El fútbol sin Messi

por el 8 octubre, 2015 • 19:33

Lesión Messi

La ausencia de Messi trasciende la táctica. Su ausencia es una fractura en el FC Barcelona porque él es mucho más que una táctica, un gol o una posición: es el alma. Es el equipo en sí mismo. Messi es todo en este Barça, incluido su actual modelo de juego. Su ausencia no se puede cubrir o compensar, ni siquiera parcialmente, porque durante años la evolución del equipo ha conducido a la propia fagocitación del equipo por parte de Messi. En otras palabras: el equipo aceptó convertirse en el envoltorio alrededor de Messi.

Es natural que ocurriera de este modo. Messi lo ganó todo. Messi hizo ganar todo al Barça. ¡Cómo no iba a supeditarse todo a él! Fue un sacrificio inevitable. O Messi o el equipo. Y el equipo eligió Messi. Usted y yo habríamos hecho lo mismo. El equipo era garantía de jugar bien; Messi es garantía de ganar. ¿Qué hubiera elegido usted?

No siempre fue así. En 2005 y 2006, Messi solo era el extremo derecho del equipo. Un extremo sensacional, capaz de martirizar al primer Chelsea de Mourinho o de imitar el gol estratosférico de Maradona, repitiéndolo frame a frame ante el Getafe. Pero el equipo estaba aún por encima de Messi. Aquel Barcelona que entrenaba Frank Rijkaard ganó la Champions de 2006 a través de una sinfonía colectiva que interpretaban Ronaldinho, Eto’o, Deco, Márquez, Iniesta, Larsson, Puyol, Valdés o Giuly. El juego y los jugadores se hallaban en el mismo plano de importancia. El Barça podía ganar la Champions con Xavi en el banquillo, convaleciente de una rotura de ligamentos cruzados, y Messi en la tribuna, a causa de una rotura en los músculos isquiotibiales.

Dos años más tarde llegó Pep Guardiola y fabricó un ecosistema idóneo para el estallido de la “bomba Messi”. No solo rescató del baúl de la historia el rol de “falso nueve” que habían inventado Pedernera, Palotas e Hidegkuti, sino que construyó un proceso de juego que desembocaba siempre en Messi como guinda del pastel. Fue la mejor expresión nunca vista del Juego de Posición, una arquitectura de juego que empezaba en los pies de Víctor Valdés y mediante la adecuada secuencia de pases y ocupación de espacios transportaba el balón hasta Xavi, quien a su vez daba comienzo a la segunda fase del juego: organizaba un terremoto silencioso que desordenaba al contrincante y permitía servir la pelota en bandeja a Messi para el gol, de la misma manera que el camarero sirve el vermut en la terraza del bar en un mediodía soleado.

El juego del Barça de Guardiola recordaba el “trencadís” de Gaudí, los famosos mosaicos ornamentales que el célebre arquitecto catalán formaba mediante centenares de pequeños fragmentos de piedras cerámicas. El juego del Pep Team era construido, definido, diseñado y pautado. Era un juego compuesto por docenas de pequeños movimientos, acciones y detalles que solo si se ejecutaban de manera coordinada generaban la deliciosa armonía que todos recordamos. El “trencadís” de Guardiola finalizaba entregando la pelota a Messi cerca del área para su remate definitivo y decisivo. Y de este modo el Barça resultó ser imparable, lo ganó todo y lo hizo entusiasmando a propios y ajenos. La ecuación había cambiado: el juego estaba por encima de los jugadores… salvo de Messi, convertido en punto y final de la arquitectura.

Con el paso de los años y los triunfos, la ecuación se fue extremando más y más. El juego se convirtió en un instrumento cada vez más secundario y, como efecto simultáneo, los restantes jugadores también redujeron su importancia: lo importante fue Messi. El Barcelona se convirtió en un equipo extremista: con Messi en buena forma resultaba imbatible; con Messi mermado o ausente, resultaba discreto. Cuando Messi estaba “on fire” podía sumar 91 goles en un año (2012) o ganar otro triplete histórico para el Barça aunque el equipo casi no practicara el juego de posición (2015). Cuando Messi estaba lesionado o tocado, el Barcelona sufría duros golpes, como aquel 7-0 que le endosó el Bayern (2013) o la temporada completamente en blanco que vivió bajo la dirección de Tata Martino (2014).

El “trencadís” colectivo de las mil pequeñas piedrecitas se había convertido en una escultura gigante erigida a la gloria de Messi. Como decía antes, sin duda usted y yo también habríamos elegido la misma opción: Messi por encima de todas las cosas. Y con esta decisión habríamos transformado al equipo en el grupo de cortesanos del Rey Messi. O lo que es lo mismo, cuando el Rey no está, sus compañeros se miran como diciendo “¿Y ahora qué hacemos?”.

Y esto es el Barcelona de hoy en día y no es culpa de nadie, sino que la vida es así y en ocasiones fabrica fenómenos incomprensibles y fabulosos que a su vez generan consecuencias imprevisibles. Messi no está, el “trencadís” parece roto y todos se miran en Barcelona en busca de una solución que no se encuentra porque nadie puede sustituir a Messi en ninguna de las facetas que ostenta: ni como goleador, ni como asistente, ni como regateador, ni como pasador, ni como constructor del juego, ni mucho menos como terror de los rivales. Messi se convirtió en un modelo de juego en sí mismo y sin Messi (agravado por la baja de Iniesta) el modelo no es restaurable rápidamente, del mismo modo que cuesta recomponer un “trencadís” si pierde demasiadas piedras.

En un proceso gradual, el Barcelona dejó de ser el Barcelona para convertirse en Messi y ahora, en su ausencia, no puede pretender que apretando un botón o alineando a otro jugador vuelva a ser lo que dejó de ser. Las grandes fiestas provocan grandes resacas. Al Barça le toca ahora protegerse del temporal, esperar que se recupere el Rey y cuando regrese volver a disfrutar de él como lo que es: un fenómeno inclasificable. Esta no es una receta que consuele a los aficionados, pero es la realidad: Messi no es sustituible. El Barça se ha quedado sin alma durante un tiempo, aunque no eternamente. Incluso sin Messi, el Barcelona ganará la mayor parte de los partidos que dispute. Y cuando vuelva a contar con él (y con Iniesta) volverá a ser un equipo aspirante a todos los títulos, sin la menor duda.

* Publicado en Le Temps de Suiza (8-octubre-2015)



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