Vicente del Bosque es, sobre una persona buena, un magnífico entrenador al que podríamos encuadra en el grupo de los “adaptativos”, si me permiten la expresión. Del Bosque siempre se adaptó a lo que tuvo o encontró. Cuando le contrataron galácticos, encontró sitio para ellos allí donde casi nadie veía hueco. Y cuando intuyó que ganaría una Champions con cinco defensa, no dudó en alinearlos. Podríamos decir, y no es decir nada negativo, que el ideario conceptual del seleccionador consiste en adaptarse a las circunstancias. Así, por cierto, ha acumulado un historial espléndido, culminado en 2010 con el Mundial de selecciones.
Del Bosque no ha “mamado” el juego de posición. De hecho, como futbolista primero y como entrenador después, su rumbo nunca transitó por ese modelo de juego que evolucionaron los holandeses (Michels, Cruyff, Van Gaal, etc). Cabe añadir que tampoco Luis Aragonés, patrocinador de dicho modelo en la selección entre 2006 y 2008, había “mamado” este modo de jugar, pero sí se había aproximado más a él. Cuando Del Bosque sucedió a Aragonés encontró una selección muy asentada en el juego posicional. El entrenador salmantino renovó jugadores e introdujo, por encima de pequeños detalles, un segundo compañero al mediocentro único de posición, un factor que ha tenido notables consecuencias en el juego del equipo. La razón que expresa Del Bosque para ello es la búsqueda de una mayor seguridad en la transición ataque-defensa. Sin embargo, a cambio, se entorpece la circulación al existir un peldaño más en la escalera del centro del campo y se empuja a Xavi Hernández a posiciones demasiado adelantadas para sus virtudes.
Esa doble posición en el eje sólo desaparece en momentos decisivos, cuando hay que ir a por el partido. En la prórroga de la final mundialista; en el último cuarto de hora dramático de 1/4 ante Paraguay; tras el gol suizo en el debut del Mundial… En esos casos, Del Bosque retira a uno de sus mediocentros y libera la energía circulatoria del equipo. Podemos darle mil vueltas al asunto y opinar distinto que el seleccionador; incluso podemos afirmar que la causa original de semejante “precaución” nace de no haber “mamado” el juego de posición, pero también debemos afirmar que no se trata de ningún capricho de Del Bosque, sino de una convicción. Él lo ve de ese modo y actúa en coherencia con esa visión.
Como nos ocurre a todos cuando no hemos aprendido un idioma en edad infantil, sino ya talluditos, es probable que Del Bosque padezca cierta lentitud a la hora de mover piezas para encontrarles un mejor orden. Así, la alineación de un falso 9 ante Italia podía haber sido una magnífica idea (como lo sería ante Irlanda; especialmente ante Irlanda), pero dicho movimiento precisa del acompañamiento de hombres muy abiertos en bandas, sean extremos o laterales, para “abrir” la defensa rival. Al no hacerlo de entrada, para Italia resultó sencillo defender por el centro las llegadas de Cesc y Silva y golpear duro con Maggio y Giaccherini por los costados, exigiendo un sobreesfuerzo muy costoso a Busquets, Xabi y Xavi. A la hora de partido, Del Bosque introdujo a Navas y el equipo se ordenó mucho mejor. El sevillano fijó a Giaccherini muy arriba y lo “separó” de su central, lo que permitió oxigenar la zona de tres cuartos española. ¿Por qué tardó una hora Del Bosque en realizar dicho movimiento? Probablemente por esa dificultad para interpretar rápidamente un modo de jugar con el que no ha crecido.
Entrenador inteligente como pocos, Del Bosque “madura” los torneos. Ha empezado de un modo y, posiblemente, termine de otro diferente, según vaya viendo y comprobando rendimientos. Lo hizo en el Mundial y aunque una Eurocopa sea un torneo distinto, por más breve e igualado, de él podemos esperar que sorprenda a sus rivales con decisiones muy próximas a las que encontraríamos en técnicos que sí mamaron el fútbol posicional: un Pedro entre líneas, un Mata abierto en izquierda para el fuera-dentro, un Iniesta cerca de la base (permitiendo descansar un partido a Xavi), un Juanfran carrilero… Del Bosque es un entrenador “adaptativo”, decía al principio. Y ese no es un calificativo negativo, precisamente.
– Foto: A. Rubio (RFEF)
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