Cuando Gerard Piqué dijo públicamente que ya no era uno de los mejores defensas centrales del mundo hizo dos cosas: decir la verdad y situar el listón de su nuevo reto.
La etapa adulta de Piqué en el Barça ha tenido hasta el momento ciclos de tres años. El primer ciclo, una vez fichado del Manchester United, cubrió desde 2008 hasta 2011 y se benefició de todos los factores a favor. Llegó sin ser pieza clave en la defensa, con lo que a su alrededor no se erigieron expectativas sobredimensionadas. Contó con maestros que le enseñaron y corrigieron, tanto en el juego como en la actitud: tener a Puyol, Márquez, Milito o Abidal cerca es un beneficio incalculable. El entrenador Guardiola le otorgó una confianza sin límites y la suma de los factores mencionados encumbraron a un defensa superlativo.
Los siguientes tres años resultaron decepcionantes. Piqué protagonizó un declive que se antojaba imparable. Las razones de dicho declive las conoce él mejor que nadie y no me corresponde enumerarlas. Baste mencionar que dicho declive resultó ser muy acusado, tanto que el propio jugador lo asumió y reconoció públicamente, momento que acabó siendo decisivo para su recuperación.
En el momento actual, en apariencia Piqué ha iniciado un nuevo ciclo positivo, del que no podemos saber ni precisar duración ni calidad, aunque todos los indicios son alentadores, al igual que lo es su rendimiento general a lo largo de la temporada e incluso lo fue en el tramo final de la anterior, pese a la melancolía del juego barcelonista en aquella etapa. Dejando al margen al insuperable Messi, Piqué es hoy en día posiblemente el jugador más importante del Barça de Luis Enrique y vuelve a ser uno de los centrales más completos del mundo. Respecto de su primer ciclo, brillante y exitoso, las circunstancias son muy distintas: siete años más tarde ya no es el chico brillante al que nadie exige rendimiento inmediato y tampoco está rodeado de maestros mayores que le adoctrinan y protegen. Ahora es Piqué quien da la cara por el equipo, tanto si toca jugar como si toca hablar y en ambos terrenos se maneja con acierto y sobriedad. Por difícil, por imprevisible y porque no es habitual ni sencillo, su retorno a la gran élite tras un ciclo malo, largo y pesimista constituye una de las notas más positivas de la temporada. Y la confirmación de que la vida de un deportista nunca es lineal.
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