31 de enero de 2014. Faltan pocas horas para el cierre del mercado de invierno y la cadena Sky Sports anuncia que el Liverpool ha fracasado en su intento por fichar a un tal Konoplyanka. Yo, cerveza en mano en un pub del centro de Cardiff, me entero de la noticia con total indiferencia. Unos días antes ya había sucedido algo parecido cuando otro futbolista desconocido para mí, Salah –el egipcio–, se iba al Chelsea. Dos nombres más a añadir a una larga lista en la que figuran, entre otros, Dempsey, Sigurdsson, Mkhitaryan o Willian. Y así todo. Siempre van camino de Liverpool pero al final, nada.
Me imagino que eran pocos los seguidores del Liverpool que habían visto jugar lo suficiente a Konoplyanka como para tener una opinión formada sobre él. Ellos sabrán si perdimos una buena oportunidad o no. El resto, como es mi caso, ni idea. Ahora bien, supiéramos o no lo que pretendíamos contratar, la frustración es enorme. Entiendo que Liverpool no es el destino futbolístico más atractivo ahora mismo, pero de ahí a que no llegue nadie, pues digo yo que tiene que haber un término medio. Y también digo yo que si no hay un término medio es, más que nada, por las malas prácticas de los directivos actuales. Para los que conocimos otros tiempos, su gestión comparada con la de los que les precedieron es una auténtica broma.
Cuando yo era pequeño no había dudas. En el Liverpool jugaban los mejores. Sin más. Pero claro, es que entonces se cuidaba hasta el más mínimo detalle. Un buen ejemplo de ello es la historia que cuenta Arthur Lowe, contable del club entre 1978 y 2007, sobre la llegada de Craig Johnston. Para los no iniciados, diremos que Johnston era un australiano que jugó para el Middlesbrough hasta 1981, año en el que el Liverpool se hizo con sus servicios. Sin embargo, la operación no fue fácil, porque el Nottingham Forest, gran rival de la época, andaba enredando. Tanto es así que Brian Clough urdió un plan para que, el mismo día en el que se iba a alcanzar un acuerdo en Anfield, evitar lo que parecía inevitable.
Así fue. Estaban las partes reunidas en la sala de juntas del club y sonó el teléfono en la recepción. Era una niña muy angustiada que decía tener cierta urgencia en hablar con Johnston. Los motivos no estaban claros, pero la lógica decía que debían comunicarla con él lo antes posible. Sin embargo, debido a lo de los detalles que comentaba antes, nunca le pasaron el recado. La señora que atendió la llamada, siguiendo instrucciones precisas del director general, se negó a hacerlo. Y en lo que se negaba, los contratos ya estaban firmados. Alguno habrá que considere imprudente la forma de actuar de aquella mujer, pero en realidad fue todo un ejercicio de sensatez. Resultó que la niña no era tal niña sino el mismísimo Brian Clough con la intención de pedirle al mencionado Johnston que no tomara decisión alguna hasta haberse visto.
No tengo dudas de que si lo de Johnston lo hubiesen hecho los que están ahora, el jugador habría terminado en el Forest. Por suerte para el contable de antes, su retirada de los despachos llegó a tiempo. Casi no le tocó trabajar con los nuevos responsables. Yo, por mi parte, abandoné también hace años. Más o menos desde que se presentaron a negociar la venta de Xabi Alonso en bermudas. Por eso ahora, mientras todos andan pendientes de las altas y las bajas en esos minutos finales de transferencias invernales, prefiero dedicarme a mis cosas. Que siempre será mejor una pinta que tener la confirmación de que Konoplyanka nunca jugará para nosotros.
* Juan Morán.
– Foto: Franck Fife (AFP)
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