Esta temporada, el Balonmano Aragón logró la cesión de un joven lateral derecho de aspecto exótico y nada rollizo, de sangre soviética, de los que ya no quedan. Pertenece a una estirpe que consigue destacar por su técnica y no por su tamaño. En el balonmano actual, su porte contrasta entre los mastodónticos jugadores que comparten su posición. En un mundo que tiende al pragmatismo, a tirar de lo sencillo y evitar las probaturas, apostar por un perfil como el suyo es una muestra de valentía. Sin embargo, al verlo jugar, los miedos se evaporan, las inseguridades se olvidan y el sentido común hace acto de presencia. Resulta imposible no rendirse a la evidencia, todo el mundo es capaz de apreciar la magia, aunque esta sea solo una ilusión.
Alex nació en Santander hace 20 años, en una época en la que un equipo histórico, el Teka Cantabria, dominaba fuera y dentro de nuestras fronteras. A los cinco años empezó a jugar al balonmano, iniciándose en los Marianistas de Ciudad Real. Con sólo 17 debutó en el primer equipo, tanto en la Liga Asobal como en Champions. Pero no sería allí donde triunfaría, no cuando una losa tan grande reposaba sobre sus hombros.
Se marchó a Logroño una temporada. Su rendimiento fue óptimo, pero no acaparó grandes titulares. Después llegó a Zaragoza a cubrir el puesto dejado por un internacional emigrado a Francia, como tantos otros en este fatídico verano de 2012. Este mismo verano formó parte de los júniors de oro, la selección española Sub-20 que logró el Campeonato de Europa, en el que sería designado mejor lateral derecho del torneo.
Aterrizó en Zaragoza y los murmullos ya reverberaban a su alrededor. Llegaba en un momento propicio, en el que los clubes tenían que apostar por los jóvenes para sobrevivir. Con la nueva temporada continuó creciendo. Su nombre, antes murmurado en voz baja, empezó a escucharse en grandes altavoces.
Sus goles empezaron a situarlo en lo más alto de las listas estadísticas, pronto los focos empezaron a perseguirlo. Pero no sería hasta la 10ª jornada cuando su imagen quedaría grabada en la retina de los aficionados. Ese 13 de noviembre presenciamos la irrupción de un nuevo talento, el despertar de una promesa prodigiosa. Su rival era el F. C. Barcelona, así que la derrota parecía asegurada. No hubo sorpresa, el balonmano Aragón perdió 24-32, pero ganó un jugador formidable. Alex anotó 9 goles, tan solo uno de penalti (transformando en gol una rosca ante Saric). Los otros se repartieron a partes iguales entre los seis y los nueve metros. Si intentáramos enumerar el repertorio que mostró en ese partido nos quedaríamos cortos: lanzamientos sorpresivos en ángulos imposibles, sin importar que fueran en apoyo rectificado o en una suspensión interminable; fintas de una electricidad fulgurante, destellos de una brillantez exquisita; asistencias desconcertantes y un número a la espalda reservado a los más grandes: el 10. Su equipo perdió, pero la huella dejada por Alex sería imperecedera.
Dos semanas más tarde llegó el momento de enfrentarse al otro coloso de la competición, el Atlético de Madrid. Era un partido especial, cargado de una emotividad distinta; sabía que aquel día las cámaras lo buscarían a él. Y no se escondió. Brilló más que nunca. Confirmó lo apuntado dos semanas atrás y mejoró aún más sus prestaciones. Su juego parecía sacado de un libro de fantasía. Imaginaba lo inimaginable. Asistía de espaldas, sin necesidad de mirar, con la misma seguridad que un mago muestra en sus juegos de cartas. Perforaba la red sin apenas ser visto, su brazo era un látigo que chasqueaba en todas direcciones. Su genialidad era original, los recursos que usaba no se aprenden en ningún entrenamiento. Al final, sus 8 goles contribuyeron a asestarle al equipo madrileño un golpe que lo ponía contra las cuerdas. En el banquillo rival, alguien se movía perturbado inmerso en un oleaje de sentimientos contradictorios. Era un agridulce resultado para el entrenador legendario.
Actualmente, Alex es el máximo goleador de la Liga Asobal: 98 goles en 15 partidos. Su progresión parece inexorable; su consolidación, un hecho consumado. En una época de fuga de talentos, la emergencia de una nueva estrella es un regalo impagable.
Recordad: su nombre es Alex; su apellido, Dujshebaev.
* Eric García.
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