose en diagonal al arco.
El problema del Liverpool también ha sido, por tanto, generar fútbol y recuperar ese juego fluido que permitía los espacios interiores que aprovechaban Suárez y Sturrigde para desnivelar partidos. Ellos abrían los caminos del gol dando opciones a sus compañeros o se fabricaban por sí mismos esas ocasiones, algo que Balotelli y compañía no han logrado todavía. Esa indefinición ofensiva se ha reproducido en la retaguardia, donde una defensa joven capitaneada por Skrtel no termina de asentarse a pesar de que es la línea del equipo que más ha repetido a sus integrantes. La apuesta por la juventud en Liverpool está resultando arriesgada, la vida sin Luis Suárez ha supuesto bajar varios escalones y la dependencia de Balotelli es una ruleta rusa que puede llevarse a cualquiera por delante. Pero Rodgers tiene tiempo y confianza todavía para reconducir la situación.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
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