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El hombre que quiso cambiar un deporte

por el 8 febrero, 2013 • 15:08

Nueva York, octubre de 2001. En el aire que envuelve la Gran Manzana flota todavía la nebulosa procedente del estrepitoso derrumbe de las Torres Gemelas, solo cuatro días atrás. La ciudad llora a sus muertos aún sin cuantificar mientras los servicios de rescate se afanan por hallar algún superviviente bajo los escombros que han sepultado a miles de personas en Wall Street ante los ojos del mundo entero. Pero en un punto de la ciudad localizado en el cruce de East 161 Street y River Avenue, en el corazón del Bronx, la vida parece seguir su curso como si ningún suceso anómalo hubiese interferido en su discurrir.

Las cerca de sesenta mil almas que llenan el Yankee Stadium celebran extasiadas la victoria de su equipo, el más laureado de la Major League Baseball (MLB), sobre los Oakland Athletics en el quinto partido de los playoffs. Los New York Yankees habían conseguido remontar la desventaja inicial de 0-2 en la eliminatoria y con tres victorias consecutivas certificaban su pase a las American League Championship Series ─el equivalente a las finales de conferencia de la NBA─ por segundo año consecutivo frente al mismo rival y con idéntico resultado global (3-2).

A 4.600 kilómetros de distancia, en la costa oeste de los Estados Unidos, los seguidores de los Athletics lamentaban un nuevo fracaso del equipo californiano en su intento por alcanzar las Series Mundiales, la gran final a la que no llegaban desde su derrota ante los Cincinnati Reds en 1990 ─un año antes se habían proclamado campeones al derrotar a los San Francisco Giants─. Tendrían que aguardar al menos otra temporada para ver de nuevo a su equipo en lo más alto, anhelo alimentado por las buenas actuaciones del equipo en las temporadas 2000 y 2001, con las que dejaban atrás una década sombría plagada de decepciones y malos resultados.

Sin embargo, el futuro se presentaba incierto para un equipo que perdería al inicio de la temporada 2002 a tres de sus jugadores más determinantes: Johny Damon, Jason Giambi y Jason Isringhausen. La tarea de hallar tres sustitutos de garantías capaces de rendir al nivel que lo habían hecho ellos parecía en ese momento una quimera, teniendo en cuenta que el presupuesto de Oakland era, y sigue siendo, uno de los más bajos de la MLB. Esa responsabilidad recaía sobre el general manager del equipo, William L. Billy Beane, exjugador fracasado al frente de la dirección deportiva de los Athletics desde 1997. Pocos sospechaban entonces que esa reestructuración aparentemente intrascendente acabaría pasando a la historia del béisbol y del deporte en general gracias a un revolucionario sistema de análisis, comparación y valoración de jugadores en base a parámetros relacionados exclusivamente con el juego.

EL SISTEMA SABR

Las siglas SABR hacen referencia a la Society for American Baseball Research, una institución cuyo objetivo es el fomento de las investigaciones relacionadas con los récords y las estadísticas aplicadas al béisbol, y por derivación de ellas nació el término sabermetrics, un sistema de análisis del juego basado en hechos objetivos que tienen incidencia en el desarrollo de los partidos y las temporadas, ofreciendo predicciones sobre el futuro rendimiento de cada jugador. No se trata únicamente de un compendio que muestre datos evidentes al alcance de cualquiera ─por ejemplo, en el fútbol, el máximo goleador de una competición o el jugador que más pases de gol da o el portero que menos goles encaja─, sino que bucea hasta dar con parámetros ocultos que escapan a las miradas superficiales. Por ejemplo, cuántos de esos goles de un jugador abrieron el marcador a favor de su equipo o culminaron una remontada en los minutos finales del partido, o cuántas asistencias llegaron con centros laterales desde la banda derecha, o cuántas paradas hace el portero por cada gol que encaja. Incluso, establece relaciones entre el coste de un traspaso, el salario del jugador y los resultados obtenidos ─podríamos averiguar cuánto le cuesta a un equipo cada gol de un determinado jugador o cuál es el precio de cada punto obtenido en la competición en función de la suma de los salarios del equipo─. El artífice de este método es Bill James, un historiador y estadístico del béisbol incluido en el año 2006 por la revista Time entre las cien personas más influyentes del mundo.

Billy Beane conoció este sistema a finales del 2001, cuando planificaba la temporada siguiente con la esperanza de cerrar algún traspaso provechoso que permitiese a los Athletics mantenerse en la pelea con los equipos punteros de la MLB, que en algunos casos multiplicaban por cuatro y por cinco su presupuesto. Fue Paul DePodesta, actual general manager de los New York Mets, quien introdujo a Beane en la dinámica de sabermetrics, tal y como relata Michael Lewis en su libro Moneyball ─acertadamente llevado al cine por el director Bennet Miller, con guion adaptado por Aaron Sorkin y Brad Pitt en el papel de Beane─.

