El joven experimentado de la Bretaña

por el 6 mayo, 2014 • 15:05

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El EA Guingamp, una localidad de la Bretaña de tan solo 7.000 habitantes es, quizás, el único equipo que con tal dimensión puede meter en un estadio de la capital francesa a 20.000 aficionados, ganar a su eterno rival y además volver en tractor. Sus habitantes dependen y viven del sector agrícola y en los últimos años su equipo ha estado a punto de desaparecer, cuando en 2010, un año después de ganar su primera Coupe de France, también ante el Rennes, se vio acechados por una serie de deudas que casi fuerzan por completo la quiebra de la entidad. Apareció un Patton, un libertador en Bretaña –esta vez el dinero era la amenaza y no los nazis– para devolver al Guingamp a la Ligue 2, y no solo eso, sino que en menos de tres años ha clasificado al club a la Europa League –competición que solo disputó en 2009, estando en Ligue 2 y fue apeado de la previa– y lo ha colocado en una posición privilegiada de Ligue 1, con el presupuesto más bajo y con la localidad más pequeña de toda la liga.

Vayamos por partes. En 1971, el Rennes consiguió ganar la Coupe de France y cuarenta y dos años después no ha vuelto a ganar ningún título tanto a nivel nacional como internacional. Un año después nació Jocelyn Gourvennec en Brest, que pertenece a la Bretaña, una región en la que pasar de un equipo bretón a otro significa traicionar a los tuyos. Gourvennec, en vez de jugar en el Brest, se marchó pronto al Lorient. Allí pasó sus primeros años como defensa, desplegando un físico atronador y vivo que le hacía imponerse por encima de los demás. Su superioridad fue tal que en 1980 debutó en Ligue 2 con el primer equipo. Disputó solo catorce partidos, anotando un gol. El Rennes, un equipo al que los aficionados del Lorient odian a muerte –odian a todos, pero a les rouges son el equipo al que más rabia, por así decirlo, le tienen– se cruzó en su camino. Gourvennec, con tan solo 19 años, se veía obligado a tomar una de las decisiones más delicadas de su vida: jugar en el eterno rival del club en el que se había formado desde los cinco años. Tras varios días de incertidumbre, Gourvennec aceptó y los aficionados del Rennes no se tomaron muy bien su fichaje. En sus primeros días hubo pitos en los partidos que el Rennes disputaba en La Route de Lorient, obligando a Jocelyn a ganarse a pulso a la afición por su juego.

Gourvennec demostró una serenidad impropia de un chaval de su edad. Hizo lo que tenía que hacer: olvidarse del pasado y disfrutar jugando en un Rennes que con él volvió a dar guerra. Cuando Gourvennec llegó al Rennes, los bretones estaban cerca de desaparecer, al igual que el Brest y el Guingamp. El inicio de la década de los noventa fue económicamente muy dura para Bretaña. Gourvennec fue nombrado mejor jugador del campeonato en la temporada 1993-1994 y ascendió a la Ligue 1. Dejó el Rennes en una gran situación y, antes de irse al Nantes, se consagró en la Ligue 1 como un mediocentro total: tácticamente sabía siempre dónde colocarse, mandaba en el campo a sus jugadores, les animaba y además llegaba y llegaba, fuera para marcar goles o para regalarlos. De ahí que anotara 50 goles en sus 150 partidos con los bretones, llegando como un feroz central y terminando su periplo como uno de los mejores centrocampistas de la Ligue 1, lo que le valió para ir con la selección francesa sub-21, con la que disputó cinco encuentros, anotando un gol. El Guingamp es, junto al Nantes, el mayor rival del Rennes. Con Les Canaris, Gourvennec fue decisivo, y esa decisión volvió odio.

Gourvennec siguió sumando y pasó el final del siglo repartido entre el Nantes, con el que disputaría las semifinales de la Champions en 1996, siendo una pieza clave en el plantel, y el Olympique de Marsella. De la mano de Rolland Courbis, en el OM volvió a demostrar que era un mediocentro total, siendo decisivo en varios encuentros de la antigua Copa de la UEFA que los marselleses acabarían perdiendo ante el Parma. Gourvennec se llevó su segundo garrotazo consecutivo en apenas un año, pues una temporada antes se quedó sin ir convocado para el Mundial de Francia pese a realizar una de sus temporadas más completas. A raíz de esa final, la carrera del bretón se apagó. No volvió a ser el mejor futbolista y, pese a que volvió al Rennes en el 2000, vio cómo su eterno rival, el Guingamp, de la mano de Drogba y Malouda, triunfaba en Bretaña, instaurándose como un equipo emergente que apostaba por los jóvenes. Gourvennec pudo fichar por aquel Guingamp, pero como era el máximo rival del Rennes les terminó rechazando.

Ahora, más de una década después, el destino ha querido que Gourvennec pudiera ganarle al Rennes su primer título como entrenador con el eterno rival del club. Bastia, Angers y Clermont fueron los últimos equipos de un Gourvennec que se retiró a los 36 años de edad para sacarse el título de entrenador.

