"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Luis XIV levantó Versalles con un gesto de mano. Claro que no fue tan sencillo ni tan rápido, pero en aquella época su voluntad sagrada podía hacer que en Francia la noche se hiciera día. Nada escapaba a su poder absoluto. El Rey Sol hizo de la corona una figura omnímoda que empequeñeció a cuantos poderes la rodearon tradicionalmente. Todo empezaba y terminaba en él, como esos entrenadores cuya personalidad ha terminado de eclipsar al escudo de los clubes a los sirven. Luis XIV dijo una vez, según su más célebre cita, que el Estado era él mismo, L’État c’est moi. Era un delirio de egolatría que en el siglo XVII era, por otro lado, del todo realista. Aunque muchos historiadores cuestionan la veracidad de la frase, sobre todo respecto a su autoría, su música y melodía nos sirven para la causa. Lo sepan o no, Pep Guardiola y José Mourinho son el alfa y el omega del Barcelona y del Real Madrid. Lecturas colectivistas aparte, en la nada romántica práctica sus clubes son ellos y nadie más. Es llamativo que afirmar algo así sea exagerar más bien poco.
Esta semana Mourinho se destapaba con una declaración reveladora: “Mi entorno no existe. Mi entorno soy yo”. Se defendió de las intrigas que él mismo urde aduciendo a su supuesta independencia. Al parecer no existe entorno alrededor del entrenador del mayor club de fútbol del mundo, al menos con José en el banquillo blanco. Al parecer no es sólo que él tome todas las decisiones sino que además nadie, bajo ningún concepto, las condiciona. No con tales palabras, pero sí con tal vehemencia se defendió Mourinho en rueda de prensa.
Por su parte, Guardiola sabe de sobra que él es el Barcelona aunque haga como si no lo supiera. Sentiría gran pudor de reconocerlo siquiera para sí mismo. Para el club culé es magnífico negocio, pues significa excelencia deportiva, valores y un mensaje casi siempre aseado. Parece más o menos claro que los azulgranas jamás habían tenido un entrenador tan dominante como Pep. El Barcelona de Guardiola se antoja más guardiolista que cruyffista fue el Barça de Cruyff. Por una suerte de sincretismo muy catalanista, todo el Barcelona, de la señera a San Jorge, bajando también a las barras blaugranas, se levanta y se acuesta bajo la suave pasión del de Santoedor. Todo el Barça huele a colonia, si se quiere.
Llama la atención que en la era de Ronaldo y Messi prevalezca, con todo, la figura del entrenador sobre todas las demás. Es realmente notable la capacidad de Pep para marcar el tempo mediático del Barcelona. A su lado, Leo obtiene una cuota de atención enorme, naturalmente, la propia de una súper estrella, pero relativamente limitada y en ningún caso la voz principal del relato barcelonista al margen de lo que ocurre en el campo. Será que La pulga es de perfil bajo en lo mediático y que Guardiola siempre anda a vueltas con su renovación. Pero en la casa blanca pasa exactamente lo mismo, si no más. El temperamental Cristiano Ronaldo tiene todos los ojos y punteros puestos encima, pero quien en la práctica marca el pulso es Mourinho, cuyo discurso determina si los blancos están crecidos, nerviosos, mudos o indignados. Ni siquiera la conjunción del más brillante tándem de futbolistas de los últimos tiempos ha logrado quitar el foco principal de los entrenadores y su brillo cegador. El Entrenador Sol, con gran vocación de General Manager, no sabe ser sino un director de orquesta absolutista, sean cuales sean sus principios y métodos. Corresponde a quienes los contratan decidir si les merece la pena el negocio, si están dispuestos a colocar a todo su aparataje a orbitar alrededor de un solo astro y centro de gravedad.
Guardiola lo sabe, pero Mourinho parece olvidarlo frecuentemente: cuando pase el tiempo sólo existirán en el recuerdo de sus clubes. Ya se sabe que las personas pasan y las instituciones permanecen. Afortunadamente, por muy alta que sea su sombra, con el tiempo sólo serán museo y mármol y un recuerdo más o menos soleado muy lejos de un presente tan veloz como inasible. Con todo, se supone que en el lecho de muerte Luis XIV tuvo un arrebato de corrección política. Según la historia vino a decir que “Je m’en vais, mais l’État demeurera toujours”, es decir, “Me marcho pero el estado permanecerá siempre”. En efecto, tamaña sensatez suele ser sólo fruto del juicio final.
* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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