Utilizando esta herramienta estadística, Beane y DePodesta confeccionaron una plantilla llena de retales de otros equipos, descartes en su mayor parte o jugadores que suponían una carga inasumible pero a los que no se hallaba acomodo en otro lugar por su aparente ineficacia en el campo. Sin embargo, el sistema sabermetrics les otorgaba unos atributos superiores a los de otros jugadores que gozaban del tratamiento de estrellas, y además estaban económicamente al alcance de los Athletics, al cobrar todos ellos salarios acordes con la consideración que merecían a los directivos y técnicos de la liga.

La arriesgada apuesta del dirigente de los Oakland Athletics chocó de frente con el pragmatismo de muchos que veían en estos movimientos el inicio de un declive sin remedio para un equipo que las dos temporadas anteriores se había quedado a las puertas de la gloria. Beane fue durante un tiempo la diana en la que todos ponían a prueba su puntería, y los resultados iniciales de la temporada 2002 parecían cargar de razón a los críticos. Pero el signo de su suerte cambió, el trabajo de scouting llevado a cabo durante la pretemporada comenzó a dar sus frutos y los Athletics destrozaron el récord de victorias consecutivas en la American League dejándolo en veinte y cerrando la temporada regular con un balance favorable de 103-59.

LA INFLUENCIA DE BILLY BEANE

Antes de convertirse en general manager de los Oakland Athletics, Beane fue un prometedor outfielder seleccionado en la primera ronda del draft en el año 1984. Los New York Mets apostaron por él confiando en que se convertiría en una estrella del béisbol, creyendo que estaba llamado a marcar una época en el deporte. Pero fracasó en su intento por llegar a la cumbre y tras dos temporadas en Nueva York fue traspasado a los Minnesota Twins, donde jugaría otros dos años para luego ir a Detroit en 1988 y finalmente a Oakland, donde se retiraría en 1989, con solo 27 años e incapaz de disfrutar de un deporte por el que había sacrificado su futuro universitario para terminar prematuramente apartado del césped. Probablemente, Beane encarnaba entonces la antítesis del sueño americano y de cualquiera de las ficciones de Hollywood que con frecuencia recrean el ascenso al estrellato de jóvenes promesas del deporte, ya sea el béisbol, el baloncesto, el fútbol americano u otra disciplina elegida para la ocasión.

Beane se convirtió entonces en ojeador de los Athletics, para pasar a ser el máximo responsable deportivo del equipo en el año 1997. Desde el despacho trataba de alcanzar la gloria que el destino le había negado cuando vestía el uniforme de jugador. Después de dos temporadas ─ 2000 y 2001─ rozándola con la yema de los dedos, confiaba ciegamente en el sabermetrics para baremar analítica y objetivamente las opciones que ofrecía el mercado para reconstruir la plantilla sin perder fuelle. El error que en su día unos ojeadores habían cometido con él, incapaces de predecir su comportamiento futuro bajo condiciones de presión, condicionó por completo su obcecada defensa del nuevo sistema cuando las críticas arreciaban y los resultados no acompañaban.

Beane había tomado la determinación de no fiar su futuro ni el del equipo a la intuición o las preferencias subjetivas del equipo de ojeadores de los Athletics y de las suyas propias, sino que apostaba todo al aséptico veredicto que ofrecían los números y que le hacían descartar a jugadores consolidados, mediáticos y con sueldos elevados para elegir a otros menos vistosos, estrambóticos en algunos casos, marginados, arruinados o con vidas privadas desordenadas ─marcadas por el juego, la prostitución o el alcohol─. Lo único que importaba era el rendimiento que podrían ofrecer en circunstancias determinadas y su aportación individual a los registros colectivos que a final de temporada situarían al equipo más arriba o más abajo. La personalidad de Billy Beane, forjada a base de derrotas y decepciones, fue determinante a la hora de no cejar en su empeño personal, convencido de que el sistema sabermetrics era el único modo de que el equipo californiano podía competir de igual a igual con las grandes potencias del béisbol. Finalizada la temporada regular, ya nadie discutía la efectividad del método y el resto de managers se disponían a imitar su estrategia de cara al año siguiente.

