Los dos pilares básicos del proceso de aprendizaje de nuestros jugadores respecto al juego son las dos ideas que más cuesta aceptar por la mayoría de los entrenadores: el error es el núcleo del entrenamiento y el jugador a partir de su auto-estructuración es el constructor de su propio aprendizaje.
Asociamos la ausencia de errores al control, como si el contexto competitivo fuese algo cerrado y predecible. Controlar lo descontextualizado e inespecífico no me aporta ninguna seguridad y me hace creer que todo lo que sucede se escapa de mi control.
Proponer tareas controlables a menudo se convierte en la forma de, como entrenadores, no poder influir deliberadamente en las conductas a manifestar o contextos a vivenciar por nuestros jugadores. Entender que nuestra influencia se enmarca en un segundo plano, que los jugadores son los que tienen un mayor impacto en los episodios de juego, será lo que nos permitirá llegar a adquirir cierta importancia.
El volante lo llevan los jugadores, y como entrenadores llegamos a controlar algo cuando les facilitamos la incorporación de herramientas y medios para gestionar ese caos que es el juego. Habrá veces, las menos, en que les proporcionemos dichas herramientas; aunque nuestra labor trata de plantear situaciones a partir de las cuales ellos sean capaces de extraer del entorno lo relevante y útil, e incorporarlo a su abanico de posibilidades de forma autónoma, el cual le caracterizará como jugador.
Generamos contextos de aprendizaje, y ayudamos al jugador a que perciba y discrimine los estímulos con los que interactúa, para que construya sus propios aprendizajes. La autonomía del jugador no emerge por generación espontánea: es ahí donde el entrenador resulta fundamental.
Sin embargo la autonomía de los jugadores tiene ciertos límites que debemos valorar. No podemos reducir nuestra intervención a proponer situaciones o problemas para que los jugadores se enfrenten a ellos y encuentren una solución. Como dice Marcelo Bielsa, hay soluciones que solo encuentran los grandes talentos, que sin embargo los jugadores normales son capaces de aplicar si hay alguien que se las enseña. Hemos de permitir al jugador que aprenda de forma autónoma todo lo que sea posible, darle herramientas para que los límites de su autonomía sean cada vez más remotos y sus posibilidades de aprendizaje por sí mismo se amplíen, pero también debemos enseñar a los jugadores todo aquello que él solo en su relación con el entorno de juego no puede aprender.
“Hay respuestas que exige el fútbol que únicamente las pueden elaborar los grandes talentos. Pero también hay muchas respuestas que los jugadores promedio no incorporan a sus recursos porque nadie se las ha enseñado. Proponer el juego como único elemento de desarrollo de la genética o de las aptitides es una visión desde mi punto de vista incompleta. Lo que creo que debemos hacer es enseñarles soluciones que no pueden elaborar por sí mismos. Los que piensan el fútbol deben articular respuesta” (Marcelo Bielsa).
Hemos de hacer ver al jugador que el error no es algo evitar sino algo necesario para su propio aprendizaje. Dar herramientas al jugador para que sea capaz de percibir sus propios errores respecto al juego, que detecte las conductas de sus propios compañeros y sea capaz de proporcionarles un feedback del cual ellos extraigan una información que moldee su yo-jugador, etc. La manera de gestionar el error que tenemos como entrenadores es la que comunicamos a nuestros jugadores y por tanto la información que ellos reciben de cómo enfrentarse a los errores. Es fundamental que el jugador entienda el error como una oportunidad de optimizar su rendimiento y conocimiento.
“Los errores son desvíos que son parte integrante, y hasta estructurante, del aprendizaje” (Julio Garganta)
“Si hay equilibrio no hay aprendizaje” (Carlota Torrents)
“El error es la variabilidad que no nos gusta” (Duarte Araujo)
El error además es un gran indicador de dónde se encuentran nuestros jugadores en cuanto a aquello que queremos que adquieran. Nos muestran todo lo que el jugador ya domina y aquello que aún no ha aprendido, dándonos una información sobre sus propias necesidades, a partir de las cuales generaremos nuestras propuestas. El error es una oscilación necesaria para que se produzca una adaptación, generando unos desequilibrios que obligan a la autoestructuración.
Según la hipótesis de los marcadores somáticos de Antonio Damasio, con el error se produce una mayor retención de información que con los aciertos. Nosotros hemos de intervenir adecuando el tipo de feedback a las necesidades de los jugadores, para que conviertan ese error en un aprendizaje, ajustando nuestro mensaje emocionalmente para que no inhiban el error, pero que no caigan tampoco en el mismo error. Hemos de ser capaces de plantear las situaciones adecuadas de modo que el jugador cometa preferentemente los errores que el entrenador quiere y en el contexto que entendemos que más útil le puede llegar a ser de cara a consolidar y estabilizar un aprendizaje. Hay errores que en determinadas situaciones es mejor que el jugador no cometa por el impacto que pueden tener en él, el reducido aprendizaje que se puede extraer de los mismos, etc.
