En el frenesí de los primeros 45 minutos en el Manzanares, el Barça se ha sentido cómodo y a gusto, como si finalmente Luis Enrique hubiera completado un largo viaje desde el juego con pausa hasta el fútbol de vértigo. Su Barça se ha instalado en dicho vértigo y le está dando magníficos resultados. Su Barça se ha transformado en lo que decidan los tres de arriba, que no son precisamente mancos, sino formidables. El entrenador puede estar satisfecho y no solo porque los resultados le sonríen, sino porque está imponiendo sus ideas de juego, como si la catarsis sufrida a principios de año le hubiese quitado el miedo a proponerlas.
Si algo se echaba en falta en los primeros seis meses de Luis Enrique era precisamente que fuera Luis Enrique. Es decir, que planteara unas propuestas de juego coherentes con su pensamiento aunque ello provocara el rechinar de dientes entre los jugadores o en la prensa o los aficionados. De agosto a Navidad, el entrenador se movió entre dos aguas, sin terminar de decidirse entre la pausa y el vértigo, entre los centrocampistas -seña de identidad de la casa- y los delanteros, entre el juego de posición y el ataque directo. Si rechinaron los dientes de sus futbolistas fue por esta larga indecisión, plasmada en una pregunta que se hizo inevitable y repetitiva: ¿A qué juega el Barça? Tras caer en Anoeta se estremeció todo y en la caída desaparecieron los titubeos de Luis Enrique. O se los hicieron desaparecer. Cuando el entrenador habla de un “proceso” está hablando de este viaje desde la pausa hasta el vértigo y también de sus dudas. Y de las dudas que eso provocó en sus jugadores, unos mucho más adaptables que otros a la nueva manera de jugar.
Hoy el Barça es, sobre todas las cosas, una irresistible transición defensa-ataque en la que Messi, Neymar y Suárez se manejan como cohetes, los centrocampistas han pasado a ser auxiliares y Luis Enrique ha completado su propuesta táctica. El cambio de registro es mayúsculo.
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