Asombrado por la dureza de los entrenamientos que Carles Puyol estaba realizando en plenas vacaciones navideñas, contacté con un miembro del cuerpo técnico del Barça para preguntarle si se trataba de algún plan específico para que el capitán blaugrana alcanzara la plena forma en febrero, para la Champions. La respuesta fue: “No, Puyi ya quiere estar en forma para Reyes”. Tómenlo como el símbolo de toda una época: estar siempre a tope. En toda una década, al Barça podrán reprochársele la etapa de la autocomplacencia con Deco y Ronaldiho y algunos partidos a medio gas la pasada temporada. El resto habrá sido siempre una carrera disputada a máxima intensidad.
Puyol, probablemente el jugador menos dotado técnicamente de la plantilla, simboliza las mejores virtudes del deportista de alta competición: esforzarse en la mejora constante y exigirse el máximo rendimiento bajo cualquier circunstancia. El capitán podría vivir de rentas, ya renovado sine die, y elegir los días más cómodos para sus apariciones, pero escogió trabajar sin parar y colocar muy arriba su propio listón, lo que le hace imprescindible y, al mismo tiempo, un símbolo contundente.
A su rebufo, el equipo ha arrancado el año como si le hubieran condenado a pan y agua todas las vacaciones: con hambre voraz. Ya el entrenamiento abierto del viernes mostró esas fauces famélicas del conjunto, que más que un gran campeón parece el aspirante que no ha ganado nada. Tanta es la ambición que muestra en este primer encuentro de 2013, en cuya primera media hora se teje otra joya del juego colectivo, uno de esos partidos de videoteca y escuela de entrenadores. Una media hora de boca abierta en la que el Barça juega con la suavidad de quien espolvorea con azúcar los pasteles recién sacados del horno. El fútbol dulce de un Barça líquido, inasible.
Al Espanyol se le escapa el Barça entre los dedos de las manos, como el agua. Se juntan Xavi, Iniesta, Cesc y Messi y lo que surge de esa asociación es difícilmente explicable con adjetivos. Es un arte especial, una manera sinfónica de interpretar el fútbol. A sus espaldas, Sergio Busquets, sustantivo mayúsculo, se pone a pasar como si fuera Guardiola y el juego entona un Aleluya coral. Es otra vez aquel Barça de los centrocampistas que aplastara al Santos en el Mundial de clubes 2011, la fluidez hecha equipo, cada uno en todas partes, nadie en un sitio fijo, libélulas revoltosas, móviles, ingrávidas…
Esa media hora es prodigiosa y parece presagiar un año fecundo en Can Barça, donde no todo es perfecto, por supuesto, pero se percibe la voluntad de mejora continua, simbolizada en esos entrenamientos duros del capitán Puyol durante las fiestas. Más que los récords o los 52 puntos de 54, el equipo deja una muestra de madurez exorbitante, con Busquets superlativo; Xavi en su mejor versión; Iniesta irresistible, imparable; Cesc versátil; Messi más peligroso cuanto más desprendido; y Pedro, Alba y Piqué poseídos de una fiebre especial por cortar, recuperar y avanzar. El Barça vuela.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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