Una cosa es que en el entrenamiento el error esté presente, y otra muy distinta es entrenar errores. No nos interesa para nada repetir conductas mal ejecutadas, malas intenciones tácticas, etc. Lo que nos interesa es la gestión que tanto jugadores como entrenadores hacemos de esos errores, y todo lo que podemos extraer de los mismos. Creo en proporcionar al jugador un conocimiento consciente que le facilite el descubrimiento de sus propias posibilidades. Una teoría que se convierte en la mejor práctica. A partir de entender al jugador como alguien inteligente, ser conscientes de que más que adaptar nuestro lenguaje a él, podemos conseguir que se adapte él al nuestro e incluso llegue a emplearlo. Es lo que yo llamo comunicación táctica y me parece una de las bases del entrenamiento. La manera en que vamos a dar información a los jugadores desde nuestro mensaje no debe reducir el aprendizaje, sino ampliarlo.
Tan importante es entrenar un modelo de juego, como entrenar la transmisión de dicho modelo de juego. Siendo el modelo algo dinámico y vivo, si nuestros jugadores son capaces de gestionar mejor nuestras propuestas de entrenamiento y adquirir más elementos en menos tiempo, nuestra adaptación al día a día se optimiza. Que el jugador se adapte al tipo de feedback que va a recibir se puede convertir en un catalizador del proceso. Queremos proporcionar al jugador toda la información que pueda ser capaz de tratar, y sobre todo que tenga la capacidad de tratar mucha información. Cuando lo conseguimos, el jugador se convierte en el mayor constructor de su propio aprendizaje, y el valor de nuestra ayuda también crece.
A partir de la comunicación táctica el jugador proporciona un feedback verbal muy útil para el entrenador. Tenemos que invitar al jugador a autoevaluarse constantemente, a sacar sus propias conclusiones respecto a las vivencias a las que se enfrenta, hacerle ver que también puede participar en el aprendizaje de sus propios compañeros y por supuesto, que puede convertirse en el gran facilitador del aprendizaje de sus entrenadores. Tenemos que conseguir que el jugador adopte otros roles que parecen alejados a sus funciones pero sin embargo le pertenecen. ¿Acaso el jugador no es el núcleo de todo lo que tiene que ver con el juego?
“Aprender no es nunca llegar a ser capaz de repetir el mismo gesto, sino, ante una situación, dar una respuesta adecuada por medios diferentes” (Merleau-Ponty)
“Cuanto más talento tenga un jugador, más soluciones le encontrará a una jugada” (Valero Rivera)
Nuestro éxito como entrenadores es ampliar la potencia prospectiva de nuestros jugadores y su capacidad de introyección. La potencia prospectiva es la capacidad que tiene un jugador de resolver una situación de las más variadas formas posibles sin pérdida de eficacia. Como entrenadores hemos de generar contextos que permitan al jugador resolver un problema a partir de diversas conductas. Esta potencia prospectiva hemos de relacionarla con las capacidades socio-motrices del deportista: interacción, comunicación e introyección.
La interacción se produce con elementos constituyentes de las situaciones que les proponemos, la colaboración y oposición dentro de la tarea, etc. La comunicación la realizan con los compañeros y el entrenador, convirtiéndose el lenguaje en una herramienta perceptiva fundamental, ya que vemos más con conceptos e ideas que con los ojos, ya que son los conceptos e ideas los que permiten dar un significado a lo que vemos, y a partir de ahí emplearlo.
Por último está la introyección, que es la capacidad que tiene el jugador de incorporar a su yo elementos del contexto con el cual se relaciona. Esto puede ser un arma de doble filo, ya que lo que incorpora lo hace sin digerirlo previamente, por tanto puede adquirir elementos positivos y negativos. A partir del desarrollo perceptivo de nuestros jugadores serán capaces de discriminar los agentes negativos de los positivos e incorporar aquello que les permita adquirir mayores cotas de autoestructuración.
Además los entrenadores somos quienes generamos los contextos y podemos gestionarlos con cierto impacto, por lo que nuestras propuestas deben facilitar que el jugador sea capaz de optimizar su rendimiento a partir de su autoestructuración, y no incorporar elementos inútiles.
Un entrenamiento fundamentado en el jugador y en las posibilidades que él tiene de construir su aprendizaje e influir en el de sus compañeros y entrenadores, donde la autoevaluación está continuamente presente, donde el error se convierte en una oportunidad, donde los jugadores hablan sobre el juego jugando, para ayudarse y ajustarse colectivamente, donde entrenador y jugador se escuchan por partes iguales porque el feedback del jugador tiene un gran valor, donde a partir de la autonomía del jugador el entrenador puede ayudarle cada vez más (ya que las capacidades del jugador son mayores), etc. Todo eso es posible y hace del proceso un camino de un valor incalculable.
Aquí dejo una charla donde pude compartir algunas de las cosas de las que he hablado durante el artículo y que el proceso nos ha dejado gracias a entender al jugador como alguien inteligente cuyo aprendizaje no tiene límites.
* Enric Soriano es entrenador.
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