PUNTO Y SEGUIDO

Aquella temporada, los Oakland Athletics jugaron de nuevo los playoffs tras la temporada regular, y al igual que había ocurrido las dos anteriores, perdieron por 3-2, esta vez frente a los Minnesota Twins ─que curiosamente habían truncado durante la temporada regular su racha de victorias, impidiéndoles ampliar el registro hasta veintiuna─. Después de este duro golpe, los Red Sox de Boston, uno de los equipos con más renombre e historia del béisbol estadounidense, ofrecieron a Beane convertirse en su general manager. La oferta económica para hacerse cargo de la dirección deportiva del equipo de Massachusetts era mareante: un salario de 12,5 millones de dólares anuales. Beane rechazó el ofrecimiento y decidió seguir intentando llevar a los Athletics al triunfo en las Series Mundiales.

La historia se repetiría la siguiente temporada, y como el destino suele comportarse de un modo arbitrario y caprichoso, en esta ocasión el verdugo de los Oakland Athletics ─también con un resultado global de 3-2─ fueron los Red Sox. Hasta este año 2012 no volverían a disputar los playoffss de la American League. El desenlace, toda una ganga para los apostadores más avispados: derrota 3-2 ante los Detroit Tigers. Al menos hasta 2019, Beane continuará al frente de la parcela deportiva de los Athletics, con los que parece haber hecho una promesa de amor eterno mutuo. Siete temporadas por delante par saldar una cuenta pendiente que acumula ya intereses desorbitados.

LA INCIDENCIA DE SABERMETRICS MÁS ALLÁ DE OAKLAND

Ya dijimos antes que el éxito, a medias, cosechado por los Oakland Athletics con el uso del sistema sabermetrics hizo que de inmediato el resto de equipos de la MLB se dispusieran a utilizarlo, salvando las lógicas resistencias de los ojeadores y técnicos tradicionales que vivían precisamente de seleccionar jugadores en base a su intuición o sus criterios particulares de valoración. Sabermetrics suponía una amenaza laboral para ellos y estaban dispuestos a dar la batalla para evitar quedarse en el paro, desplazados por una computadora que hacía su trabajo con más eficacia y menos costes.

Pero al margen de su impacto en la liga estadounidense de béisbol, esta herramienta representa una revolución en el modo de encarar la planificación deportiva en su conjunto, atendiendo especialmente a dos criterios: la utilidad propiamente dicha de la estadística como ciencia y la selección y valoración de jugadores en base a criterios meramente objetivos, descartando elementos de mercadotecnia e imagen. El modelo es perfectamente exportable a deportes más próximos a nuestra cultura como el fútbol, donde habitualmente nos encontramos con equipos cuyos recursos económicos son mucho más limitados que los de sus rivales pero logran unos resultados inicialmente insospechados. ¿Suerte? Siempre viene bien tenerla de cara, pero por sí misma no constituye un elemento decisivo en competiciones que se componen ─en el caso de la liga española, por ejemplo─ de 38 jornadas en las que vale más la regularidad que la fortuna.

Casos recientes como el del Levante ─6º la temporada pasada con un presupuesto de 7,5 millones de euros, frente a los 90 millones del Sevilla (9º), los 47 millones del Espanyol (14º) o los 76 millones del Villarreal (18º)─ ponen de actualidad la importancia de gestionar de un modo adecuado los recursos de los que se dispone para alcanzar los objetivos marcados. A día de hoy, afrontando la temporada 2012-2013 con un presupuesto inicial de 28,8 millones ─notablemente superior al de hace un año pero todavía entre los más bajos de la competición─, el Levante está de lleno en la lucha por repetir el éxito de la temporada pasada.

En el extremo opuesto de la balanza lo encontramos al Manchester City inglés, que tras una inversión de más de 1.000 millones de euros en tres años, apenas cuenta con una Premier League ─ganada en el tiempo de descuento del último partido de la temporada pasada─ entre sus logros y acaba de sumar un nuevo fracaso estrepitoso en su segunda participación en la Champions League. El bajo rendimiento de la constelación de estrellas con sueldos estratosféricos que compone la plantilla, sumado a la incapacidad de Roberto Mancini para dar con la fórmula adecuada que haga funcionar la maquinaria, ha sido hasta ahora sinónimo de decepción.

Billy Beane quiso cambiar las reglas de un deporte, y tal vez sin pretenderlo abrió los ojos de muchos que ahora imitan ─o al menos tratan de hacerlo– su método, en busca del éxito que el dinero no les dará nunca, porque nunca lo tendrán. En una sociedad movida por los intereses económicos y comerciales, donde el dinero es el único cuantificador válido para casi todo, el ingenio, la astucia y tal vez sabermetrics son las únicas armas con las que pueden contar los humildes.

* Alejandro Carrera.

– Fotos: Lance Iversen (San Francisco Chronicle) – AP




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