En tiempos de generalidades, de globalizaciones y estructuras, el estilo se ha convertido en un sello de marca que contagia y conlleva a una gran multitud a la imitación, buscando posicionarse y separarse de antagonismos superfluos.
Hablamos de estilo de juego, de modelos de juego, de contenidos que identifican unas formas de jugar y las separan y diferencian de otras por costumbres, hábitos, criterios y pautas. El estilo de juego es la forma que adopta un equipo al implementar su fútbol en el terreno de juego durante un horizonte temporal prolongado. Las pautas generales se convierten en líneas de identificación, los movimientos particulares pasan a ser fuentes de inspiración general, el juego unívoco e intransferible se convierte en corriente.
De estilos y formas de jugar está la historia llena, realmente un estilo y una forma por equipo y año prácticamente. Pero la banalidad del análisis superficial nos lleva a identificar patrones generales de comportamiento allá donde los matices dejan lugar al trazo grueso y las fronteras de la diferenciación pasan a ser patios comunes de afinidades ligeras de peso.
El fútbol es ritmo y cadencia, como el son cubano, el fútbol es compás de llamada y respuesta, como el blues. Pero el fútbol no es generalista, al igual que el son y el blues, porque depende, como estos géneros musicales, de quién toque e interprete. Los doce compases habituales de un Blues que grita el lamento de un sentimiento y lo lanza al aire esperando la respuesta de una voz igualmente lastimosa cambia en función de quién marque el compás, de quién toque la guitarra y de quién lance el lamento. En el son, baile y calor al ritmo cadencioso de un tres, un bongo y una marimba marcada por una clave, se inspira al floreo y al sentimiento en boca de Compay Segundo y varía el sentido en boca de Beny Moré y nos endulza el alma con la grandiosa Celia Cruz.
El estilo de juego hace referencia al equipo, a cómo se juntan, cómo se rompen y cómo se entienden los jugadores cuando juegan juntos durante un período de tiempo, estableciendo pautas de comportamiento generales en el desarrollo de los procesos defensivos y ofensivos, dejando patente cómo se comunican a través del balón, con un juego directo o más combinado, cómo se establecen los ritmos de juego, intensos, moderados o alternos y cómo interactúan y se interrelacionan a lo largo y ancho del terreno de juego, ponderando el fútbol por los flancos o por los pasillos interiores. Igualmente se deja clara la tendencia defensiva, con una defensa definida en el espacio o sobre los individuos, mixta o combinada, con objetivos ambiciosos como robar el balón o más pragmáticos como ceder espacio y centrar la atención en poner densidad alrededor de la propia portería, estableciendo para ello posiciones de partida para cumplir los objetivos e intensidades variadas para configurar la fuerza de intervención colectiva. Este patrón básico lo hacen todos, pero ninguno lo hace igual porque cada equipo se conforma de jugadores diferentes y son ellos, los artistas, los que marcan el compás, la cadencia, el ritmo y las alteraciones, para convertir el juego en variabilidad e imprevisibilidad, abriendo el abanico de posibilidades a la creatividad para juntarse o romperse en función de cada partido, de cada rival y de cada momento y circunstancia.
Viendo semejante cantidad de variables y diversidades, ¿cómo encontramos estilos y patrones comunes? ¿Cómo entendemos de identidades estratégicas y pautas generales de obligado cumplimiento? El juego abre el abanico a los lugares comunes, al mapa básico que permitirá al equipo organizarse en torno a líneas de actuación que faciliten la cohesión pero a partir de ahí surge la magia, el estilo desaparece y se impone el arte de quien actúa, ejecuta y decide en función de parámetros y contextos totalmente diferentes.
El blues de Willie Dixon nada tiene que ver con Muddy Waters, BB King o Howlin’ Wolf; el compás y el fondo es similar pero la interpretación y la fuerza cambia en cada pieza y en cada sentimiento expresado, aun cantando la misma canción. La guitarra de Eric Clapton suena diferente a la de John Lee Hooker, el piano de Memphis Slim se distingue de Ray Charles. El estilo musical se denomina de la misma forma, pero el arte de practicarlo es único e irrenunciable para cada intérprete.
En fútbol ocurre exactamente igual. El estilo del FC Barcelona difiere de la época del Dream Team al jugado por Van Gaal, Rijkaard, Guardiola o Luis Enrique, todos ellos identificables a través de unos patrones aparentemente comunes, pero diferentes en fondo y forma por la implementación única de sus intérpretes. Y comparamos momentos y estilos y se juzgan patrones de comportamiento que se alejan o se acercan al juego de posición, cuando en realidad el juego expone la capacidad de entendimiento de unos jugadores que entrenan líneas de actuación para optimizar sus interacciones habituales y dar cabida a la improvisación de quienes hacen del balón un instrumento del arte de lo imprevisto.
El modelo de juego, esa fantasía sin fin que empieza en la creencia del entrenador y se va gestando a lo largo de los años sin acabarse nunca, evolucionando en función de mil y una circunstancias y sujeto a los imprevistos de la propia competición, involucionando cuando los intérpretes no son capaces de afinar en una partitura que se viene puliendo con los años. El estilo, el modelo, la globalidad de los conceptos futbolísticos se derrumban al contacto directo con los artistas que salen a jugar cada partido, con estructuras emocionales, cognitivas, condicionales, psicológicas diferentes en cada momento competitivo. El modelo de juego es una quimera que crece y crece en la mente de todos los que interpretan un juego desde puntos de partida comunes, pero que difiere en cada momento en que el jugador de un equipo actúa a su manera y según su criterio, dotando al juego de lo único que no se puede acotar, sentido del momento.
El fútbol es orden y talento, es rigor y aventura, es sentimiento y arte, es sudor y olor a hierba; el son es temple y sabrosura, sincretismo de negros y blancos, es vibración y sensualidad; el blues es dolor y lamento, es conversación rítmica, es cuerda, es voz. Todos ellos enmarcados en una generalidad que se diluye en la individualidad del intérprete y en la relación que nace, en las interacciones únicas de los músicos que tocan y del cantante que fluye desde dentro hacia afuera con un canto que eleva el espíritu. El fútbol nos levanta del asiento, desde Garrincha a Messi, desde Cruyff a Ronaldo, desde Puskas a Cristiano, desde Beckenbauer a Maldini, Yashin y Buffon, todos con su impronta, todos con sus compañeros, con sus afinidades y discordias, todos ajustados a momentos específicos y solo tres, cuatro a lo sumo, dominaron la generalidad del todo, Don Alfredo Di Stefano por delante y un sinfín de matices que hicieron de algunos, líderes incuestionables; y de otros, referencias absolutas del individualismo.
El juego es de los futbolistas; la música, de los artistas. Nosotros velamos para que el juego fluya y la música suene y que ustedes lo disfruten como se merecen, en la exclusividad de cada momento, de cada balón, de cada nota, de cada canto.
Si se calla el cantor calla la vida
Porque la vida, la vida misma es todo un canto…
Mercedes Sosa (Letra: Horacio Guarany)
* Álex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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