Se terminaron años de frustraciones, de sinsabores, de cargadas eternas. San Lorenzo de Almagro se consagró de una vez por todas campeón de América y se quitó una espina que llevaba clavada desde hacía décadas.
Contextualicemos: no solo los otros cuatro grandes del fútbol argentino (Independiente, Racing, Boca y River por orden cronológico) se habían alzado con el título, sino que otros conjuntos con menos arraigo popular como Estudiantes (tetracampeón del certamen), Argentinos Juniors o Vélez también habían sido reyes continentales. Incluso Newell’s había estado más cerca que los de Boedo ya que había caído en dos definiciones. Particular es el hecho de que los últimos tres campeones del título más importante de Sudamérica hayan sido conjuntos que tenían el peso de no haber obtenido el logro (Corinthians en 2012 y Atlético Mineiro en 2013).
Ya no se cantará más en el Nuevo Gasómetro “la Copa Libertadores es mi obsesión”. Ahora, un logro con tanto relieve histórico no iba a ser sencillo de conseguir. Y aunque el rival en la final no impactara por nombre propio ni por individualidades de su plantel, la tarea no fue fácil. Nacional de Paraguay realizó una copa épica y una final dignísima.
Luego de un empate que los guaraníes se encontraron sin merecerlo en Asunción, la vuelta parecía dada para una fiesta de los Santos. Nada de eso ocurrió. Al minuto de juego, Nacional estrelló un remate en el palo y el fantasma de un batacazo sobrevoló el Bajo Flores. El Nacional Querido, como es conocido en su país, fue superior y demostró una vez más que no se debe subestimar a ningún rival, menos aún en una instancia decisiva. Los de Gustavo Morínigo ya se habían cargado a Vélez, Arsenal y Defensor Sporting, eran un hueso muy duro de roer.
Solo un penal inocentón pudo desatar el resultado para San Lorenzo. Néstor Ortigoza quedará en los libros como aquel que le dio el gol de la gloria a los dirigidos por Edgardo Bauza, quien vuelve a consagrarse en el certamen tras haber sido campeón con Liga de Quito en el 2008. Pero si bien el tanto destrabó el resultado, no así el juego. En el resto del encuentro, los argentinos prácticamente no generaron opciones de gol, mientras que Torrico y su defensa debían trabajar y mucho para evitar un tanto que llevara el juego al alargue. Como siempre, y sin ser su mejor encuentro, Juan Mercier volvió demostrar que es el espíritu del equipo. El volante central es el mejor jugador de este conjunto.
En la noche del jueves, San Lorenzo extrañó todo el fútbol que le daba Ignacio Piatti a este equipo. Solo la pésima organización de la Confederación Sudamericana de Fútbol puede explicar estas cosas. El volante ofensivo disputó el partido de ida, pero tenía sellado su pase al Montreal Impact de la MLS hace meses; el cierre del mercado de pases en Norteamérica le impidió poder estar presente en el partido de vuelta. Ya los cuervos habían perdido al colombiano Carlos Valdés, tras el parate por el Mundial, y Ángel Correa (transferido al Atlético de Madrid), operado por un problema cardíaco, también fue otra baja en este tiempo. En contrapartida, Leandro Romagnoli, emblema del club, sí logró permanecer hasta el final pese a tener su pase sellado al Bahía de Brasil.
Una defensa organizada comandada por la salida limpia de Santiago Gentiletti y con el reaseguro del sólido Torrico, las subidas por los laterales de Más y Buffarini, un doble pivote central con Mercier y Ortigoza (tándem campeón en el Argentinos de Borghi en 2010) y de allí en adelante, la claridad de Piatti, la explosión de Villalba, la pausa de Romagnoli, la inventiva de Correa, las definiciones certeras de Matos. De todo eso se fue nutriendo este equipo para levantar la Libertadores.
Hubo un momento bisagra en esta Libertadores para San Lorenzo, y no fue precisamente con el equipo azulgrana en cancha. Sino que fue en Río de Janeiro, con Botafogo y Unión Española como protagonistas. Era la quinta fecha de la zona de grupos y los de Bauza ya había igualado en Ecuador y el pase a octavos no dependía de ellos. Un triunfo chileno en Brasil le devolvió el alma al cuerpo a los argentinos, que se abrazaron a esa posibilidad y desde allí se deshicieron del propio Fogao, Gremio –por penales en Porto Alegre–, Cruzeiro –jugando bien en el Mineirao– y del Bolívar boliviano, al cual despacharon ya en la ida con una goleada 5-0 en el Nuevo Gasómetro.
Pero el día en que la historia contemporánea del club empezó a cambiar no fue en este semestre, sino a mediados de 2011. San Lorenzo disputó la última fecha del Torneo Final 2012 con el riesgo del descenso, debía ganar y esperar resultados. La mano diestra de Ricardo Caruso Lombardi para esas diligencias resucitó a un equipo que fechas antes tenía sellado el destino de la Primera B Nacional. Luego llegó el triunfo eleccionario de Lammens-Tinelli (un zar de la televisión argentina) y con ellos un cambio profundo en la manera de gestionar el fútbol profesional del club. Con Pizzi, se alcanzó un título local (apenas un año y medio después del match point por la permanencia) y una final de Copa Argentina. El entrenador cortó el proyecto de manera unilateral para marcharse al Valencia, llegó Bauza en enero y el resto es historia conocida. En paralelo a estos logros deportivos, el club logró la sanción de la Ley de Restitución Histórica que le permitirá a San Lorenzo volver a su casa en los terrenos de Boedo.
Llega el tiempo del disfrute y de a poco el pueblo azulgrana empezará a pensar en Marruecos, el Mundial de Clubes y el Real Madrid de Ancelotti. En este momento, nada parece imposible para San Lorenzo.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web “Cultura Redonda”.
– Foto: EFE
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