¿Quién dirías que ha pronunciado la siguiente frase?
«Llega un punto en el que uno debe tomar una decisión. ¿Estás dispuesto a apretar los botones correctos para que los que están a tu alrededor se eleven?”
a) Steve Nash. b) Kobe Bryant.
La lógica histórica haría pensar que es la opción correcta es la a. Pero sorpresivamente, se trata de la opción b. Y esta es la gran pregunta que se hace ahora la NBA. ¿Serán capaces Los Angeles Lakers de elevar su nivel pulsando las teclas adecuadas?
Seamos francos, la alternativa de mayor calibre en la liga para tumbar el reinado de Miami Heat es, sobre el papel, el equipo de Los Angeles Lakers (con permiso de los Oklahoma City Thunder). Beneficiados por su abrumadora cuota de mercado y, como consecuencia, su capacidad de pagar un impuesto de lujo muy por encima de otros equipos de la misma conferencia, la franquicia angelina ha sabido reestructurar su plantilla para pasar de ser un plantel descompensado con varios puntos fuertes a un plantel, repito de nuevo, sobre el papel, poliédrico y aspirante a todo.
Pero aunque serán muchas las facetas del juego donde el equipo de Mike Brown tendrá que mejorar (lograr una regularidad en la intensidad defensiva, capacidad de juego en transición, implicación del banquillo, etc.), la clave principal parece que será la relación deportiva entre Nash-Kobe. Tomando como base su quinteto ideal, Metta World Peace junto a Pau Gasol, Dwight Howard, Kobe Bryant y Steve Nash, uno puede intuir que a Gasol, jugador generoso donde los haya, no le importará bajar sus prestaciones ofensivas en pos de una mejora grupal. Lo mismo puede ocurrir con Howard, cuya influencia en el juego defensivo está asegurada y su sola cercanía al aro le procurará una puntuación mínima para satisfacer su ego. El dilema recae entonces en sus dos consagradas estrellas.
Recordemos que los equipos de Nash han sido siempre eso, un equipo de autor, que nunca tuvo una estrella del perfil escolta anotador acompañándole (lo más cercano podría ser un Vince Carter en franca decadencia en Phoenix Suns, Leandro Barbosa, o ampliando el espectro, Dirk Nowitzki en Dallas) y que supo, y de qué manera, implicar a todos sus compañeros para un reparto equitativo del poder ofensivo. Ahora tendrá, por primera vez en su trayectoria NBA, no sólo a una de las mayores estrellas de la liga acompañándole, sino a un jugador acostumbrado a crearse sus propias jugadas, a subir un gran número de veces la bola y a tomar decisiones. Cabe recordar que el quinteto arquetipo de Phil Jackson con el que Kobe ganó sus anillos no contaba con un base puro. Su base tipo era un falso base, más bien escolta, que solía abrirse a un lado de la cancha y contaba con un aceptable porcentaje de tiros de tres (personificación: Derek Fisher). Ambos factores obligan a una reeducación sobre parámetros del juego aparentemente sencillos pero que aguantan el peso de la costumbre, de casi una década.
Así pues, encontramos dos jugadores que, más allá de su madurez como deportistas, están obligados a reconvertirse. Un reto mayúsculo. Kobe, si quiere igualar a Jordan en número de anillos; Nash, si quiere conseguir alguna vez un título. Los precedentes son estimulantes. Nash lanzó la temporada pasada menos que nunca pese a sus porcentajes estratosféricos (lideró a los bases en porcentaje de anotación) y tuvo la tasa más baja de pérdida entre los bases puros de la competición. Es decir, tiró menos y no influyó en perder mucho más la pelota. Kobe por su parte, viene de incurrir en vicios conocidos durante la postemporada (tirar demasiado cuando las cosas van mal, forzando situaciones de tiro) y de realizar una demostración de adaptación en los pasados Juegos Olímpicos. Esto último sucedió en un equipo donde las dos grandes estrellas de la liga, Kevin Durant y Lebron James, lucían los galones, y aun así supo encontrar su sitio hasta hacerse igualmente imprescindible. Lo hizo maximizando sus porcentajes de tiro y explotando en periodos más cortos de tiempo pero siendo extremadamente efectivo. Para quien tuviera dudas, Kobe supo compartir la cancha –¡con bases puros–, quedando lejos las acusaciones de egoísmo. ¿Dr. Jekyll o Mr. Hyde?
Nuevamente, abrimos paso a la intuición. Esta nos sugiere que Kobe dejará de tener una actividad omnipresente en el juego (lo que suele pasar cuando a los Lakers le van mal las cosas) y delegará funciones centrándose en aportar las dos cosas que más puede beneficiar al equipo: anotación e intensidad defensiva. Y Nash, por su parte, aprovechará el inmenso poder en la pintura del equipo realizando pick&roll con Gasol y Howard pero con un ojo atento a Kobe, facilitándole no solo la pelota en posiciones abiertas, sino ahorrando esfuerzos en la subida de balón. El tacto del canadiense, su carácter afable fuera de la cancha pero exageradamente competitivo dentro, serviría para domar el ímpetu de Kobe.
Si todo esto funciona con regularidad, los Lakers deberían ser contendientes ineludibles en la carrera por el título. Luego puede pasar de todo, por ejemplo, que otro equipo sea mejor. Pero el pasado reciente podría servirles de estímulo. Durante los últimos años no han ganado equipos que personificaran el título en la magnitud de un individuo (por mucho que Nowitzki o James lucieran), sino en la compensación de los roles y en la eficiencia defensiva. Nowitzki solo ganó cuando el equipo consiguió un engranaje perfecto entre sus piezas veteranas y las emergentes, y James tuvo que acudir al vertiginoso ritmo de un grupo de atletas que supo reconocerse y rectificarse en la derrota para llegar a las mieles del éxito. El eje Nash-Kobe no será solo punto clave en el desarrollo del juego colectivo, sino que se ha convertido en la ejemplificación perfecta sobre la que se sostienen las dos mayores virtudes de este deporte: el talento grupal y el talento individual. Uniéndose de la mejor manera, la sombra del equilibrio se parece mucho a la de la victoria.
* Javier López Menacho
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– Fotos: Will Lester (New York Daily News) – Cary Edmondson (US Presswire) – EFE
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