"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Pocos animales simbolizan mejor el liderazgo y el carácter ganador de Francia. Hay aves criadas en su confortable granja sin más objetivo que la reproducción, pero también existe una minoría destinada al combate. En este sentido, Cedric Sorhaindo, pivote francés del Barça, es un gallo atípico. La excepción de toda norma. El azulgrana no ha echado sus raíces en territorio europeo sino que ha forjado su carácter en la isla caribeña de Martinica. De su ciudad natal, La Trinité, ha heredado su carácter tranquilo y familiar –con especial devoción hacia su abuela–. De la infancia por sus calles el francés ha adquirido la necesidad imperiosa de no estar alumbrado por los focos. De no ser el protagonista –como cuando de pequeño lo situaban en el centro de las burlas–. Y lo ha conseguido. Con su selección y también a nivel de clubes.
En La Trinité, una localidad que apenas alcanza los 14.000 habitantes, Cedric tuvo que soportar la crueldad de los más pequeños. Cuando recién había cumplido los tres años de edad, el francés se vio obligado a operarse para reducir unos dolores insufribles en sus rodillas. La intervención supuso que pudiera llevar una vida prácticamente normal, pero sus compañeros se mofaban de su leve discapacidad física. El bleu aprendió que debía imponer la ley del más fuerte en el corral. Máxima que, desde entonces, aplica al balonmano. Un deporte que apareció en su vida en forma de mágico e inesperado flechazo. Paseando por los callejones de su barrio se topó con un partido de handball y decidió participar. Ese fue el inicio de un largo camino de superación.
A los 17, y tras jugar dos años en un equipo caribeño, hizo las maletas rumbo a París. El profesionalismo le aguardaba, pero antes debía pasar por el quirófano de nuevo para someterse a una operación durísima. Un experimento poco frecuente en un deportista de élite que consistía en la rotura de la tibia para colocar una placa metálica que la mantuviera recta. Durante el doloroso periodo de rehabilitación, el martinicano poco podía imaginar que el destino le tenía guardado un premio de colosales dimensiones.
En 2009, diez años después de su primer contacto con el balonmano en La Trinité, Cedric superó un último obstáculo para alcanzar el clímax de su carrera deportiva. Una inoportuna lesión en el abductor fruto de un golpe con su propio seleccionador, Claude Onesta, le apartó de los JJ. OO. de Pekin. Un año después, Sorhaindo lograba redimirse debutando con la zamarra azul en el Mundial de Croacia. Desde entonces se ha convertido en un fijo de las convocatorias galas y en uno de los nombres que forjarán la leyenda de Les Experts junto a los de Karabatic, Omeyer, Abalo, Narcisse o Jerome Fernández. Una generación irrepetible poseedora de un talento que se escapa de las matemáticas. Los números apuntan que los inmortales del país vecino se han adjudicado 5 de las últimas 6 competiciones disputadas. Oro en Pekín’08, en el Mundial de Croacia’09 y Suecia’11, en el Europeo de Austria’10 y en los JJ.OO. de Londres. Una longeva y brillante trayectoria tan sólo empañada por el ridículo en el Europeo de Serbia. Un capítulo que los de Onesta olvidaron rápidamente con el éxito vivido en la capital británica. Un gol de dudosa legalidad de William Accambray a falta de dos segundos para forzar la prórroga finiquitó las opciones de medalla para la Roja. Los hispanos todavía sufren pesadillas y amanecen empapados en sudor cuando recuerdan la acción del martillo del Montpellier que les apeaba del sueño olímpico.
Cedric es el menos gallo de sus compatriotas gallos. Huye de la atención mediática. Empresa complicada teniendo en cuenta que sus compañeros de selección llegan a la cita mundialista con ganas de reivindicarse. El caso de apuestas ilegales que ha sacudido a Francia y que ha cuestionado la deportividad y profesionalidad del intocable –hasta entonces– Leónidas Karabatic precisa de un lavado de imagen urgente. No hay nada peor que un Expert enrabietado. O quizás sí. Tal vez un hispano que disputa, por primera vez en su historia, un Mundial en casa y que anhela derrotar la dictadura de la familia bleu. Uno de sus miembros, Sorhaindo, tuvo que pelear en más de un corral durante su infancia, por lo que amilanarse no entra en sus planes. El azulgrana desea imponer su propia tiranía desde los seis metros. Viran Morros, compañero de equipo mutado en enemigo durante el Mundial, será el responsable de liquidar el despotismo del gallo de Martinica.
* Noelia Quero es periodista.
– Foto: AFP
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