Como técnico, Gourvennec permaneció dos temporadas –de 2008 a 2010– en el modesto La Roche, donde apenas pudo sacar muchas conclusiones, pues llegó al club estando en quinta división (CFA 2) y no tuvo los medios suficientes para enmendar la situación. De manera ináudita, el Guingamp, que atravesaba también un momento complicado, quiso contratarle para que sustituyera a Francis Smerecki. Gourvennec, nacido en Brest, rival por antonomasia junto al Rennes del Guingamp, volvía a ponerse en un compromiso para pensarse la oferta. Irse a Guingamp después de haber nacido en Brest y haber jugado y triunfado en el Rennes como jugador quizás no era la mejor opción para un entrenador sin apenas experiencia. Pero él sabía que en el fútbol hay que olvidar el pasado, y más si la oportunidad es para entrenar a un equipo que no estaba viviendo un buen momento. En aquel Guingamp de 2010, Gourvennec no tuvo otro remedio que apostar por jugadores jóvenes y la veteranía de un Mathis que llevaba toda su vida siendo fiel a los equipos en los que había estado. Convencer a chavales como Imbula o Knockaert fue una de las claves de aquella temporada, que pese a que no fue muy productiva al principio se acabaría viendo recompensada con un más que merecido ascenso a Ligue 2, en una temporada en la que nadie aseguró su continuidad en el fútbol francés.

Los dos años posteriores confirmaron y revitalizaron aún más al entrenador nacido en 1972 en Brest. Volvió a apostar por jugadores jóvenes, pero además fichó a un delantero africano llamado Yatabaré que fue el mayor acierto del club tras el fichaje de Drogba, allá por 2001. Yatabaré formó delantera junto a Atik –jugador turco que coincidió con el delantero guineano en el Boulougne una temporada antes–, otro acierto suyo, además del de fichar a un mito como Cédric Faure para complementar aún más un poderío ofensivo que, unido al físico de mediocentros como Mathis, Imbulla o Diallo, y gracias a una defensa veterana, ascendía a la Ligue 1 diez años después de su mejor temporada histórica, en 2002, cuando Gourvennec rechazó al club como jugador. Hay que recalcar que antes de la euforia del ascenso, Montanier, en su primera temporada en la Real Sociedad, estuvo muy cerca de fichar a Yatabaré. Si el fichaje se llega a efectuar, posiblemente el Guingamp no habría ascendido a Ligue 1. Qué cosas. El pasado sábado, Yatabaré marcó un gol decisivo en la final de Copa ante el Rennes de Montanier.

Es evidente que mucha de la culpa de aquel ascenso la tuvo Gourvennec. Un entrenador joven, con las ideas muy claras y que supo adaptarse a las características de cada jugador. El hecho de reconvertir a Mathis en una roca defensiva o convencer a Faure de que a su 34 años podía ser un futbolista importante en un equipo de Segunda División francesa fueron varios de sus logros. El 4-4-2 con variante a 4-3-3, desde el primer año en National, se ha mantenido como fundamento no negociable para él. Además, explicó hace dos temporadas, este esquema le permite tener hombres suficientes para atacar y defender en todas las líneas.

En la Ligue 1, Gourvennec volvió a ser protagonista, y esta vez también para bien. Su Guingamp ocupaba plazas europeas tras las primeras siete jornadas. El equipo volvió a soñar con una temporada similar a la de 2002, en la que ya hemos citado a Drogba y Malouda, y para más inri, en su décimo aniversario. Perdió a Imbula, pero fichó a Beauvue, Sankhare y mantuvo a prácticamente todos los jugadores que habían ascendido a la Ligue 1 una temporada antes. Su gran inicio contrastó con las jornadas siguientes. Lesiones, plantilla corta e irregularidad fuera de casa condicionaron la primera temporada de Gourvennec en Ligue 1. Pero él, como ha demostrado siempre, supo redimirse y en los partidos clave por la salvación, ganó casi todos.

Gourvennec, conocedor a la perfección del fútbol bretón, vio en la Coupe de France una vía de oxígeno para contrarrestar la irregularidad en Ligue 1. No tuvo a grandes rivales en su camino, hasta que en las semifinales se topó con el multimillonario Mónaco, un equipo similar en potencia y grandeza al Toulouse del 2009. Los James, Toulalan, Abidal, Rivière y Berbatov no iban a poner para nada sencilla la final al Guingamp. Gourvennec volvió a diseñar un plan perfecto, esta vez impulsando el repliegue y el feroz contragolpe del equipo para aniquilar a un Mónaco que salió humillado de Bretaña. El Guingamp había vuelto a obrar una auténtica proeza que pocos equipos volverán a repetir, si es que algún día les da por vivir una situación tan dramática como la que ha vivido el Guingamp antes de cosechar tantos éxitos. Para triunfar en el fútbol hay que sufrir. Gourvennec sufrió en sus carnes lo que es Bretaña. En el fútbol, ante todo, hay que ser profesional, y el francés entendió que hay que olvidar el pasado y mirar siempre al presente para intentar ser un buen entrenador.

El pasado se le volvería a cruzar a Gourvennec en una final que prometía ser apasionante ante el Rennes de Montanier. El equipo en el que se había formado atravesaba una racha de cuarenta y cuatro años sin conseguir un título y tenía sed de venganza, pues en 2009 perdió una final que no se le debió escapar, cuando el Guingamp militaba en Ligue 2. Pero cuando estás ante un técnico de la talla de Gourvennec, que conoce a la perfección a su rival y lo estudia a fondo, poco puedes hacer.

Diseñó un plan perfecto para maniatar a Montanier: le dio la posesión del balón, pero no dejó que recibieran sus tres hombres más peligrosos, Alessandrini, Toivonen o Grosicki, que acabaron inadvertidos. Cuando robaba, el Guingamp jugaba rápido en la banda para buscar centros laterales, un arma que hace mucho daño al Rennes. La exhibición de la villa de 7.000 habitantes tanto táctica como técnicamente entrará en los anales de la historia de la Coupe de France. Un baño que hará reflexionar y mucho sobre si este joven nacido en Bretaña debe entrenar a un grande la próxima temporada. Que debe ser así.

* Andrés Onrubia.

– Fotos: AFP  – Getty Images




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